La violonchelista regresa a Barcelona como solista de lujo de la OBC y habla de sus experiencias como artista de la clásica
Vía: www.lavanguardia.com | Por MARICEL CHAVARRÍA
No había vuelto a haber otra cellista mujer que recordara la fuerza y personalidad de una Jacqueline du Pré, hasta que irrumpió en la escena musical la joven Alisa Weilerstein. La artista estadounidense se dejó apadrinar por el que fuera esposo de la malograda Du Pré, Daniel Barenboim, que revivió con ella una pieza emblemática en su carrera: el concierto de Elgar. El flechazo tuvo lugar hace un lustro en Oxford, con motivo del llamado Konzert Europa, el concierto que cada primero de mayo celebra la Filarmónica de Berlín en una ciudad europea. Aquel Elgar de Barenboim y Weilerstein quedó para el recuerdo. Aunque también para el recuerdo había quedado el concierto de Dvorák que interpretó la cellista con solo 12 años, en su debut en el Carnegie Hall. Hablar de Alisa Weilerstein, de 33 años, es hablar de un prodigio cuya carrera es hoy por hoy imparable. Por fortuna no se cansa de tocar en Barcelona. Dio en mayo un recital en el Palau de la Música y este fin de semana es solista de lujo de la OBC en L’Auditori. Nada menos que con el concierto número 2 de Shostakóvich.
-Su infancia transcurrió en Cleveland, una ciudad con una excelente orquesta y mucha afición por la clásica. ¿Cómo empezó lo suyo con el cello?
-Por puro instinto, de la manera más irracional: tenía yo tres o cuatro años cuando le pedí a mi madre que quería un violonchelo y un profesor. Lógicamente trató de convencerme de que era demasiado pequeña, pero yo insistí e insistí, una semana y otra. Y a los cuatro años recibí mi primer cello que era del tamaño de una viola, ja ja.
-¿Por qué ese delirio?
-Ni idea. Sólo lo sentía así. Es mi instrumento favorito, porque es el más humano, el que tiene una conexión más directa con el alma y esa capacidad de expresar las cosas más profundas. Además tiene un registro amplísimo, mucho más que un violín. Va del contrabajo a la más hermosa coloratura que pueda expresar voz humana. Claro que yo venía de una familia de músicos: mi padres es violinista, mi madre pianista y mi hermano, que es menor que yo, es director de orquesta y violinista. Yo me crié entre cuartetos, quintetos y tríos, pues mis padres son músicos de cámara. Recuerdo que con mi padre tenía un ritual que era escuchar ‘Don Giovanni’, me volvía loca la escena del commendatore, aunque no era entonces consciente de lo que sucedía dramatúrgicamente, no sabía que moría en el infierno, sencillamente la música me tocaba.
-Y ahí está su cello… (apoyado en la pared del camerino de L’Auditori).
-Sí, mi novio. Un Montagnana de 1723 que descubrí hace un año y unos meses. Antes tenía un William Foster de 1790, lo tuve durante 16 años, pero al tocar el Montagnana por primera vez lloré. ‘¿Dónde habías estado toda mi vida?’, pensé.
-¿Con qué se expresa mejor? ¿Cuál es su repertorio favorito?
-Siendo cellista no puedo permitirme el lujo de sentir afinidad por determinado repertorio, he de tocarlo todo, el repertorio no es muy vasto. Me gusta interpretar piezas de autores de mi tiempo. El alemán Matthias Pintscher está escribiendo un concierto para mí y también el francés Pascal Dusapin. Creo que es nuestro deber contribuir a ampliar el repertorio actual. Mi inspiración en este sentido es Rostropóvich, porque tenía relación con Shostakóvich, con Prokófiev… Era un muso para Shostakóvich, un fenómeno, un instrumentista que podía hacer cualquier cosa, su cello tenía la capacidad de expresar todas las emociones… Y eso era algo vital en la Rusia de aquel tiempo, en un mundo tan cruel.
-¿Y cómo encara usted el segundo concierto de Shostakóvich, de lenguaje tan contemporáneo y no precisamente de fácil comprensión para el público?
-Es importante decir que Shostakóvich no fue solo, como suele decirse, la voz de su gente. Fue un gran músico, con sentido de estructura, de la orquestación, de sacar lo máximo de los músicos, y sí, también una gran voz para su gente. Podía decir con su música lo que no podía expresarse entonces con palabras. Y el concierto núm. 2 es una obra tardía, de un periodo en que estaba muy enfermo y en el que su música comenzó a cambiar: tenía muchamás reflexión y resignación. Comienza con un movimiento muy largo, luego otro de apenas cuatro minutos y un tercero de nuevo largo. La estructura en sí ya es rara. El arranque es minimalismo puro, con una línea de cello muy baja, un cello deprimido, casi roto. Y luego va creciendo instrumento por instrumento, hasta alcanzar un clímax que es una guerra que es establece entre el propio cello y la grancassa. El segundo movimiento es casi un scherzo, pero no… de hecho se inspira en una canción popular que cantan los vendedores de pan en la carretera, pero también las prostitutas… algo muy vulgar, sarcástico, de un humor negro. Y el tercer movimiento llega sin pausa, con una fanfarria entre cornos y percusión, y una cadencia entre el cello y la tamburina. Esa cadencia es por momentos casi romántica, como una alucinación, y me da la sensación de que casi siempre es irónica, excepto la última. La última es una pregunta: ¿hay esperanza en este mundo? ¿Podría ser distinto? Y la respuesta es un rotundo no, no hay nada bueno en este mundo. Es una total negación.
-¿Cuándo lo escuchó usted por primera vez?
-Siendo adolescente. Y ¿sabe?, sentí una conexión directa. Es el poder de la música de Shostakóvich. Mucha gente se pregunta cuál de sus dos conciertos para cello es más difícil: emocionalmente le diría sin duda que el segundo. Cuando acabo este concierto no quiero ver a nadie, sólo quiero sentarme en la habitación y quedarme mirando la pared. Suelo ser muy sociable cuando acabo los conciertos, me gusta ir a cenar y relacionarme, pero después de esta pieza necesito unos minutos para salir de este mundo tan oscuro.
-Lo acaba de grabar con la Bayerischen Rundfunks dirigida por Pablo Heras-Casado en Múnich.
-Sí, y estamos planeando otras grabaciones con Decca, mi sello. Además tengo proyectos con compositores, y también con músicos de cámara para un proyecto estable. En mi agenda tengo por delante trabajar con las mejores orquestas y directores.
-Barenboim pareció ver en usted otra Jacqueline du Pré. ¿Le pesó esa expectativa viniendo del reputado maestro?
-Jacqueline du Pré es mi cellista favorita, vaya esto por delante. También Casals, Rostropóvich o Yo-Yo Ma, pero sobre todo ella. No osbtante, con Barenboim hablamos mucho de música. Tiene tantas ideas y tan inspiradoras que no pensé en eso en aquel momento. De hecho tocamos también el concierto de Dvorák, piezas Schumann… Aprendí muchísimo con él, sobre la estructura, sobre cuestiones técnicas. Barenboim sabe tanto de digitación y cosas tan especiales que sólo puedes convenir en que sabe de lo que está hablando.
-Estudió usted Historia en Columbia mientras iba a clases en la Juilliard, en Nueva York.
-Sí, pero nunca dudé de que mi vida estaría dedicada al cello.
-Está casada con un director de orquesta venezolano y vive a caballo entre Nueva York, Berlín y Caracas. Dígame, una mujer joven como usted, una artista del nuevo siglo… ¿sintió alguna vez alguna diferencia de trato por ser mujer?
-Yo nunca me sentí diferente y sin embargo, el mundo es como es. Hemos evolucionado, qué duda cabe, pero son progresos lentos. Fíjese que una violinista que ahora tiene sesenta años y que en los años setenta y ochenta del siglo pasado tenía una muy buena carrera, me contaba que en 1982, el año en que yo nací, recibió una carta de una orquesta rechazándola para aquella temporada porque, decían, tenían “demasiadas solistas mujeres” aquel año. Eso ahora no podría pasar, sería ilegal, y bien mirado no hace tanto que ha sucedido. ¿Usted qué opina?
-Que no se explica por qué no hay directoras de orquesta.
-Sí las hay. Bueno, son tres, es verdad. Yo siendo mujer, joven y norteamericana sí sentí que en Europa las cosas no eran fáciles. Se trataba más de una sensación, una vibración que ahora siento un poco menos. Pero, sí, siendo más joven sentí que se me recibía con escepticismo. Como si dijeran… “¿Y tú quién eres, qué sabes tú de nuestros músicos? Esta música es para hombres, hombres con fuerza, eres demasiado menuda y frágil para tocar Shostakóvich”.
-¿Y qué hizo?
-Pensé… “voy a tocar con naturalidad, voy a ser yo misma”. Y casi siempre dio resultado.