La reconocida directora de orquesta mexicana, Alondra de la Parra, junto con la clown Gabriela Muñoz, “Chula The Clown”, cautivaron la tarde de ayer, en el Palacio de Bellas Artes, con el espectáculo The Silence of Sound, un viaje interior en el que se va desde la sorpresa, la felicidad y la calma, hasta el miedo, la tristeza y la desesperanza, a través de imágenes que en conjunción con la música, muestran algunas veces paisajes que parecen sacados de un sueño.
El viaje comienza con Alondra de la Parra en el escenario indicando a los miembros de la Orquesta Sinfónica de Minería que van a comenzar a afinar para interpretar una obra de Debussy; sin embargo, las luces se apagan y los músicos dejan de tocar. El personaje interpretado por Gabriela Muñoz, “Chula The Clown”, se levanta mientras se escucha la lluvia, toma su paraguas y sube por una rampa que se colocó entre los músicos.
La lluvia se detiene y la orquesta comienza a ejecutar Children’s Corner No. 5 ‘The Little Shepherd”, de Debussy. Un destello parece emular los sonidos de que salen de los instrumentos y la magia su sucede: en una pantalla aparecen diversos tipos de aves y un elefante. El personaje curioso los observa e intenta tocarlos.
Conforme “Chula The Clown” va encontrando la luz que hay en su interior pasa a diversos paisajes, como cuando la orquesta parece quedar bajo un inmenso mar, donde ella decide nadar e ir explorando.
Del mar, pasa a otro paisaje en el que un violoncello, que se convierte en otro personaje de la historia, le brinda tranquilidad, ella se enamora, está serena y feliz, pero esa calma pareciera de pronto cansarla o aburrirla –cabecea poseída por el sueño, lo cual provoca las risas del público–, y de pronto, el sonido de un violín la llama al peligro, se resiste, pero al final termina yendo hacia ese lugar oscuro y desconocido, que la lleva a una energía inestable y voraz del deseo y la grandeza.
Ese violinista que la seduce la llena de regalos. Recibe unas rosas que obsequia a algunos asistentes. Quiere dirigir una orquesta, sube a cuatro personas del público para que simulen tocar instrumentos, entre ellos un violín y una trompeta. El fallido intento termina por resultar cómico para los presentes.
El personaje de Gabriela Muñoz manda a los músicos a su lugar, se enoja, se siente sola y comienza a lidiar con esas emociones tormentosas que se representan a través del color rojo, tanto en la pantalla como en los papeles donde se ve el rostro de la clown.
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