Comida cubana, roncito y, ante todo, mucha música. Así es como recuerda el pianista Chucho Valdés los últimos años que compartió en España con su padre, Bebo, una “vida familiar hermosa” con la que recuperaron “gran parte del tiempo perdido”.
Comida cubana, roncito y, ante todo, mucha música. Así es como recuerda el pianista Chucho Valdés los últimos años que compartió en España con su padre, Bebo, una “vida familiar hermosa” con la que recuperaron “gran parte del tiempo perdido”.
Habían pasado casi dos décadas separados hasta su reencuentro en un histórico concierto en Nueva York en 1978, por lo que cuando Chucho supo hace tres años que su padre empezaba a padecer “alzheimer” decidió trasladarse con él a la localidad malagueña de Benalmádena, explica en una entrevista con Efe.
Durante estos años, juntos cocinaban arroz blanco, frijoles negros y picadillo, se hacían “cubas” con roncito cubano y escuchaban música como habían hecho durante su juventud en La Habana, compartiendo “una vida no solamente de padre e hijo, de alumno y maestro, pero de colegas”.
Mientras Bebo enseñaba piano a su nieto Julián para seguir la tradición de esta familia unida por la música, Chucho trabajaba en su último disco, “Border Free”, que presentará este viernes en Nueva York y cuyo centro gravitatorio es precisamente una pieza en honor a su padre que le compuso meses antes de su muerte.
“Nos reímos muchísimo escuchándola: tuve esa suerte de que la escuchara en vida”, dice Chucho, quien asegura que a su padre “le encantó la idea” del tema, porque “es una mezcla de Chucho con Bebo al mismo tiempo”: con la mano izquierda toca al estilo de su padre y con la derecha al suyo propio.
Ante el empeoramiento de la salud del mítico pianista cubano, sus hijos decidieron llevarle a Estocolmo (Suecia) y allí, donde había sido enterrada su última esposa, Rose-Marie, fallecía el 22 de marzo dejando atrás un enorme legado de jazz afrocubano que, sin embargo, fue silenciado en su propia tierra.
Bebo había decidido abandonar Cuba en 1960 al negarse a denunciar a su amigo Humberto Suárez, como le exigían las nuevas autoridades surgidas tras el triunfo de la revolución, y desde entonces su música estuvo vetada en la isla, lo que generó una “frustración horrible”.
Preguntado sobre si cree que la herencia musical de su padre logrará romper los muros del silencio que durante tanto tiempo se levantaron en Cuba, Chucho Valdés se muestra confiado, pero remarca: “Y si no pasa, entonces lo haría yo mismo: haría todo lo posible por que se toque su música”.
Para recordar ese legado, Chucho Valdés tocará “Bebo” este viernes durante la presentación de su nuevo disco en un concierto en el teatro Town Hall, que forma parte del Blue Note Jazz Festival de Nueva York, la misma ciudad en la que padre e hijo se reencontraron hace ahora 35 años.
Fue en un concierto en el Carnegie Hall y Chucho todavía recuerda cómo después del espectáculo se fueron a casa de su tía y pasaron toda la noche hablando de todo lo que no habían podido hablar durante 18 años. “Fue un impacto tremendo, el encuentro no tiene explicación de la emoción tan fuerte después de tantos años”.
En “Border-Free”, Chucho Valdés también rinde homenaje a su madre, con una versión instrumental de su famoso “Pilar”, y a su abuela, con otro conocidísimo tema como es “Caridad Amaro”. Completa así un tributo a los “cuatro premios más grandes” que le “ha dado Dios”: su abuela, su madre, su padre y la música.
El disco, que saldrá a la venta en Estados Unidos el próximo 9 de julio, rompe fronteras entre géneros musicales, culturas y ritmos, aunando sonidos aparentemente tan diferentes como los afrocubanos, el jazz, el flamenco, los marroquíes y hasta de los indios comanches de este país.
Chucho explica que, a finales del siglo XIX, unos 700 comanches fueron deportados a Cuba y allí se establecieron, haciendo un tipo de música propia que, pese a no haber quedado registrada, él trata de explorar en “afro-comanche”, en una especie de “Mardi Gras, como un carnaval indio africano”.
¿Cómo unir todos esos ritmos en una nueva obra coherente y nueva? “Es bastante difícil, pero no es tratar de hacerlo ni de fabricar: me sale orgánicamente, porque es parte de la formación que tuve de niño”, responde este cubano, que se sentó por primera vez a tocar las teclas negras y blancas de un piano a los tres años, siempre tratando de imitar a su padre.