“Mi sonido no ha cambiado, pero se ha ampliado: ahora estoy más involucrada” dice la violinista que inaugura la temporada del Palau de la Música | “No necesitamos superficies pulidas, sino emociones personales”
Portentosa, mítica, mediática, glamurosa… la gran dama alemana del violín –que fue una habitual de la Temporada Ibercamera– regresa a Barcelona como fichaje de la Fundació Orfeó Català-Palau de la Música para inaugurar el jueves 25 su temporada junto a la Orquesta Nacional de España. Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, 1963) interpretará el inusual aunque muy popular Concierto para violín y orquesta núm. 1 de Max Bruch, una pieza que grabó con apenas 18 años con su padrino, Herbert von Karajan, y la Filarmónica de Berlín. Pura energía, la violinista, que partirá luego a Nueva York para inaugurar la temporada del Carnegie Hall con la misma Berliner Philarmoniker y Simon Rattle, conversa al teléfono con La Vanguardia desde su casa de Munich.
¿Qué papel cree que tiene en el canon para violín y orquesta el concierto de Bruch?
Es el más popular de los conciertos románticos para violín y me encanta poder tocarlo aquí por fin. Incluso si no te gusta la clásica te permite conectar con ella, porque es tan hermoso y tiene ese final húngaro maravilloso. Lo acabo de interpretar abriendo la temporada de la Sinfónica de Pittsburg, con esos momentos heroicos, y estoy segura de que la ONE estará fantástica.
¿Qué opina de las orquestas en España y la ONE en particular?
Ya he tocado con ellos, también repertorio contemporáneo, y son compañeros maravillosos. Lo bueno de España es que ha invertido en auditorios, algo que sólo se puede ver en Japón. Sí, sí, ya sé que la crisis ha irrumpido pero precisamente las artes iluminan nuestra vida. La música está presente en los momentos más importantes de nuestra existencia: tienes un niño y le cantas, es Navidad y hay música, te casas y… o alguien muere y la música te ayuda a pasar ese momento. No es un lujo, es una necesidad.
¿Qué les cantaba a sus dos hijos de pequeños?
Lo que conocía de mi infancia. Cantarles y leerles era usual hasta que fueron a la escuela.
Ya tienen 20 años. ¿La ven como esa violinista de fama?
Para nada. Podría ser cocinera o taxista, para ellos soy su madre. Ha sido siempre lo primero para mí y me siento afortunada a pesar de haberme quedado viuda siendo ellos pequeños.
De adolescente ya trabajaba con Karajan, el inventor de la industria mediática de la clásica. ¿Qué importancia cobró el glamur? ¿Cambió su perspectiva?
¡Si yo tenía 13 años! Y con 15 o 17 seguía sin interesarme la moda. Fíjese en las portadas de los discos de los setenta y ochenta, no hay glamur. Sólo de joven y al conocer a mi marido quise verme más atractiva, pero no tenía nada que ver con el escenario, sino con ser una mujer con sentido de la estética, lo que al final se acaba trasladando a escena. Mi vida es la de una madre trabajadora y los vestidos que me pongo al salir a escena son el equivalente al mono de trabajo del fontanero.
Pero fue una pionera en explotar la imagen en la clásica. ¿Cómo cree que ayuda a construir hoy una carrera?
Fue sin intención, sencillamente pasó. Es algo que haces de manera inocente y la gente piensa que es fantástico. Ahora estoy en los 50 y puedo decirle que el glamur no es parte de la vida de los músicos. Bromas aparte, el público no va a un concierto para ver gente guapa, te escucha con las orejas.
Son casi cuarenta años de carrera artística… ¿cómo ha evolucionado su sonido, su estilo?
Más que cambiar se ha engrandecido. Como el pintor que inventa al mezclar colores de sus pigmentos particulares, mi colección de pigmentos, colores o sombras se va ampliando. Mi experiencia vital, ser madre, viuda… ha cambiado mi conexión emocional con los demás y con la música. Ahora estoy mucho más involucrada.
Lutoslawski, Moret… los compositores de la época se sirvieron de aquella joven virtuosa.
No sé cómo me vieron como instrumentista, pero componían para mí, intentaban llevarme lejos y yo intenté ser una herramienta. La contemporánea ara un reto.
¿Qué le parece esa actual generación de violinistas capaces de tocar tanto con criterios historicistas como sin ellos?
Si lo vemos como una fórmula, entonces volvamos a cuando en un Shakespeare los hombres hacían de mujeres. Es interesante mirar a la historia, pero si se convierte en dogma es peligroso. Los grandes compositores nunca crearon para su época, miraban al futuro: lo que hacían en vida no se congelaba en términos de cómo hay que verlo. Espero que las nuevas generaciones sean conscientes de las pasadas, de los Isaac Stern, porque a veces creo que vivimos un tiempo en que cada nueva grabación se considera automáticamente la mejor. Hay que mirar al pasado para comprender; los maestros tenían ese algo único que hoy ya no puedo encontrar, esos colores reconocibles. La gente hoy es muy profesional, toca limpio y rápido, pero sin arriesgarse a ofrecer un punto de vista único, esa personalidad. Y no necesitamos una superficie pulida, sino emociones personales.