El 25 de abril se cumple un siglo del nacimiento de una de las voces más prodigiosas de la música popular del siglo pasado, que marcó a fuego la historia del jazz.
Vía: www.clarin.com | Por César Pradines
Fue una de las grandes cantantes del Siglo XX y probablemente la voz más importante del jazz. Considerada la “Primera Dama de la Canción”, el martes se cumplen cien años del nacimiento de Ella Fitzgerald, una artista de un talento innato y una calidad vocal absoluta. Nació como cantante de orquesta; sin embargo, su carrera la mostró como una vocalista de una versatilidad única, que trascendió los diferentes géneros. Tuvo su reconocimiento a través de sus 13 premios Grammy ganados y más de 40 millones de discos vendidos durante su prolongada trayectoria, que comenzó en 1934 y cerró en los ’90. El 15 de junio de 1996, por la tarde, falleció en su mansión de Beverly Hills, acompañada por su hijo Ray Jr. y su nieta Alice.
Ella fue una artista completa, una virtuosa que manejó su voz como un instrumento y que ganó así el respeto de una generación de artistas de la talla de Louis Armstrong, Duke Ellington, Charlie Parker y Count Basie, entre tantos otros. Mezzosoprano de una potente proyección vocal y una fuerte autoridad rítmica, dominó como nadie el arte del scat (canto onomatopéyico y muy rítmico), atribuida su invención a Armstrong al que le robó evidentemente la patente. A los 17 años ganó un concurso amateur de canto en el célebre teatro Apolo, de Harlem, en Nueva York. Hizo Judy, de Hoagy Carmichael, y el éxito fue tan completo que debió cantar una más, The Object of My Afections; ambos temas eran de un disco de las Boswell Sisters que Ella escuchaba en los bares. En realidad se iba a presentar en el concurso de baile, otra de sus pasiones, pero al ver lo hecho por las Hermanas Edwards sobre el escenario se desmoralizó y cambió de disciplina. Decidió cantar, y sin duda fue lo mejor para todos. Recibió los dólares y el saludo del saxofonista y arreglador Benny Carter. Fue él quien la vinculó con el baterista Chick Webb, en cuya orquesta debutó en 1935.
La orquesta de Webb, en el Savoy Ballroom, era endemoniadamente rítmica. Con arreglos de Edgar Sampson ganó todas las batallas; incluso, al “Rey del Swing”, Benny Goodman. A una gran orquesta con la mejor voz del jazz no podía irle mal. Con A-tisket, A-tisket, en 1938, vendieron más de un millón de discos, algo inaudito para la época. Su candorosa gracia vocal contrastaba con la expresividad oscura, tórrida inclusive, de Bessie Smith y Billie Holiday. Su entonación impecable, su seguro sentido del swing y su tono inocente, casi infantil, transmitían una feliz exaltación que el público supo largamente valorar. A la muerte de Webb, con sólo 22 años, Ella quedó como bandleader de la orquesta, hasta que en 1942 la disolvió para comenzar su propia carrera.
Su infancia había sido tan sombría como muchas otras, en la comunidad negra, más aún siendo pobre. Ella Jane Fitzgerald, nació el 25 de abril, en Newport News, Virginia; su padre las abandonó a poco de nacer y con su madre Temperance se mudaron al barrio de Yonkers, en Nueva York, en 1922. Trabajó como “campana” de un burdel y también como “recadera” de un pequeño capitalista de juego clandestino. Tras la muerte de su madre en un accidente de tránsito, Ella dejó la escuela y sus problemas con la ley la terminaron por llevar a un reformatorio del que se escapó al poco tiempo.
Sin duda su talento y sus valores de vida le permitieron desarrollar una prolongada carrera artística alejada de inconvenientes con sustancias o de violencia doméstica, dos asuntos bastantes comunes en el mundo del jazz. Mientras que en la Era del Swing alcanzó su primer estrellato, en los años ’50 extendió su reputación hasta transformarse en un nombre familiar incluso en ámbitos no jazzísticos. Su creatividad le permitió también adaptarse al bebop, en el que brilló a pesar de todas sus complejidades. Su participación en la orquesta de Dizzy Gillespie, entre 1945 y 1947, con la que grabó Flying Home y Lady Be Good, dos joyas del jazz vocal, consolidaron definitivamente su fama.
En 1947, Fitzerald se casó con el contrabajista de Gillespie, Ray Brown (de quien se separaría en 1952), con quien adoptó a un niño, Ray Jr. Fue Brown quien la presentó en 1946 al productor Norman Granz que se convertiría en su manager e impulsaría decididamente su carrera. Tanto en los tríos de Brown como con la Jazz At the Philarmonic, la espléndida voz de Ella se lució en cualquier contexto: swing, bebop, música popular, y hasta abordó con gran nivel diferentes songbooks de compositores como Jerome Kern, Cole Porter, Duke Ellington y Gershwin. “Nunca supe bien qué eran nuestras canciones hasta que oí a Ella cantarlas”, admitió un encantado Ira Gershwin.
De sus poco más de 200 discos hay algunos olvidables, pero la mayor parte de estos trabajos tiene nivel y calidad, incluso hasta cuando coqueteó con el pop. De su discografía se destacan su primer trabajo como líder junto con Ray Brown Ella & Ray (1948), Lullabies Of Birdland (1954); sus tres inolvidables trabajos con Armstrong: Ella & Louis” (1956), Ella & Louis Again (1957) y Porgy and Bess (1958); Mack The Knife, Ella in Berlin (1960) y el célebre Ella At Duke’s Place (1965). Hay otros, como Ella & Oscar, con el pianista Oscar Peterson, en 1974 y Fitzgerald & Pass (1975) con Joe Pass donde Ella brilla en excelente forma. Su tremendo éxito en ventas podría reflejarse en una cifra: 43 discos grabados entre 1956 y 1966.
En 1974 actuó durante dos semanas en Nueva York con la orquesta Count Basie y Frank Sinatra. En 1987 recibe en la Casa Blanca la Medalla Nacional de las Artes de manos del presidente Ronald Reagan.
Los problemas tanto de corazón como en su vista la fueron retirando de la escena. En 1991 dio su último concierto en el Carnegie Hall; era su vigésima sexta presentación en ese escenario. A raíz de la mala circulación provocada por la diabetes, que ya la había dejado virtualmente ciega, le debieron amputar las dos piernas por debajo de la rodilla. No pudo recuperarse de esta cirugía y entonces decidió retirarse hasta el final de sus días junto a los suyos. Definía su arte con una sinceridad absoluta: “Canto para transmitir felicidad”.
Ella, Marilyn y el Mocambo
Norman Granz no fue el único que siempre defendió la idea de una orquesta integrada y con los mismos derechos. Otra firme defensora de la igualdad de derechos fue Marilyn Monroe, admiradora además de la cantante. “Tengo con Marilyn Monroe una deuda real. Fue por ella que canté durante una temporada en el Mocambo, un club nocturno muy popular en los años ’50, en Los Angeles. Ella, personalmente, llamó al dueño del club, Charlie Morrison, y le dijo que quería que me contratara de inmediato; y que si lo hacía, tomaría una mesa de adelante todas las noches. Le dijo a él -y era verdad, debido al estatus que tenía Marilyn- que la prensa iría ‘salvajemente’ a verlas. Morrison dijo que sí y Marilyn estuvo allí, en su mesa delantera, todas las noches. La prensa inundaba el local. Desde ese momento nunca tuve que volver a cantar en un club pequeño. Marilyn era una mujer inusual; un poco adelantada a su época, y ella no lo sabía”, contó Ella.
Ella y Buenos Aires
Ella Fitzgerald estuvo tres veces en Buenos Aires: en 1960, 1967 y 1970. Las crónicas de aquellos años destacan su potente entrega y talento para saltar de una balada a un tema bebop. La crítica fue unánime en juzgarla acertadamente como una cantante excepcional. El pianista Tommy Flanagan, quien acompañó a Ella en una de sus presentaciones en nuestra ciudad, contó que “de pronto se salía de la rutina y proponía cambios sobre ciertas armonías, y ahí estábamos nosotros corriendo detrás de ella. Eran tiempos divertidos”.
Ella Fitzgerald x Delfina Olivier
“Desde adolescente sabía que quería dedicarme a la música. Pero cuando escuché a Ella por primera vez, supe que iba a cantar jazz. Gasté ese cassette, el Gershwin Songbook, hasta que me aprendí cada inflexión de su voz, cada nota de su scat. Es la cantante que más me marcó, y una de las primeras en la historia de cantar como hablaba, con su swing natural, franca y sin impostaciones, tanto en las grabaciones de estudio más intimistas y conmovedoras hasta los vivos explosivos, donde mostraba su potencia y su talento inigualable para la improvisación. Grabó 200 discos, ganó 13 Grammy y vendió más de 40 millones de discos en su carrera que dedicó por completo a su arte. 100 años después de su nacimiento, sigue siendo una de las máximas inspiradoras de las cantantes en todo el mundo. Happy birthday, Ella!”
Ella Fitzgerald x Barbie Martínez
“Escuchando a Ella encontré una maestra que me enseñó infinidad de cosas con sólo observarla: como música fue única y, además, humilde, sencilla y auténtica. También fue una gran compañera. Me he pasado horas, días y meses escuchando algún disco o alguna versión, y estar en contacto con su voz siempre me dio felicidad y bienestar. Recuerdo una frase de Mary Lou Williams: ‘Jazz heals the soul. It makes you feel better’ (‘El jazz cura el alma, Te hace sentir mejor’.) y creo que eso es lo que hizo Ella con todos los que la escuchamos”.