El aclamado director indio Zubin Mehta se presentó el pasado sábado 24 de agosto en el Teatro Colón de Buenos Aires con la Orquesta Filarmónica de Israel fué el primero de dos conciertos que ofreció en el mayor escenario de la lírica argentina. Aquí una crítica del concierto.
Por Federico Monjeau | El Clarin
Zubin Mehta es tan afectuoso y sensible en la interpretación como rígido y conservador en la seleccción del repertorio. Parece tener esquemas fijos. En su gira anterior con la Filarmónica de Israel había hecho en un mismo programa Sinfonía N° 41 de Mozart con Sexta de Mahler; en este último concierto la variación no pudo ser más acotada: de Mozart, Sinfonía 40 en vez de 41; de Mahler, la Quinta en vez de la Sexta.
Se sabe que por lo general los directores se vuelven más conservadores en las giras, pero Mehta ha hecho de esta tendencia una ley económica inflexible. Tal vez Barenboim sea hoy el único director de primera línea que discuta las puras leyes del mercado musical y nos haga escuchar obras como las Cinco piezas para orquesta de Schoenberg (como ocurrió en su gira de 2008 con la Staatskapelle), obra que dicho sea de paso el propio Mehta estrenó aquí en los ‘60 al frente de la Sinfónica del Estado. Al indio no se lo volvió a oír ese tipo de aventuras.
También es cierto que, a pesar de fatigado por Mehta y por su orquesta, el par Mozart-Mahler no carece de atractivo en su complementariedad y variedad, que va de la transparencia a la caleidoscópica orquesta mahleriana. En ese sentido, Mehta se parece a Barenboim en su cruzada contra la especialización musical: piensa que la misma orquesta que toca Mahler puede hacer Mozart si se observa el equilibrio adecuado. En este caso, empleó 10 primeros violines para Mozart y 16 para Mahler. Y ambas interpretaciones resultaron igualmente convincentes. La levedad mozartiana se plasmó sin sacrificar el intenso dramatismo de los desarrollos tardíos del autor. Mehta consigue todo eso con una notable economía de gestos, y prácticamente con la misma economía conduce las mucho más complejas y cambiantes alternativas mahlerianas.
Es como si el director, una vez que definió las líneas maestras de la ejecución, simplemente dejase hacer; eso tuvo un ejemplo (visual y auditivo) particularmente feliz sobre el final del bellísimo Adagietto, cuando Mehta deja caer la batuta en elmorrendo de la cuerda con la mirada todavía fija en los primeros violines y antes de que el maestro vuelva a erguirse el corno ya da la primera nota del Finale. Una rara mezcla de espontaneidad y sabiduría recorrió la ejecución de punta a punta.