El venezolano Adrián Suárez, radicado en Houston, Texas ganó el tercer premio del renglón de composición para Banda Sinfónica con su obra Akasha.
The American Prize es el Premio Estadounidense más completo en el campo de la composición e interpretación musical, a lo largo de toda la nación. Se trata de una serie de competencias sin fines de lucro en las artes musicales, única en alcance y estructura, diseñada para reconocer y premiar a los mejores artistas, conjuntos, directores, compositores y directores en los Estados Unidos, según los resultados presentados en grabaciones. El American Prize fue fundado en 2010 y se otorga anualmente en muchas áreas de las artes escénicas. Miles de artistas de los cincuenta estados de USA han concursado, pero sólo fueron otorgados tres premios por renglón.
El venezolano Adrián Suárez, radicado en Houston, Texas ganó el tercer premio del renglón de composición para Banda Sinfónica con su obra Akasha. Este término en sánscrito significa éter, el quinto de los cinco grandes elementos, después de la tierra, el agua, el fuego y el aire. En la religión hinduista el akasha es el fundamento y la esencia de todas las cosas en el mundo material; su característica principal es el sonido. En sánscrito esta palabra significa “espacio”. En otros idiomas de la India esta palabra está conceptualizada como “cielo”.
Dicho premio se suma a una serie de premios internacionales obtenidos por el compositor venezolano, distinguido con el Concurso Iberoamericano de Composición para Banda Sinfónica “Ibermusicas-Oaxaca”, 2016, el Premio de Composición Casa de las Américas 2017, entre otros.
El creador venezolano conversó con Venezuela Sinfónica sobre su actividad como compositor:
“La primera patria es el cuerpo y la segunda patria es el pueblo donde uno nace. En ese sentido ser caraqueño me ha otorgado la herencia de entender el ritmo de un riachuelo que cruza el laberinto. Laberinto que a su vez resguarda el Logos. Mi música es venezolana en tanto trae el inconsciente de un mundo oculto y revelador. Es lo que yo llamo la santa substancia del terruño. Eso siempre ha sido apreciado, especialmente fuera de Venezuela. El otro componente presente en mi música es la saga ancestral. El sonido tiene la propiedad de religar con tradiciones inmortales. Akasha trata de ese componente que deriva del éter. La obra es un canto cristalino de los dioses de mi tierra en forma de plegaria cósmica. Intento religar los timbres instrumentales, de manera novedosa, con los temperamentos humanos y los elementos de la naturaleza. El color de la música es producto de la esencial unidad de la creación. El sonido no sólo es el principio más alto que une al cielo y la tierra, sino el único elemento inmortal. Podemos curar con el sonido”.
El compositor venezolano Adrián Suárez ha venido desarrollando su concepto de “nueva música ancestral venezolana” más allá de las fronteras de Venezuela. Recordemos que hace poco tiempo se estrenó la animación de Wirapuru, por iniciativa del oboísta Vicente Moronta, bajo la dirección y realización de David Dávila.
Según el compositor caraqueño Adrián Suárez, “la humanidad está a punto del colapso entre otras razones por su terrible y equívoca relación con el medio ambiente. El hombre moderno ha decretado una guerra contra la naturaleza, que espero perdamos. Sin embargo, para muchas culturas ancestrales, la naturaleza está repleta de seres místicos, portadores de un gran saber y poder intuitivo. En las culturas indígenas amazónicas las aves son encarnaciones místicas de dioses protectores que habitan entre el dualismo místico del cielo y de la tierra. Muchos mitos y ritos con aves intentan obtener la “fecundidad celeste”, por medio del poder sanador del canto del ave mística. Examinando los documentos de música primitiva se pueden entrever las diferentes fases probables de la evolución histórica del arte musical. Sabemos que las culturas de la época neolítica fueron influidas esencialmente por el canto de los animales y que uno de los primeros pasos en la evolución musical hacia un fenómeno propiamente tonal (melódico) tiende a imitar a un animal con voz melódica, especialmente las aves, que en cierto modo han preformado el canto de los hombres; sólo después de creadas la cultura totemística y la agricultura primitiva se desarrolla una música propiamente dicha. Yo abrigo la antigua tradición del animal creador y portador legítimo del lenguaje musical. Las plumas corresponden al elemento aire y simbolizan la fe y la contemplación, y la pluma, como instrumento para escribir, corresponde al verbo. El viento (aire), símbolo del pensamiento, portador del aliento y del retumbo divino, es una de las más conocidas formas de la voz que tomaba el espíritu divino.
Wirapuru es un ave presente en una antigua leyenda amazónica, según la cual el canto del ave mística trae bendiciones a quien lo escucha. Yo lo asocio con un ave de la Sierra del Imataca llamado Pájaro “Violinero” (Cyphorhinus arada). Utilizo la idea concreta de un ave venezolana, para hablar de una leyenda amazónica. Me interesa atar todo el contenido ancestral del aulos griego, utilizado para los cultos de Dioniso y Cibeles al imaginario amazónico. Cuenta la leyenda que un hombre es transfigurado después de su muerte en Wira-purú, y éste entona un trino que produce una misteriosa e inexplicable paz en la selva. Este opúsculo es una oblación a los espíritus que deambulan entre el cielo y la tierra”.
El videoclip presenta un texto del escritor argentino Julio Cortázar, que nos incita a profundizar en los contenidos que atan lo latinoamericano a lo universal:
Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo, de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
Una a una
en los alambres de la página, chirriando, picoteando, lluvia de alas
Y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir.
Tal vez
sea eso, un árbol
o tal vez
el amor…
La música de Adrián Suárez nos incita a indagar sobre lo que somos, a buscar el origen. El compositor indaga a través de la creación, en la esencial unidad del universo. El sonido adquiere un papel preponderante e inmortal. Esta analogía lo lleva a arriesgarse a imitar la voz del espíritu del ave, a través de la voz nasal del oboe, creando un puente entre la parte mortal y la inmortal del hombre.
Adrián Suárez enfatiza: “Estamos en tiempos en que buscamos curarnos. Sanar es des-encantarse, salir del propio purgatorio, por medio del sacrificio. El sonido es la ofrenda que renueva la mandorla (zona de inversión del sacrificio), lo que hace posible que despertemos al logos que contiene el hondo misterio del Verbo final. Hilvano sonidos de tierra con ritmos de aire, fuego y agua”.