Escrito por Paco Yánez | Mundoclásico.com
Para celebrar, este mes de julio, los cien años del nacimiento del director rumano Sergiu Celibidache (Roman, 1912 – París, 1996), el sello EuroArts publica un cofre con cinco excelentes DVDs que ya había ido lanzando al mercado a lo largo de los últimos años, con algunas de las joyas videográficas que permitió el maestro registrar ya fuera en sus ensayos o en sus conciertos. Abarca esta selección un considerable abanico de décadas: desde la vibrante toma del Till Eulenspiegel straussiano de 1965 hasta el subyugante programa francés que, con dos de los amores musicales de Celibidache: Debussy y Ravel, pone fin a este recorrido en 1994, año en que se grabaron estos dos conciertos los días 13 y 14 de mayo en el marco de la ‘Musik Triennale’ de Colonia.
Ya en noviembre de 2011 habíamos reseñado en Mundoclasico.com uno de los DVDs que componen este lanzamiento, el que contenía la Sinfonía Nº9 en mi menor “Del nuevo mundo” (1893), del checo Antonín Dvořák, y la Sinfonía Nº1 en re mayor “Clásica” (1916-17), del ruso Sergei Prokofiev; DVD que posibilitaba, además, presenciar un interesantísimo ensayo de la partitura de este último [leer reseña]. En aquella reseña, que abordaba registros de los años 1988 (Prokofiev) y 1991 (Dvořák), ya señalamos el cambio sustancial que se había operado en apenas tres años en el físico de Celibidache; un cambio que pareció afectar a su dirección en cuanto al tempo, agudizando una tendencia que se venía acusando progresivamente desde su llegada al podio de la Münchner Philharmoniker.
Retrotraerse al primer registro de este cofre es revelador al respecto, con una fogosa lectura de Till Eulenspiegels lustige Streiche (1895) de duración prácticamente en línea con lo firmado por especialistas straussianos de pro como Herbert von Karajan (1973; Deutsche Grammophon 474 281-2) o Rudolf Kempe (EMI 5 73614 2), si bien con un rubato más acusado, con unas fluctuaciones en los tempi de cada sección más ricas. La lectura de Celibidache rebosa humor, picaresca, arrojo y lirismo. Es por momentos despiadada con la suerte de este bromista empedernido, seca y cortante; mientras que en otros compases resulta elegante, grácil, delicada y profundamente empática. Disfrutar de los ensayos presentes en el DVD -de casi 33 minutos de duración- da una idea de hasta qué punto Celibidache tomaba las desventuras del personaje del folclore alemán como verdadero sustrato musical para nutrir sus decisiones más puramente técnicas, que se fraguaban en su reverencial respeto por la conformación del sonido. Su lectura elude tanto el sentimentalismo como el paternalismo para con la criatura aquí straussiana, y ahonda en sus tensiones internas y en la narratividad de la partitura, en la que destaca su manejo de la modulación y una exquisita atención a la articulación (la importancia que concede en los ensayos a las cuerdas en cuanto a su empaste a través del arco, da una clara idea de cómo estructuraba el sonido desde su base: al tiempo pura técnica y puro entusiasmo… ¡Deslumbrante!)
La Sheherazade (1888) de Sergiu Celibidache me parece una de las cumbres interpretativas de esta partitura, junto con lecturas tan dispares como las de Kirill Kondrashin (Philips 464 735-2) o Riccardo Chailly (Decca 443 703-2). En la grabación (1982), Celibidache dirige, como en la partitura de Strauss, a la Radio-Sinfonieorchester Stuttgart (en el único DVD con esta orquesta presente en el cofre), formación hecha a la medida de Celibidache en aquel año, que responde a su mano cual una extensión del propio director. Por tempo, color y brío, me parece una lectura más satisfactoria que la posterior con la que fue orquesta de Celibidache desde 1979: la Münchner Philharmoniker, aparecida en sucesivas ediciones de EMI, que resulta más pesada y menos imaginativa. Si esta versión con Stuttgart dura unos ya muy considerables 49:56 minutos, la de Munich se irá -sólo dos años después, en 1984- a los ¡54:11 minutos!; algo que pesará en exceso a la hora de insuflar aliento a la partitura, respetar el carácter oriental de sus melodías y mantener su intenso colorido. Aquí es todo aún más calibrado, más tenso y realista si tenemos en cuenta la narración análoga de la que parte Rimski-Korsakov, cuyos postulados sonoros están muy alejados de un Bruckner para el cual me parece más idóneo ese tratamiento del sonido del último Celibidache.
Pero, sin duda, entre los registros más esperados de Celibidache se encontraban sus grabaciones de los conciertos para piano de Brahms, Schumann y Chaikovski con Daniel Barenboim como rutilante solista; unas versiones que ya habían aparecido en formato Laser Disc, y que por fin encuentran un soporte más idóneo en DVD, medio al que estos últimos meses están aportando una importante cantidad de referencias celibidachianas -especialmente Bruckner- en ediciones de los sellos Sony, ArtHaus y la propia EuroArts, como parte de las celebraciones del primer siglo de Celibidache.
En lo referido a los conciertos para piano, estos fueron grabados en vivo en las localidades de Erlangen y Munich en 1991, resultando más convincentes los registros muniqueses (Primero de Chaikovski y Segundo de Brahms), que los de Erlangen (Schumann y Primero de los brahmsianos); si bien hay que quitarse el sombrero ante lo que logran director rumano y pianista argentino en cada una de estas partituras.
El Concierto para piano y orquesta en la menor (1841-45) de Robert Schumann no resulta tan pesado como otras incursiones postreras de Celibidache en el sinfonismo del compositor -con su Renana de 1988 como máximo exponente (EMI 5 56525 2)-. Ambos, director y pianista, son grandes defensores de las sinfonías de Schumann, plegándose aquí Barenboim al concepto general de Celibidache, al menos en un primer momento, pues poco a poco su presencia irá ganando afirmación, algo de lo que la cadencia del primer movimiento es ya un anticipo: un ejemplo de portentosa digitación, así como de su forma de concebir el piano como una verdadera orquesta al estructurar sus partes solistas. El delicadísimo segundo movimiento es de un refinamiento y detalle extremo, especialmente en lo orquestal, marcando la irrupción del tercer movimiento un contraste extremo, en buena medida por el ejercicio de rotunda explosión pianística del argentino, que trata el concierto como un gran recorrido hacia esta verdadera filigrana conclusiva, en la que se convierte en verdadero protagonista, alcanzando su versión el estatus de lo referencial, junto con otras como las de Radu Lupu & André Previn, Claudio Arrau & Colin Davis, o, en mi opinión, y por encima de todas ellas: Krystian Zimerman & Herbert von Karajan (Deutsche Grammophon 439 015-2).
La versión del monumental Concierto para piano y orquesta en si bemol menor (1874-75; rev, 1879/1888) de Piotr Ilich Chaikovski me parece antológica, quizás la más lograda de las cuatro obras para piano y orquesta aquí recogidas. Ante las muchas dificultades y retos de esta partitura, Barenboim se crece y brinda una lectura realmente mayúscula, tanto en técnica, como en construcción o aliento poético (en mi opinión, superior a su registro posterior del año 1997 con Zubin Mehta y la Berliner Philharmoniker (TDK DV-WBSPE) en lo que al teclado se refiere). Con respecto a la versión de Schumann, se aprecian algunos cambios en la plantilla orquestal, con nuevos primeros atriles que refrescan la formación y le otorgan un mayor virtuosismo y entusiasmo (como el caso del primer clarinete). Con ellos, Celibidache se adentra en un compositor que entendió como pocos (inolvidables, los registros de sus últimas sinfonías), y en el que obtuvo un sonido de una densidad y profundización psicológica sublimes. Barenboim, por su parte, vuelve a brindar momentos de excelencia absoluta, como la primera cadencia: increíble conjunción de lirismo poético y abigarrada construcción sinfónica; revelando con maestría los muchos mundos que afloran en el piano del ruso. La entrada en el movimiento lento muestra alguna diferencia de criterio entre director y solista (en Chaikovski considero a Celibidache un director mucho más interesante que a Barenboim), con un pizzicato en las cuerdas y una melodía de flauta lentísimos, demorados hasta la máxima tensión armónica, mientras que Barenboim, con su entrada, aligera el tempo y busca acelerar algo más el ritmo. Sea como fuere el proceso de ensayos, a tan sublime ejercicio de poética le sigue un auténtico edificio de sonido y vehemencia, de tensiones extremas y potente despliegue orquestal en el último movimiento. Versión magistral.
Por lo que a Johannes Brahms se refiere, el Concierto para piano Nº1 en re menor (1854-59) no resulta aquí tan arrollador como otras versiones de Daniel Barenboim, especialmente la dirigida por John Barbirolli (EMI 5 72649 2). El pianista se muestra muy firme y robusto en el teclado, con un impulso beethoveniano innegable y una proyección desde el piano que contagia a la orquesta. En el ‘Adagio’ es Celibidache el que manda, con una lentísima dirección en la que las texturas y voces se expanden de forma especialmente nítida, sin por ello perder aliento melódico. El ‘Rondo. Allegro non troppo’ final es impresionante en lo que a disección del tejido orquestal se refiere, con una audibilidad de secciones pasmosa. La lectura desborda la pasión juvenil y entusiasmo del primer Brahms, y aunque el mimo en el análisis contrapuntístico es digno de alabanza, no es por ello una versión especialmente camerística, sino una interpretación de enorme verticalidad, notablemente sinfónica. Gran lectura, así pues, y un enfoque muy complementario para la otra gran referencia en DVD de este concierto, la de Leonard Bernstein con un extraordinario Krystian Zimerman para la Deutsche Grammophon (00440 073 4332).
La versión del Concierto para piano Nº2 en si bemol mayor (1878-81) del compositor de Hamburgo me ha convencido más que la del Primero. De nuevo nos encontramos con un Brahms muy compacto, menos camerístico que el de Bernstein, de arquitectura más sinfónica (cierto es que con una orquesta no tan perfecta como Viena, algo que se percibe especialmente en el tercer movimiento y sus diversas entradas de solistas). En todo caso, hay que destacar la enorme notabilidad de la interpretación de la orquesta muniquesa en vivo, y más si tenemos en cuenta las exigencias que Celibidache impone, de lo cual el ‘Andante’ es un ejemplo paradigmático, con su demorada exposición, ejecutada al límite del quebranto melódico. Barenboim es capaz de abrirse paso en un contexto de tempo como éste desgranando una enorme sutileza en el teclado, cargado de emociones y abierto a los diversos estilos que reverberan en esta partitura, siempre personales en sus manos, pasando de un acusado lirismo poético en el citado ‘Andante’ a un expansivo, juguetón y bañado en ecos del clasicismo ‘Allegretto grazioso’. Este movimiento final es una auténtica lección de piano, al que acompaña una orquesta de marcadísimo rubato, plegada al mimo celibidachiano por el sonido de forma pasmosa. Versión referencial, junto con la de Bernstein & Zimerman (DG).
Por último, viajamos hasta 1994 para cerrar esta impresionante travesía musical con un programa verdaderamente delicioso, y que nos muestra el reverencial respeto que el público alemán tenía por Celibidache, tal y como se ve en la impresionante recepción en Colonia a la entrada de un Celibidache que se llega a emocionar en su llegada al podio. Siempre me ha parecido más idóneo el concepto musical del rumano para Debussy que para Ravel, de lo cual su increíble versión (1992) de La Mer es un ejemplo rotundo (EMI 5 56520 2). Era ésta una de las biblias de Celibidache en cuanto a orquestación; otra era el Boléro (1928) de Ravel, afortunadamente presente en este DVD. Ya la exposición inicial de caja y cuerdas nos pone en antecedentes de lo que confirmará la sucesión de flauta, clarinete, fagot, requinto, etc., etc., etc.; cada uno dando fe de un mimo en la calidad del sonido pasmoso, matizado y muy unitario, ya sea en los solos con continuo orquestal o en los pasajes doblados, en los cuales la entrada de flautín, celesta y trompa es primorosa, de nitidez prístina y gran virtuosismo. El enorme crescendo que depara este Boléro es magistralmente firme, exhortado a gritos en su tramo final por Celibidache desde el podio, y extendiendo su dirección hasta casi los 18 minutos. Versión, así pues, lentísima si atendemos al cronómetro, pero que realmente se paladea con una vivencia que hace realidad aquello tan defendido por Celibidache de que el t(i)empo es algo más mental que metronómico.
Dos partituras ravelianas más se recogen en el DVD: Alborada del gracioso (1905, orq. 1918) y Rapsodie espagnole (1907-08). La primera es vibrante, con un Celibidache que baila con la música en el podio, destacando cada matiz con su cuerpo y rostro, en un ejercicio de magisterio musical supremo. La versión es tan radiante como el ánimo del director, transparente, sublime, con un tempo lentísimo que sin embargo aquí cuaja por cómo Celibidache es capaz de conducir las tensiones, destacando la voz de cada solista de forma reveladora. Eso sí, siempre con los músicos al borde del límite en cuanto a tejido armónico y color. La Rapsodie tiene una introducción oscurísima y pausada, penetrante y sigilosa, basada en un juego de relieves entre cuerda y maderas antológico, y una irrupción de la luz deslumbrante, radiante de alegría meridional, de cierto exotismo. Desde ese ambiente y alternancias cromáticas, aborda el director rumano el resto de las piezas de esta partitura, en las que las danzas resultan un tanto hinchadas y plomizas, como quizás el impulso general en los pasajes más dinámicos.
Junto con el Boléro, el Prélude à l’après-midi d’un faune (1891-94) es la gran maravilla de estas veladas en Colonia. El rumano expande las texturas armónicas y desgrana los timbres creando atmósferas muy pictóricas: personalizando el color de cada instrumento en pinceladas de impresionismo muy individualizado, en las que la parte y el todo vibran sinérgicamente. Una maravilla. Excelente el flauta solista, como sus compañeros en los primeros atriles de clarinete y arpa. Lectura de una serenidad apolínea que se va casi a los ¡16 minutos! de duración; que, sin embargo, se pasan, de nuevo, en un suspiro (de belleza). La versión de Images Nº2 ‘Ibéria’ (1905-08) contenida en este DVD es quizás más detallada y concienzuda que la grabada a Celibidache en septiembre de 1992 (EMI 5 56520 2). Sin embargo, el refinamiento puede aquí con el brío y el color, quedándome con la versión en disco que con esta en DVD.
Por lo que a la edición videográfica se refiere, la dirección corresponde a Hugo Käch, Dieter Ertel, Klaus Lindemann y János Darvas. Si bien Sergiu Celibidache es el gran foco de atención de estos programas, los directores reparten planos de forma generosa entre solista, orquesta y podio. Más dinámica y completa es la realización del Segundo concierto para piano de Brahms (Klaus Lindemann), con más zooms, travellings, etc. La dirección en Colonia, sólo dos años antes de la muerte del director rumano, está muy centrada en Celibidache y su(s) rostro(s): alegre y vibrante en Ravel; sereno y poético en Debussy. Es éste un gran acierto de todos los montajes en general: incluir las numerosas y matizadísimas reacciones faciales de Celibidache al desarrollo de la música, que van desde un gozo cuasi místico a alguna que otra reprimenda en el desarrollo del concierto, generalmente por una presencia exagerada de alguna sección orquestal. No son más que pasajes y ejemplos que demuestran hasta qué punto Celibidache no sólo vivía la música, sino que era él mismo música, expansión en el aparato orquestal de su concepto musical, de un acto de interpretación como hecho fenomenológico, que fue lo que cada vez más quiso construir sobre el escenario. De ello, este recorrido de casi treinta años es paradigmático.
La calidad de las imágenes es, en general, buena (blanco y negro para Strauss; color para el resto), con una ratio de 4:3. El sonido es también muy notable, aunque las tomas de Erlangen sean algo más distantes, menos presentes. Pero, repito, tanto las tomas videográficas como las sonoras hacen justicia a los documentos históricos que los realizadores tenían entre manos, y de lo que creo fueron plenamente conscientes. Otro de esos capítulos verdaderamente únicos acaba de ser publicado por el sello EuroArts (2011408), con la edición en Blu-Ray y DVD de la Séptima sinfonía de Anton Bruckner con Sergiu Celibidache dirigiendo a una excelsa Berliner Philharmoniker en su regreso al podio berlinés; lanzamiento que promete situarse entre los más importantes editados nunca en estos formatos. De ello le daremos cumplida información…