Escrito por: María Elisa Flushing
Niccolò Paganini, considerado el más famoso y virtuoso intérprete del violín, es probablemente también una de las figuras más controvertidas de la música. En sus numerosas presentaciones cautivó no sólo a las audiencias en toda Europa, sino también a otros músicos. En París Franz Liszt quedó tan impresionado que decidió convertirse él mismo en el Paganini del piano; “he escuchado el canto de un ángel”, dijo Schubert, y Rossini, que lo consideró un gran compositor, declaró que era realmente “una suerte que Paganini no se haya dedicado exclusivamente a la composición lírica, porque habríamos tenido en él un peligroso rival”.
El talento del violinista genovés y su cadavérica apariencia dieron lugar a toda clase de mitos, amplificados por la antigua creencia que el violín era la consorte del diablo y el violinista era el mismo diablo en persona. Con Paganini, el mito fáustico alcanzó los más altos niveles de credibilidad: se decía que su madre había vendido el alma de su pequeño al diablo a cambio de convertirlo en el más grande violinista de todos los tiempos. El propio Goethe, creador de Fausto, no pudo menos que deslumbrarse ante sus ejecuciones.Son increíbles las historias que se han escuchado en torno a sus presentaciones. Tal vez la más célebre es la del concierto de Leghorn, cuando una cuerda de su violín se partió en un intricado pasaje y la audiencia comenzó a burlarse. No duró mucho la escena, porque Paganini continuó interpretando la pieza con tres cuerdas ante un público ahora asombrado y sobrecogido. A partir de allí, no dudaría Paganini en utilizar este recurso intencionalmente para promocionar e incrementar su audiencia, valiéndose para ello de cuerdas desgastadas de manera que pudiera terminar sus conciertos en tres e incluso en dos cuerdas. Tuvo más adelante la idea de componer piezas completas para una sola cuerda, como Variaciones en la cuerda G. Pero su fama no se limitó sólo a su talento como violinista diabólico: fue considerado también el más grande mujeriego de su época. Paganini estaba muy consciente de su apariencia singular: “No soy un tipo buenmozo, pero cuando las mujeres me escuchan tocar, ellas vienen a mis pies”. Y no fueron pocas las que se divorciaron para seguirlo en sus peregrinaciones.
Resultaría casi imposible para un espectador romántico no persignarse ante un Paganini alto, pálido y delgado, con una nariz prominente, pómulos hundidos y labios delgados que parecían una sonrisa sardónica, llegando al teatro en un carruaje oscuro impulsado por caballos negros, y ejecutando acrobacias con el violín nunca vistas –saltos, doble cuerda, pizzicatos con la mano izquierda y escalas de una alevosía atemorizante-. Pero para un espectador del siglo XXI, la explicación científica de semejante aspecto y proezas manuales tiene una razón no precisamente sobrenatural: Paganini padecía de una enfermedad conocida con el nombre de Síndrome de Marfan.
Se trata de un trastorno genético que causa hipermovilidad articular y quienes lo padecen son personas generalmente altas, con brazos y piernas delgados y dedos en forma de araña (aracnodactilia). El cirujano, científico y humanista Philip Sandblom explica en su libro Enfermedad y Creación que “las muñecas de Paganini eran tan flexibles que podían moverse en todas direcciones y aunque sus manos no sufrían de ninguna desproporción como algunos comentan, su mano izquierda podía duplicar su alcance y por lo tanto tocar las primeras tres posiciones del violín sin necesidad de moverla”. Paganini fue un caso sorprendente de elasticidad: podía doblar sus dedos hacia atrás y tocar con ellos el dorso de la mano. Pero no sería Paganini el incomparable virtuoso que fue si a su condición física no se le hubiera sumado un indudable talento musical y una sólida formación.