Vía: El Nacional | GERARDO GUARACHE OCQUE
Celebró el bautizo de una obra trascendente, titulada En El Cerrito, del Jorge Glem Cuarteto
Un repleto Teatro de Chacao celebró el bautizo de una obra trascendente, titulada En El Cerrito, del Jorge Glem Cuarteto. No fue un concierto cualquiera. El recinto adoptó nuevas formas y se transformó por un rato en la sala de la mítica mansión de Villa Planchart, precisamente donde el cuatrista, acompañado por el percusionista Diego “el Negro” Álvarez, el bajista Rodner Padilla y el saxofonista Rafael Greco grabaron el álbum.
El sonido corría en todas las direcciones. El sistema de surround que instaló y supervisó el ingeniero Germán Landaeta, artífice del proyecto, creó una atmósfera mágica. La fuerza de los instrumentos resonaba desde todos los puntos cardinales, al igual que los pájaros, el viento y la tranquilidad de las colinas de San Román que arroparon a la audiencia cuando comenzó el “Vals N 5” de Leo Blanco.
“Muchas gracias a todos los que están aquí compartiendo este sueño. No se le puede llamar de otra forma. Es increíble que uno pueda sentir tanta energía positiva de todos los involucrados con este proyecto”, dijo el cuatrista antes de una seguidilla de la cándida “Pras criansas” del brasileño Hamilton De Holanda y la exótica “Wapango” de Paquito D’Rivera.
El video maping fue un factor determinante. Se confabulaban las luces, el sonido y la pantalla de fondo para que el lugar mutara en cada canción. En “El pez volador”, tema que Glem rescató del disco que editó a propósito de su victoria en una de las ediciones del festival La Siembra del Cuatro, el suelo lucía como la arena de una playa y una ola rebotaba exactamente en el umbral en que se unían la evocación y el presente.
Jorge Luis Glem, padre del instrumentista, estaba presente, pero apareció en pantalla hablando de la canción que su hijo le compuso. Se trataba de “Bily”, la misma que grabó con C4 Trío, pero que esta vez, a pesar de ser un merengue caraqueño, fue presentada con una dosis más concentrada de jazz.
El cumanés leyó una larga lista de agradecimientos. Y dijo, con su chispa oriental: “Yo ando incómodo con estos zapatos. Es que me dijeron que era un concierto multimedia y me traje como seis pares”. Y una vez que tocó “Estate”, de Bruno Di Martino, le dedicó el tema más funky de la velada, llamado “ER blues”, al empresario Ernesto Rangel.
El disco fue bautizado con chinguirito, bebida artesanal típica de Cumaná, pero quedaba un par de temas por tocar. Hasta ese momento, el saxofón había sido ejecutado por Eric Chacón. Para sorpresa de muchos, Rafael Greco, integrante original del ensamble, llegó a tocar los últimos temas.
Primero sonó “Sin previo aviso”, canción que, a pesar de tener título, jamás es la misma porque se trata de un jamming, un episodio donde los músicos se dejan llevar por sus instrumentos sin saber qué dirección tomarán. Greco también tocó “Malagueña”, tema del folclore que usaron cuando la noche caía en la quinta El Cerrito, y el sonido de grillos y demás criaturas nocturnas acompañaba al público del Teatro de Chacao.
Para cerrar, Glem les dejó un regalo. Se sentó solo con su cuatro para hacer una de sus demostraciones en torno a la melodía caribeña de “Canción (De qué callada manera)”, de Pablo Milanés. Como es costumbre, exprimió el instrumento. Lo hizo convertirse en percusión, en guitarra española, en lluvia y en muchas cosas. En fin, un acto de magia.