Vía: El País.com.co Por: Umberto Valverde I Especial para GACETA
Relato. Pocos saben que el más grande trompetista de jazz de todos los tiempos estuvo en Cali, tocando en el Teatro Municipal. Sucedió en junio de 1982 frente a un auditorio prácticamente vacío. A 20 años de su muerte, reproducimos este relato de Umberto Valverde quien tuvo en frente a esa leyenda del bebop. Fiebre de jazz.
Cuando entré a la cafetería del Aristi y divisé a Horacio Bustos y Santiago Gutiérrez comprendí que en esa mesa estaba Dizzy Gillespie. Bustos y Gutiérrez eran los empresarios para Colombia. Estaban almorzando. Le di la mano y me sonrió. Mientras comía sus espaguetis miraba a todos los lados y hablaba continuamente. Tomaba las papas fritas del plato de Bustos. Este le habló de mí y de mi novela sobre Celia Cruz. Le mostró la revista Al Día donde habían hecho un buen reportaje fotográfico a la cantante cubana.
Cuando Dizzy Gillespie se detuvo en la portada a color de Celia me dijo, casi por señas, que era su amigo. Al verme en una foto con ella abrazado me pidió que le dedicara un ejemplar del libro que yo llevaba en mis manos. Fue entonces cuando empezamos a conversar con la mediación de Horacio, quien traducía mis preguntas y sus respuestas.
Por primera vez una gran figura del jazz venía a Cali. Después de Thelonious Monk, a quien había visto y oído en México hace más de diez años, Gillespie era otro de los grandes que encontraba en mi camino. Gillespie es conocido como el gran maestro del bebop, por su relación con Charlie Parker y su interés por fusionar la música negra americana, el jazz, con la música negra antillana, los ritmos cubanos.
Cuando le pregunté por su relación con Charlie Parker no tuvo problema en decirme que le era difícil hablar de una amistad que había durado tanto tiempo. Además, agregó, era mucho lo que se había escrito acerca de ellos, incluso un libro muy detallado. Terminó diciendo que prefería hablar del presente y del futuro.
Los grandes de la época
Gillespie nació en Carolina del Sur el 21 de octubre de 1917. Su padre era músico aficionado. Cuando Dizzy tenía 14 años empezó a tocar el trombón. Roy Eldridge fue el gran modelo de Gillespie. En 1937 entró a reemplazarlo en la banda de Teddy Hill. Por los años cuarenta, en el Minion’s se encontraron los grandes de la época. Acostumbraban a formar una banda integrada por Thelonious Monk, el guitarrista Joe Guy, el baterista Kenny Clarke y el bajista Nick Fenton.
En 1943 Dizzy Gillespie y Parker formaron un combo que tocaba en la calle 53. Esta fue la calle del Bop. En 1944 hicieron su primera grabación juntos. En 1947, Dizzy muestra interés por los ritmos afrocubanos. Tocaba con los músicos de la orquesta de Machito.
En este año incorpora a Chano Pozo, baterista en su Big Band. Jelly Roll Morton había hecho algo parecido antes y le llamaba el tinte español. Es preciso anotar que durante la Crisis, un grupo dirigido por Noro Morales tocaba música cubana en un club nocturno de Harlem. Stan Kenton también lo precedió.
Un año antes había grabado un número llamado ‘Ecuador’. En la primavera del 47 realizó su tema ‘Machito’ usando una pareja de percusionistas de la orquesta del músico que llevaba este nombre. En septiembre, Kenton tenía una orquesta nueva en la cual estaba un guitarrista brasileño, Laurindo Almeida, quien más tarde trabajó con Stan Getz. Posteriormente en la orquesta de Gillespie figuró el bongosero Sabú Martínez. Es de recordar a Fats Navarro, un trompetista que murió muy joven. Era en parte cubano, en parte negro y chino, precedía de Key West, una ciudad muy hispana.
Entonces le pregunto a Dizzy Gillespie por Chano Pozo y lanza un alarido: ¡uuuuuuuuuuuuuuuuuu!
Después habla: “A mí me interesan, no en orden de prioridades, la música cubana, la oriental y la brasilera. Eventualmente esto tiene que llegar a una unificación con el jazz, es preciso que se produzca una sola música, y posiblemente esa síntesis de estas músicas distintas sea yo”. Se ríe. Goza con lo que ha dicho. Insisto en Chano Pozo hasta que por fin me habla. No quiere referirse a él, es muy difícil destacar un aspecto, era un músico verdadero.
Le preguntó por Sabú Martínez. Tose. Y evade el tema musical. Nos dice que cuando fue a Europa, Sabú se había casado nueve veces en Suecia. Nos cuenta la triple nacionalidad de Fats Navarro. Y agrega algo: en términos musicales prefiere a los puertorriqueños. En este proceso de lograr la fusión entre el jazz y la música antillana ellos tienen una gran importancia.
Lo interrogo acerca de sus gustos por los músicos latinos de Nueva York. Y me habla de Ray Barreto: lo ha visto crecer y desarrollarse. También menciona a Andy y Jerry González, originarios de Puerto Rico. Se refiere a Willie Bobo (así lo pronuncia), a quien elogia porque conoce a la perfección las dos músicas. Por último, se expresa bien de Santana. Le pregunta por el cuento ‘El perseguidor’ de Julio Cortázar sobre Charlie Parker. No lo conoce.
Rumbo al escenario
Cuando habla de público sostiene que no es posible hablar de frío o caliente. La responsabilidad es del músico que debe provocar esa comunicación. Por eso un espectáculo de Gillespie no tiene fin previsto. No trabaja sobre el programa.
Cae la tarde. Gillespie quiere comprar ropa y utensilios de cuero. Busco en la guía telefónica. Encuentro una dirección cercana del hotel Aristi: por la calle 15. Con Dizzy y su secretario-guardaespaldas me voy caminando. Todo el tiempo hablan. Y cuando pasa una mujer atractiva, Gillespie pega un alarido.
Luego los llevo en un taxi viejo al hotel. Más tarde nos encontramos en el Teatro Municipal. Supuestamente es el ensayo. En su grupo hay un cubano, el baterista, Ignacio Berroa, que graba con la SAR de Roberto Torres. Hace poco salió de la isla. Había estado antes en Cali acompañando a una cantante de la nueva trova, Sara María.
Arman los instrumentos. Gillespie ensaya su trompeta de cuerno hacia arriba. Y es ahí cuando vemos, en persona, sus cachetes que se inflan cuando toca. Son impresionantes. Algo semejante sucede con la garganta de Chocolate Armenteros. Cada uno por su lado. Tocan por momentos. Gillespie se arrima a Berroa y le tararea un tema para que este cambie el ritmo de sus palos. Cuando lo consigue, Dizzy ríe satisfecho. Hace unos pocos solos. Y en menos de veinte minutos regresa al hotel.
Lo sabíamos de antemano: poca gente. ¿El motivo? Quizá la ignorancia. Nadie sabe quién es Gillespie. El empresario Bustos permite que la gente de galería baje a luneta. Ni así se llena. Dizzy Gillespie, con su cachucha y su trompeta, dice unas cuantas palabras en español, convencionales, mucho gusto, buenas noches. Despliega su humor. Gillespie es también un excelente cómico. Es un hombre de espectáculo. Suena la música.
Los pocos asistentes nos emocionamos. Es el entusiasmo de ver al genio. Nunca antes un músico de su nivel y estirpe había estado en el Teatro Municipal. Es el jazz auténtico. Cuando canta nos ubica en Nueva Orleans. Después de la despedida, un tema más. Vamos al camerino. Allí está sentado, sonriente. Habla con más de veinte personas que lo han rodeado. Queremos llevarlo al Abuelo Pachanguero para que vea el Cauca, pero el secretario-guardaespaldas se aparece con una negra sabrosa que él había conocido por la tarde. Mientras salimos, Dizzy, con sus 65 años, la arrincona en el pasillo.
Naturalmente, no hay salida de remate. Qué importa. Hemos oído y visto a Dizzy Gillespie. Eso nos basta por este viernes. Es suficiente con la ebriedad de la música. Nos sentimos plácidos, contentos. El gran arte de Dizzy Gillespie ha estado a nuestro alcance. Hemos conocido a uno de los más grandes del jazz. El más grande de la trompeta.