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El neoyorquino, experto en la obra de Gershwin, se pone al frente de la Sinfónica de Galicia para tocar «Rhapsody in Blue»
Vía: www.lavozdegalicia.es | Por XESÚS FRAGA
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El director de orquesta Andrew Litton (Nueva York, 1959) habla de su oficio con una pasión contagiosa. Lo hace también del compositor cuya obra se conoce al dedillo, George Gershwin, y de la Orquesta Sinfónica de Galicia -«son encantadores y muy buenos músicos»-, a la que ya ha dirigido en varias ocasiones. Mañana (20.30 horas) y pasado (20.00) volverá a hacerlo en el Palacio de la Ópera de A Coruña. Será un programa con Richard Strauss (El caballero de la rosa), una de las cumbres de Gershwin (Rhapsody in Blue) y la Tercera sinfonía de Carl Nielsen, a la que Litton le tiene muchas ganas desde que en 1982 la oyó por primera vez, dirigida por Rostropóvich. «En el 2005 pude por fin programarla pero, desafortunadamente, mi madre murió, así que nunca llegué a dirigirla. Así que, literalmente, puede decirse que desde 1982 he querido dirigirla y por fin voy a conseguirlo», afirma Litton.
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-La música de Gershwin sigue ganando popularidad. ¿A qué cree que se debe?
-Creo que por su increíble don para la melodía. Gershwin, igual que un puñado de compositores antes que él, poseía esa rara habilidad de componer canción tras canción, todas memorables. Es alguien que, literalmente, desborda alegría. Gershwin tuvo un amigo de juventud, que llegó a convertirse en uno de los principales profesores de piano de Estados Unidos, Abraham Chasens, que escribió: «George es la única persona que conozco capaz de hacer reír un piano». Y eso es cierto también de su música.
-El cine también le ayudó. Ahí están Woody Allen y «Manhattan».
–Manhattan hizo mucho por Gershwin. Incluso películas como Un americano en París, que se hizo cuando ya llevaba veinte años o así muerto, usaba sus canciones y fue muy popular. Fue capaz de capaz de hacer la transición a Hollywood, a pesar de que muchos productores pensaban que era demasiado serio porque había escrito Porgy and Bess.
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-¿Le resulta complicado dirigirla y tocar el piano a la vez, como hará en esta visita a A Coruña?
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-Llevo haciéndolo desde niño. Empecé a tocar el piano a los cinco y a los diez quise ser director. Fue en uno de los conciertos para jóvenes que dirigía Leonard Bernstein. Interpretó Pinos de Roma, de Respighi, y fue increíble. ¡Tenía tanto colorido! Podías ver las tumbas romanas, las legiones desfilando, que pensé que el piano solo no me bastaba. Salí de la sala y le dije a mi madre: «Quiero ser director». Y ella puso los ojos en blanco, porque hasta esa misma mañana quería ser bombero, pero tras ver a Bernstein quise dirigir [risas]. En el instituto participé en comedias musicales y, al final, acabé siendo el director musical, por lo que tenía que dirigir desde el piano. Fue algo muy natural. Y ver a Bernstein dirigiendo desde el piano me llevó a pensar «eh, yo también puedo hacer esto». ¡La arrogancia de la juventud! La primera vez que hice Rhapsody in Blue desde el teclado aún estaba en [la escuela de música] Julliard. Llevo haciéndolo 39 años.
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-Bernstein fue una gran influencia para usted. ¿Y Rostropóvich?
–Rostropóvich fue una influencia mucho mayor porque estuve cuatro años con él como su asistente. Y al final pude dirigirlo, lo cual fue increíble, tener al mejor chelista del mundo como tu solista. La gente me pregunta quién de todos los solistas con los que he trabajado es el más difícil y yo respondo, sin pestañear, que Rostropóvich. Era alguien imposible, en el buen sentido de la palabra. Aún no habías dejado de mirar la partitura y ya te estaba dando órdenes y corrigiendo. Era un gran profesor y fue mi mentor. Y creo que todo lo que he aprendido de él y de su maestro, Prokófiev, ahora lo puedo compartir con otra generación. Aprendí directamente de las fuentes.
«Ojalá nos concentrásemos en la belleza y en lo que nos conmueve»
En 1956 Truman Capote publicó en la revista The New Yorker The Muses are Heard, un reportaje sobre una compañía norteamericana que viajó a la Unión Soviética para representar Porgy and Bess con actores afroamericanos en los papeles principales. El título está extraído de uno de los discursos de los dignatarios durante la gira: «Cuando los cañones hablan, las musas callan. Cuando los cañones callan, oímos a las musas». Algo que le suena a Litton, que en años difíciles también viajó a Moscú para interpretar a Gershwin.
«En lo peor de la Guerra Fría teníamos simulacros en la escuela, sirenas de bombardeos y nos escondíamos bajo las mesas por los misiles soviéticos que nunca llegaron. Lo curioso es que las orquestas soviéticas seguían viniendo a tocar al Carnegie Hall y la New York Philharmonic viajaba a Moscú», recordaba ayer el director. «Yo fui en enero de 1980 a tocar Rhapsody in Blue, con veinte años, en el Gran Salón del Conservatorio de Moscú, seis semanas después de la invasión soviética en Afganistán. Jimmy Carter abogaba por un gran embargo de todo lo soviético. Mi padre llamó al Departamento de Estado para preguntar si deberíamos ir y le contestaron que ningún problema, no debían tener muy claro lo que significaba. Los soviéticos, en cambio, se entusiasmaron. Fue genial y una experiencia fantástica darte cuenta de que estabas salvando ese inmenso abismo. No solo era un norteamericano tocando en Moscú en un tiempo de gran tensión, sino que estaba interpretando la música más americana posible. Fue genial y al público le encantó. Se agotaron las entradas y nos ovacionaron con gran entusiasmo. Ojalá nos concentrásemos en la belleza y las cosas que nos conmueven».
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Ojalá nos concentrásemos en la belleza y las cosas que nos conmueven».
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