El pianista británico Derek Paravicini ofreció ayer su primer concierto en España
Entre el asombro, la curiosidad y la emoción. Así ofrecía Derek Paravicini ayer, en el Colegio de Médicos de Madrid, muestras de su extraordinario genio musical: del tango de Piazzolla, al jazz de George Shearing, pasando por «El amor brujo» de Manuel de Falla o la virtuosística partitura de «El vuelo del moscardón» de Rimsky-Korsakov… Tan solo una pequeñísima selección de las docenas de miles de piezas musicales que se agolpan en la cabeza de este joven británico de 34 años (le han llegado a llamar el «ordenador musical» y le han comparado con un iPod) que llegó demasiado pronto a este mundo.
Alumbrado tras 25 semanas de gestación y con poco más de un kilo de peso, el oxígeno que le fue aplicado para sobrevivir le dejó ciego y le provocó deficiencias que derivarían en un autismo severo. Un trastorno, «que no nfermedad», que provoca dificultad a la hora de relacionarse y de comunicarse a través de las palabras. Sin embargo, Paravicini encontró su propio lenguaje para expresar sus emociones: la música.
Con dos años y medio, el joven británico, que tiene oído absoluto (una de cada veinte personas autistas lo tiene), tocaba ya el piano; y con cuatro se sabía varias piezas aunque no tenía técnica. «Cuando le conocí en la Lodge School para personas ciegas de Londres, me empujó de la banqueta para ponerse él a tocar el piano. Lo hizo con todo lo que podía: las manos, los codos, la nariz… Nunca había conocido a nadie con tanto entusiasmo aunque no sabía como hacerlo, porque era ciego de nacimiento», recuerda Adam Ockelford, músico, compositor, pedagogo e investigador que lleva casi tres décadas trabajando con Paravicini. «Los primeros años no fueron fáciles, pues tenía que enseñarle los diferentes tonos».
Pero durante el arduo trabajo también hubo momentos inolvidables, como cuando ofreció su primer gran concierto, a los 9 años, en el Barbican Centre de Londres junto a la Royal Philarmonic. Desde entonces este tándem –maestro y alumno, «aunque después de tanto tiempo la relación va más allá de eso»– ha recorrido el mundo. De Estados Unidos a Japón, pasando por Australia para tocar (Paravicini) y ofrecer conferencias (Ockelford) sobre las virtudes de la música en personas que padecen este tipo de trastornos (hace treinta años la estadística era de una entre 10.000, y ahora es de una entre 100). Ayer, gracias a la Fundacion Orange, ambos actuaron en España.
Derek Paravicini tiene en su cabeza docenas de miles de piezas musicales
«Derek es feliz cuando toca, aunque lo más importante no es la música porque nunca toca para sí sino para otras personas. Para él la música es como una especie de pegamento social que le permite tener contacto con la gente y hacer amigos. Habla con fluidez a través de ella». El pianista británico es capaz de interpretar cualquier pieza no muy compleja tras escucharla una sola vez. «Pero no se trata de repetir simplemente, también improvisa –matiza Ockelford–. Cada concierto que ofrece es diferente aunque las piezas sean las mismas». Para su debut en España, que agotó las entradas, el pianista se aprendió algunos fragmentos de «El amor brujo» de Manuel de Falla. «El año pasado yo le compuse una obra para orquesta que tenía once mil notas musicales. Tardó cincuenta horas en aprenderla», explica Ockelford.
Paravicini se ha convertido en un fenómeno internacional. Sus interpretaciones han recibido más de un millón de visitas en la web, y tiene en su haber grabaciones como «Echoes of the Sound to Be». Su biografía oficial, «In the Key of Genius», escrita por Ockelford, fue publicada en 2007.