Escrito por (María Elisa Flushing)
En un viaje a Alemania en 1877, Alexander Borodin, el extraordinario compositor ruso de la ópera “El Príncipe Igor”, conoció a Franz Liszt y al presentarse le dijo: “soy un músico dominguero”. Liszt respondió: “el domingo es un día de celebración”. Y es que Borodin dedicó la mayor parte de su vida a la química y nunca se consideró un músico profesional, sino un científico aficionado a la música.
Alexander BorodinNació en San Petersburgo, la capital de los zares, en 1834. Fue hijo ilegítimo de un príncipe georgiano quien lo hizo registrar, como era costumbre en la época, como hijo de un sirviente suyo llamado Borodin. Sin embargo, el príncipe le proporcionó una esmerada educación que incluía lecciones de piano e idiomas. Comenzó a componer a los nueve años y ejecutaba con maestría la flauta y el violonchelo. Cuando a los 17 años ingresó en la Academia Médico-Quirúrgica de San Petersburgo y conoció al eminente químico ruso Zinin, otra pasión se apoderó de su vida: la química.
En una ocasión, enfermo de gripe, escribió: «En el invierno yo no puedo componer, a menos que esté enfermo y me vea obligado a abandonar mis clases. Así que, mis amigos, contrario a la costumbre, nunca me digan “trata de estar bien” sino más bien “trata de enfermarte”. Cuando la cabeza me explota, cuando mis ojos están llenos de lágrimas y tengo que sacar el pañuelo a cada minuto, es entonces cuando compongo»Perteneció, junto con Balakirev, Cui, Mussorgsky y Rimsky-Korsakov, al llamado “Grupo de los Cinco”, cuyos miembros se propusieron la creación de una música auténticamente rusa e inspirada en el folclore propio. Su obra, aunque no es muy copiosa, es de altísima calidad.
Además de ser un destacado científico en el campo de la química orgánica -sus contribuciones, especialmente con los aldehídos, fueron publicadas en más de 20 artículos en ruso y alemán-, médico y un gran profesor, fue un luchador incansable por los derechos de la mujer y logró la creación, por primera vez en Rusia, de una Escuela de Medicina para mujeres. Para ayudar a las alumnas necesitadas ofreció muchos conciertos de beneficencia. “La casa de Borodin era un manicomio sin necesidad de símiles o metáforas –escribió Shostakóvich en su autobiografía-. Siempre tenía un puñado de parientes viviendo con él, o simplemente gente pobre, o visitantes que estaban enfermos e incluso -hubo casos- locos de remate. Borodin se ocupaba de todos ellos, los trataba, los llevaba a los hospitales y luego los visitaba”.
El poco tiempo que pudo dedicar a la música explica el que muchas de sus obras al momento de su muerte (1887) quedaran inclusas; entre ellas, el Príncipe Igor a la que pertenecen las famosas Danzas polovtsianas. Su gran amigo Rimsky-Korsavov debió terminar su más notable composición y resumió su vida con las siguientes palabras: “Borodin tarareaba sus composiciones mientras estaba en el laboratorio, o interrumpía improvisadamente una dirección musical para correr a apagar el mechero Bunsen bajo un matraz que se estaba calentando demasiado”.
Borodin puso un tono muy nacionalista en toda su música y llegó a decir: “amé a la química tanto como hice con la música”.