Vía: www.lanacion.com.ar/ Por Mauro Apicella | LA NACION
El pianista y compositor presentará su nuevo disco, Cada mañana te trae, con su Drumless trío, el próximo jueves, en Caras y Caretas
Las canciones dan cuenta de los hechos de la vida cotidiana de un músico. Pérdidas, ausencias, soledades. Lou Reed pintó magníficamente este tipo de experiencias personales, hace un par de décadas, en Magic And Loss. Cantantes como Björk se refirieron a la relación de una pareja, desde el inicio hasta la ruptura, en álbumes mucho más recientes. ¿Pero es posible hacerlo con la música instrumental?
En el estudio que Adrián Iaies tiene en su casa hay una batería arrumbada, que es la mejor imagen que representa a su grupo, Drumless Trío (algo así como “sin batería”), que alista, además de a Iaies a cargo del piano y la composición, a Juan Manuel Bayón en contrabajo y Mariano Loiácono en trompeta. Su nuevo disco, Cada mañana te trae, “habla” de esa batería arrumbada, del recuerdo de Maia (una perra que en febrero pasado, con 18 años, partió hacia el cielo de los canes), de hijos que se ponen grandes y van dejando el hogar hasta dejar la casa vacía, de algún héroe del jazz, como Charles Mingus.
“Pienso en canciones. Pueden o no tener letra. Yo no escribo textos, pero la canción es la célula básica de la música popular y eso incluye al jazz”, aclara el pianista que llega a su casa como esos pilotos que durante una carrera larga entran a boxes para recargar combustible. Arribó hace pocos minutos de tocar en un festival en Corrientes y en un par de horas sale para otro en Salvador de Bahía, Brasil. El jueves presentará su nuevo disco y será el encargado de inaugurar, con ese concierto, el ciclo Hay Jazz, a las 21, en Caras y Caretas, Sarmiento 2037.
Además de canciones sin letras, todas escritas por Iaies, Cada mañana te trae es un disco de jazz -tiene lo swingueado, lo bluseado y la balada- que toma distancia de otras producciones de este pianista, donde el tango y, a veces, lo folklórico estaban presentes. “Descubrí el placer de ensayar tocando con Juan y con Mariano. Además, toda esta música tiene menos de siete u ocho meses. Fue escrita pensando en este grupo. Hice una pausa con el tango aunque ya estoy pensando si puedo concretar mi viejo proyecto de un disco completo dedicado a Cobián. Me gusta cambiar, creo que no tengo dos discos seguidos con la misma formación.
-¿Te agarró una especie de composición compulsiva?
-Mariano me dice que la carpeta que lleva con mi música es tan grande que el exceso de peso de equipaje se lo voy a tener que pagar yo. Pero no es composición compulsiva. Siempre me gustó escribir y tengo un grupo tan dúctil y maleable que me lo permite. La casa del trío de jazz es el piano, el contrabajo y la batería. Siempre se vuelve a eso. Pero la idea de tocar sin batería es estimulante para mí. Puedo aplicar cosas en las que creo. Con Mariano somos socios artísticos desde hace varios años, siempre lo presento como mi músico de jazz preferido, de los que están vivos. Y Juan tiene una energía increíble.
-¿Qué cosas podés aplicar?
-El uso del silencio. Por otro lado, algo que me atrajo del tango: el manejo del tempo, que es flexible. Es buenísmo aplicar esa idea a un grupo de jazz.
-También parece una manera de swinguear sin apoyarte en una batería.
-Claramente. La música no es abstracta. Para nada. Es más straight ahead que la de mis otros discos. Y toco más en ese mood. Además, esos son los pianista que me gustan. Old school, swingueadores: Flanagan, Jones, Lewis, Brubeck, Bill Evans obviamente. Escucho a todos. Dirijo un festival de jazz, tengo que estar informado, pero siempre vuelvo a ese tipo de sonido. Cuando podés aplicar ese concepto en un grupo sin batería todo se vuelve más leve y menos obvio. Swinguear sin batería es como cuando tocás la melodía de un tema conocido muy por arriba, porque el oído la reconstruye. Además, me gusta la idea de una formación camarística. Otra cosa que me gusta del tango.
-Es curioso que cuanto tocás tango o folklore te corrés de los moldes y para el jazz apelás a esa influencia pianística de “vieja escuela”.
-Sí, es cierto. Mirá, cuando un alumno me dice que le gustaría saber qué es lo que hago en tango, le pregunto si tocó standards o estudió jazz. El jazz es muy didáctico porque es un género neutro, no tiene una carga estilística. Vos podés escuchar “All the Things You Are” como latin, en 3/4, o estilo flamenco por Chano Domínguez y el tema si está bien tocado no lo padece. Pero cuando te metés con el tango o el folklore encontrás una carga estilística y lo que tenés que lograr es construir una historia que parta desde lo que el tema es. No es simplemente swinguear “La casita de mis viejos”. Tenés que construirle una historia que hable de vos más que del autor. Por eso cuando me meto en ese repertorio me pongo cabezón y quiero encontrarle una quinta pata. Después de que lo tocó Salgán, ¿para qué lo voy a tocar? Después de la versión de Carlos García de “Loca Bohemia”, ¿qué necesidad tiene el mundo de escuchar otra? No la tiene salvo que le encuentres la quinta pata. Cuando toco jazz, con cuatro patas estoy bien.
-Alguna vez coincidimos en la idea de que, en la música, lo mejor está por venir. Supongo que eso es parte de tu trabajo como director artístico del Festival de Jazz de Buenos Aires.
-Tengo un sentimiento dual. Porque no estoy seguro si el mundo hoy permitiría la aparición de figuras como las que nombré hoy. No sé si el mundo podría parir un Mingus. Y si lo pariese no sería dentro del jazz, quizás sí dentro del rock. El jazz siempre fue una manifestación del estado de las cosas y hoy es un poco más livianito y confortable. Ellington entraba a tocar a los clubes de los blancos por la cocina, porque no podía entrar por la puerta principal. Y debe ser uno de los tres o cuatro músicos más populares del siglo XX. Por otro lado, por una cuestión de salud, hay una obligación de mirar hacia adelante. Eso te enseña a tener paciencia y a no correr al ritmo del mundo. Escuchás a alguien que te parece interesante. Okey, pero te van a decir que no es Evans. Está bien, pero hay que darle unos años y unos discos para ver adónde va. Ahora están Brad Mehldau y Jason Moran. El problema es que el mundo tiene menos paciencia que antes. Si querés comer rápido te hacés un sándwich, si querés algo más sabroso o sustancioso te va a llevar más tiempo. Y hoy el mundo no tiene paciencia para remojar los porotos.
-De entre lo que hoy existe, ¿cómo programás el festival de jazz?
-El dato más importante es que se trata de un festival público que se hace con plata de los contribuyentes. Por otro lado, es el único festival de jazz de la ciudad, al menos grande. Debe ser variado para que a todo aquel al que le guste el jazz le pueda gustar algo. Tiene que estar lo que suena en Jazzología, la avant garde y esos músicos que el público quiere ver y un productor privado no va a traer. El error sería querer competir con los privados. Si al que invirtió en Brad Mehldau le fue bien tiene todo el derecho del mundo de seguir trayéndolo. El festival tiene la política de traer a músicos que no hayan venido antes. Así nos aseguramos de que no haya sido visto por los privados. Y luego, como programador, uno tiene que establecer alianzas y prioridades. La alianza en nuestro caso es con los músicos más jóvenes y con los que tratan de hacer cosas diferentes. Tengo que estar atento a esas nuevas camadas. El jazz en los últimos años cambió su composición demográfica. Lo tocan chicos jóvenes, lo escuchan sus congéneres. Y hay músicos, como Juan Cruz de Urquiza, Ernesto Jodos, Jerónimo Carmona o Mariano Loiácono, que tienen que estar todos los años porque son referencia para los más jóvenes..