Vía: milenio.com | Por XAVIER QUIRARTE
México | En un artículo para Newsweek, Karen Bartlett habla sobre el lugar donde descansan los restos de Malcolm X, asesinado hace medio siglo en el Salón de Baile Audubon, en Harlem, debido a su lucha a favor de los derechos civiles en Estados Unidos. “Yace en el Cementerio Ferncliff, lejos de su gente, rodeado por un anillo de casas campestres y campos de golf, junto con otras celebridades como Judy Garland, Joan Crawford y Ed Sullivan”, escribe la periodista.
Bartlett entrevista a la hija del líder, Ilyasah Shabazz, quien le advierte que, aunque su voz no ha sido silenciada, es un personaje que no es comprendido en la actualidad. Le preocupa que su padre comience a ser “borrado de la historia”. Para contrarrestar la mala interpretación de su legado, anunció varios proyectos, como el de convertir el Salón de Baile Audubon en un centro cultural activo en memoria de su padre.
Irónico que Malcolm X muriera en el Audubon, porque bailar y escuchar música fueron pasiones de su juventud, como se puede leer en el libro Autobiografía de Malcolm X, escrito por Alex Haley a partir de una serie de entrevistas. Contiene numerosos testimonios de la cultura jazzística de los años 40 del siglo pasado.
Hace poco se subastó una carta suya enviada en 1950 desde prisión —donde estaba encarcelado por robo—, en la que advierte la situación de los afroamericanos en esos años y su refugio en la bebida, la mariguana y “todo tipo de cosas para aliviar nuestra alma. Continuamente hemos buscado el encanto de la vida nocturna para crear una especie de paz dentro de nosotros mismos. Hemos volteado a la música con mucha frecuencia por sus efectos reconfortantes”.
En el libro, Detroit Red, como se le conocía en su juventud, habla de las actividades delictivas en las que participó, tras haber trabajado como bolero, despachador en una fuente de sodas, en una compañía de papel tapiz, como mesero y cocinero. Lo mismo distribuía drogas que hacía apuestas o llevaba a cabo pequeños hurtos.
También menciona el placer que le causaba estar entre los jazzistas. Con gracia recuerda al cantante de blues Jimmy Rushing, cuyos pies, dice, eran “largos y de una forma chistosa, no como todos los pies largos, sino que eran rollizos y redondos, como Rushing”. Por él conoció a otros integrantes de la banda de Count Basie, como Lester Young, Harry Sweets Edison, Buddy Tate, Don Byas, Dickie Wells y Buck Clayton.
Emocionado, describe cómo todos estos músicos “estaban sentados en mi silla y mi trapo de lustrar sonaba al ritmo de todos sus discos, los cuales me daban vueltas en la cabeza. Los músicos nunca han tenido, en ningún lugar, un mejor fan bolero que yo”.
Su descripción del ambiente jazzístico es deslumbrante: “Nueva York era el cielo para mí. ¡Y Harlem era el séptimo cielo!”. Con el pelo teñido de rojo —de ahí su apodo—, comenzó a relacionarse con la gente del ambiente nocturno. Varios músicos se volvieron sus amigos, como el baterista Sonny Greer, el violinista y cantante Ray Nance y el trompetista Cootie Williams, ambos de la banda de Duke Ellington.
Para darnos una idea de la riqueza del jazz de entonces, leamos un fragmento donde recuerda que “incluso los lugares pequeños en los sótanos con espacio únicamente para un piano tenían artistas de teclado fabulosos, como James. P. Johnson y Jelly Roll Morton, y cantantes como Ethel Waters. Y a las cuatro de la mañana, cuando todos los clubes legítimos tenían que cerrar, los músicos negros y blancos de toda la ciudad venían a los lugares que abrían toda la noche para sostener palomazos de 30 a 40 músicos que podían durar hasta el día siguiente. Nunca me perdía a mis amigos músicos donde tocaran, ya fuera en Harlem, en los grandes teatros o en la Calle 52”.