La soprano sigue en activo, buscando los repertorios que mejor se adaptan a su estado vocal
Cumplir 80 años ya es de por sí un triunfo vital. La mayoría de divos que llegan a esa edad suelen celebrarlo retirados de la escena. Pero Caballé sigue en activo, buscando los repertorios que mejor se adaptan a su estado vocal, descubriendo joyas líricas en las bibliotecas, canciones del repertorio español, italiano, francés y alemán con las que, cuando está en forma, sorprende al público. Nadie mejor que Caballé sabe que la leyenda Caballé es su peor enemigo, que la comparación con su pasado no tiene sentido porque si la diva catalana sigue pisando los escenarios es porque necesita la emoción compartida del canto para seguir siendo ella misma.
Hablar de Caballé en el Gran Teatro del Liceo es hablar de la historia artística del coliseo barcelonés en el último medio siglo. El domingo 7 de enero de 1962 se estrenaba en España Arabella, de Strauss, su compositor favorito, y con esta ópera se iniciaba una relación apasionada: la soprano barcelonesa ha interpretado en el Liceo sus grandes personajes: Maria Stuarda, Roberto Devereux, Lucrezia Borgia, Il pirata, Aida, Un ballo in maschera, Don Carlo, I vespri siciliani, Manon Lescaut y, naturalmente, Norma: su Casta diva figura entre esos momentos gloriosos que constituyen la banda sonora de una carrera única.
Para millones de espectadores, la generosa y contagiosa risa de Caballé resulta familiar: esa proximidad, esa humanidad ha generado muchos minutos de gloria televisivos. Esa imagen de diva capaz de reinventarse así misma es la clave del éxito mundial de su sensacional vídeo de Barcelona junto al malogrado Freddie Mercury que dio la vuelta al mundo y permanece en la memoria de millones de personas. O sus apariciones televisivas, que la han convertido en una de las artistas más queridas en Austria, Alemania y Rusia. Pero que nadie se engañe, bajo esa apariencia amable se esconde una voluntad de hierro, una artista disciplinada, exigente e intransigente con la mediocridad. Por eso la han respetado siempre directores como John Barbirolli, Herbert von Karajan, Georg Solti, Carlo Maria Giulini, Riccardo Muti, James Levine, Georges Prêtre. Y también grandes directores de escena, como Robert Wilson, que se declara devoto admirador de la gran soprano.
Su carrera refleja también sus gustos y preferencias, con especial atención al belcantismo y el gran repertorio lírico francés y alemán. Y la curiosidad, el empeño en descubrir personajes, óperas y canciones significativas que merecen ser rescatadas del olvido. Ha compartido escenario con las mejores voces de varias generaciones, pero es difícil no destacar su especial química con José Carreras y sus grandes éxitos con Plácido Domingo, Alfredo Kraus o Carlo Bergonzi. Hay críticos que elogian la vocalidad de Caballé, pero critican su faceta como actriz. Nunca ha tenido, es cierto, la revolucionaria fuerza teatral de Callas, ni, por supuesto, el físico de película que hoy se exige en los grandes teatros. Pero no le ha hecho falta para entrar por derecho propio en la historia de la ópera. Y en los concursos de canto, tarde o temprano, las jóvenes promesas acaban escuchando la misma sentencia: el físico es muy importante, pero si tienes una voz como la de Montserrat Caballé, no te hace falta nada más para triunfar en la ópera. ¡Felicidades Montse!