Por Héctor Cavallaro | Grupo Germina.cciones
Apuntes sobre Las Queseras del Medio (2013) para trío de Clarinete, Guitarra y Violonchelo
I. Calma, río Arauca
II. Vuelvan Caras
III. La flor del retiro
A la memoria no del militar sino del artista: José Antonio Páez.
La obra plantea una mirada personal y escéptica a ciertas anécdotas históricas e íntimas alrededor del general –y en segunda instancia músico y compositor- José Antonio Páez.
Tomando como punto de partida la célebre Batalla de Las Queseras del Medio de Apure, en la que el prócer de la Independencia Venezolana, junto a unos 150 lanceros vence al ejército español Realista del general Morillo, compuesto por más de 5000 hombres (años más tarde Morillo confesaría en una entrevista a Bolívar que para la época de esa batalla contaba con 7000 hombres). Este enfrentamiento contribuyó a acrecentar su fama como la “Primera Lanza de los Llanos”, recibir la Orden de Libertadores por parte de Bolívar, entre otros reconocimientos.
La obra: En principio, el contexto geográfico en el cual se lleva a cabo la Batalla: alrededores del Río Arauca en tensa calma, en un lugar denominado Las Queseras del Medio del Estado Apure, en este movimiento los objetos musicales aparecen y se transforman, de manera fluída. “Vuelvan Caras” (ó “vuelvan carajo”) grito que efectúa Páez a sus filas para contraatacar al ejército Realista luego de haber fingido la retirada. Intervalos que se asemejan con los “toques de corneta” y las “llamaradas de guerra”, el clarinete y el violonchelo encontrándose y divergiendo a lo largo del movimiento. Por último “La flor del retiro”, título de una pieza compuesta -letra y música- por el mismísimo José Antonio Páez aparentemente hacia el final de su vida, en ella se leen melancólicos versos en melodía como “Que triste es la vida, de luto cubierta, llevando en el pecho oculto un dolor…”.
Éstas líneas melódicas escritas por Páez son citadas textualmente en la obra, yuxtapuestas en un discurso armónico en apariencia “brillante” y heróico que mutará hacia un final “oscuro” y desolador.
Esta imagen de prócer victorioso, caracterizado por valientes hazañas bélicas, es superpuesta con la de un hombre dotado de cualidades artísticas, inmerso en nostalgia reflexiva.
Divago personalmente que quizá no existe tal cosa como “vencedores” en algún enfrentamiento bélico, sino un estado generalizado de “vencidos” para una raza que cree encontrar retórica en su propia autodestrucción.
Páez a los 78 años está viviendo desterrado en Nueva York, ya ha terminado el primer tomo de sus memorias y necesita dinero para concluir su autobiografía, es entonces cuando entra en contacto con un ciudadano norteamericano llamado Horacio Lewis quien ha inventado una máquina para desollar ganado. Páez se interesa en el negocio, se hace socio del inventor y firma contrato para promocionar el nuevo invento en América Latina.
Viaja entonces a la República Argentina en donde recibe grandes homenajes. Todos quieren conocer al hombre que ya es una leyenda en el continente por sus acciones de la guerra de la Independencia. La gente va a verlo con gran curiosidad, cuando en las mañanas sale de la casa donde vive, en la hoy calle Florida, hasta la plaza El Retiro en donde disciplinadamente al llegar se va directo a la estatua de San Martín, lo saluda militarmente y se retira. Con aquel anciano victorioso siempre va un perro blanco, a quien el general ha bautizado como “Centinela Vigilante” y un niño de diez años de edad, Adolfito, quien llama a Páez “mi amigo viejo”.
“Adolfito” es Adolfo Pedro Carranza, hijo de Adolfo Esteban Carranza, un hombre progresista con una importante posición económica por sus actividades mineras.
Hacia 1890 Adolfo Esteban Carranza entrará en estado de quiebra y sus casas, incluso la de la calle Florida serán rematadas. En consecuencia su hijo Adolfo Pedro Carranza no heredará fortuna de su padre ni de otra rama familiar.
La casa de los Carranza tenía siete hijos y dos de ellos se encariñan tanto con el llanero que lo tratan como un abuelo: María Eugenia de cuatro años y Adolfito de diez. Páez canta con voz de barítono en las veladas de los Carranza a donde acude lo mejor de la Sociedad de Buenos Aires, entre ellos el Presidente Sarmiento.
José Antonio Páez, le confiesa al niño Adolfito que: “un Cuaderno Musical con algunas de mis canciones se lo voy a regalar a tu papá como un obsequio a María Eugenia, pues una de las canciones se la he dedicado a ella!!”.
Entre todos los hijos de los Carranza y sus amigos se hizo popular la figura del General José Antonio Páez, por sus historias increíbles; entre ellas, cuando cruzó un río lleno de caimanes nadando con un brazo amarrado y otra, que le paraba los pelos de punta a la audiencia infantil: cuando las ánimas lo salvaron dos horas antes de que lo fusilaran.
Todos estos recuerdos los conocemos por Adolfito, quien al crecer se convirtió en Don Adolfo Pedro Carranza, historiador, periodista, fundador y Primer Director del Museo Histórico Nacional. El cuaderno Musical que Páez regaló a la niña María Eugenia, quien murió a los quince años, pasó a manos del pequeño Adolfo, quien donó al Museo Histórico Nacional todas las partituras y recuerdos de José Antonio Páez.
Ya de grande, Adolfo Pedro Carranza, publicará un libro llamado “El General venezolano Don José Antonio Páez (Recuerdos íntimos)” y cuando se refiere a ese venezolano que vino desde abajo para hacer historia, lo seguirá llamando “mi amigo viejo de la infancia”.
Mis más sinceros agradecimientos a la Profesora Sofía Orguic y al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires ubicado en el barrio de San Telmo, por su receptividad al permitirme investigar y tener contacto directo con el Cuadernillo Musical del general José Antonio Páez.
Archivo Histórico, Museo Histórico Nacional (Buenos Aires, Argentina, Agosto 2012), Fondo General, Partituras.
Especiales agradecimientos al Centro Hipermediático Experimental Latinoamericano (cheLa) de Buenos Aires y al compositor Luciano Azzigotti, por acogerme en calidad de artista residente en ese centro cultural durante los meses de julio y agosto de 2012.