Vía: www.ideal.es/ BLAS GIL EXTREMERA
Con ella estamos ante un prodigio de intuición musical y facilidad en el dominio del violín que revela su carácter de artista total
La actual edición, sesenta y cuatro, del Festival Internacional de Música y Danza (2015) cuenta con la artista de reconocimiento mundial Anne-Sophie Mutter para un programa de violín y piano integrado por la sonata número 10 de Béla Bartók (1881-1945), opus 96 de Beethoven (1770-1827), p.110 de Ottorino Respighi (1879-1936), y Tzigane de Maurice Ravel (1875-1937), obras a interpretar el dos de julio en el Palacio de Carlos V. El húngaro Béla Bartók concluyó sus dos sonatas para piano y violín en 1922, son piezas que marcaron su madurez artística y consolidaron su reconocimiento internacional junto con las Suite de danzas escritas con motivo del 50 aniversario del nacimiento de Budapest, y el concierto número 1 para piano y orquesta. La décima y última de las sonatas para piano y violín de Beethoven fue dedicada al archiduque Rodolfo de Austria, partitura que guarda reminiscencias de la sinfonía Pastoral del mismo autor. A lo largo de sus cuatro movimientos se ofrece una página de frescura y limpidez con los acentos populares del scherzo, la complejidad del movimiento final y el rondó basado en la popular canción alemana ‘Tatatuli’. La obra se estrenó el veintinueve de diciembre de 1812 y publicada cuatro años después. La página de Maurice Ravel es una rapsodia de inspiración gitana y genuina pieza para lucimiento del violín solista. Se ejecutó por primera vez en Londres con el propio compositor al piano. Es una partitura de endiablada dificultad para el instrumento de cuerda que representa la última aportación a la música de cámara del autor de Bolero.
Anne-Shopie Mutter nació en Rheinfelden-Baden, Alemania hace 52 años. A los cinco se inició al piano que pronto cambió por el instrumento de arco que convertiría en destinatario de ‘su vida’ musical. Cuando tenía 13 años, Herbert Von Karajan la invitó a tocar con la Orquesta Filarmónica de Berlín y meses después debutó en el prestigioso Festival de Salzburgo. Al cumplir quince hizo la primera grabación de los conciertos para violín y orquesta de Wolfgang A. Mozart (K 216 en sol mayor y K 219 ‘Turco’ en la mayor) y la dirección del maestro Karajan. A raíz de su deslumbrante aparición musical, Mutter recibió la distinción de Artista del Año; viene desarrollando una carrera jalonada de éxitos, premios y reconocimientos, como la Cruz al Mérito de Alemania y la Legión de Honor francesa, entre otros. Su labor altruista en pro de la música y de los jóvenes talentos la viene realizando a través de la Fundación que lleva su nombre. Su amplio repertorio comprende obras del barroco (Vivaldi, Bach), clasicismo (Mozart, Beethoven), romanticismo (Mendelsshon, Tschaikovsky, Lalo y Brahms) y período contemporáneo: Witold Lutoslawski, Krzystof Penderecki, Wolfgang Rihm, y Sofie Gubaidulina. Mutter posee la altura técnica y grado de virtuosismo semejante a grandes maestros como Itzhak Perlman, David Oistrach, Yehudi Menuhin, Henry Szering, Pinchas Zukerman y Christian Ferras. La artista se acerca a la música con reverencial respeto a las intenciones del compositor ofreciendo un sonido bello, aterciopelado, dúctil, brillante y puro, envuelto en la atmósfera de su talento. Como artista, sus preferencias están no tanto en la búsqueda del pasaje virtuoso que le permita brillar sino en la necesidad de expresar sentimientos antagónicos de forma inédita, embriagadora y vigorosa. Sus interpretaciones se caracterizan por la fidelidad a la partitura y la estilística seguridad de las obras a las que da vida. Estamos ante un prodigio de intuición musical y facilidad en el dominio del violín que revela su carácter de artista total. La precisa utilización del tempi (velocidad con la que ha de interpretarse una partitura) en el repertorio clásico, romántico y contemporáneo, le permite pasar del suave cantabile a los acrobáticos y vertiginosos pasajes de la cuerda; de la violencia rítmica al adagio intimista, cuyo ejemplo genuino es el concierto número 5 mozartiano. Como sentenciara Franz Liszt (1811-1866) «.que el virtuosismo sea un medio, no un fin.»; Mutter lo cumple con rigor.
Señalar a vuelapluma, por último, que Niccolò Paganini (1782-1840) en su época llamado el ‘violinista diabólico’, representa un reto para todo violinista; solo Shmuel Ashkenasi, Shlomo Mintz, Ivry Gitlis, Ruggiero Ricci y algún otro, han asumido en nuestro tiempo el interpretar su música. La empresa es titánica, sin duda, por sus embrujadas cantinelas de caramillo, los rápidos pasajes en doble cuerda, los trinos dobles, el juego del arco en una mano y el pizzicato en la otra que dan la sensación de una interpretación a dúo, y ello, en piezas insólitas y maravillosas que lamentablemente no figuran en la programación de los festivales de música. Este comentario muestra el deseo personal largamente acariciado para que la música del genovés (Los 24 caprichos, La Campanella, Variaciones Le Streghe -Las Brujas-, el concierto número 1, o alguna otra obra de su vasto legado para guitarra) esté presente en futuras ediciones del Festival, para deleite de los numerosos amantes del arte de Orfeo y en particular de los muchos devotos de la obra de Paganini.