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El legendario pianista argentino toca bajo la dirección del joven valenciano el ‘Concierto Emperador’, de Beethoven, en la Philharmonie de Luxemburgo
No parece que el sobrenombre de Emperador, del Quinto concierto para piano, de Beethoven, tenga relación con su dedicatoria al archiduque Rodolfo, hermano de Francisco II. Lo afirma Jan Swafford en su biografía del compositor de Bonn, que acaba de aparecer traducida al castellano (Acantilado). Alude más bien a su condición de concierto diferente y superior a los anteriores. A ese “emperador entre los conciertos para piano” que acuñó el editor J. B. Cramer poco después de su estreno. Y esa distinción tuvo algo que ver con la elección que hizo Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) para su actuación como solista en Luxemburgo, el pasado lunes, 6 de noviembre, bajo la dirección de Gustavo Gimeno (Valencia, 1976).
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El legendario pianista y director de origen argentino no suele actuar con jóvenes batutas. Y, cuando lo hace, como en el pasado con Gustavo Dudamel y Andris Nelsons, parece evidenciar un interés personal.
Vía: elpais.com | PABLO L. RODRÍGUEZ
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“Gimeno es magnífico. Mire que he visto en mi vida directores de todos los colores, tamaños y niveles. Pero es muy raro encontrar uno tan bueno, tan serio y tan musical”
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El propio Barenboim lo confirmaba en declaraciones a EL PAÍS en su camerino tras el concierto: “Gimeno es magnífico. Mire que he visto en mi vida directores de todos los colores, tamaños y niveles. Pero es muy raro encontrar uno tan bueno, tan serio y tan musical”. Parece que el emperador Barenboim ya tiene heredero español en el podio.
El origen de esta historia se remonta a mayo de 2011. Para una actuación del Concierto para piano nº 1, de Liszt, con la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam y Mariss Jansons, Barenboim pidió que el triángulo se colocase a su vera durante su intervención del último movimiento de la obra. Y ese percusionista que lo tocaba no era otro que Gustavo Gimeno. “Hablamos durante los ensayos y me dijo que, en realidad, quería ser director de orquesta. Tocó tan bien que le dije, para animarlo, que tocaría con él como solista cuando tuviera una orquesta. Y aquí estoy”, recordó Barenboim.
Gimeno inició en 2014 una exitosa carrera internacional tras su debut al frente de la orquesta holandesa y, al año siguiente, se convirtió en titular de la Filarmónica de Luxemburgo, con la que visitó España por última vez el pasado verano. El valenciano ha trabajado estrechamente con grandes figuras del podio como Abbado, Jansons o Haitink. “Pero en esta ocasión es diferente”, aclaró Gimeno a este periódico antes del concierto. “He dirigido a grandes solistas, pero no que además sean grandísimos directores como es el caso de Barenboim”, reconoce. Se agarra a la palabra italiana soggezione, a medio camino entre la reverencia y la sumisión, para explicar cómo se siente, aunque la relación entre ambos ha sido excepcional durante los ensayos. “Barenboim tiene una gran personalidad y no hace nada que no sea musicalmente relevante. Me siento totalmente a su servicio”, concluye.
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Ambos ofrecieron una excelente interpretación del Concierto Emperador con la Filarmónica de Luxemburgo. Y no porque Barenboim impusiese una versión arriesgada de la parte solista, sino por cómo gestionó Gimeno sus propuestas y las incorporó en su propia visión de la obra. Ese Beethoven ya clásico de Barenboim maridó a la perfección con un acercamiento más fresco y transparente de Gimeno. Resaltaron mucho los detalles que subrayó el compositor en esta obra, tales como un lenguaje más sinfónico y una mayor interacción entre solista y orquesta. Barenboim hizo que la técnica se explicase musicalmente. Y no se trataba de acertar o fallar una nota o pasaje concreto, como de aportar una visión plena de sabiduría e intensidad. Lo primero sobresalió en el Allegro inicial, con esa forma de oponer los dos temas en la exposición, y lo segundo en el rondó final que impulsó la obra hacia una reivindicación vitalista. En medio, el pianista nos invitó a reflexionar en el Adagio. Pero tampocó se privó de poner a prueba la pericia del director español con algunas leves ondulaciones de tempo; “regates a lo Messi”, en palabras de Gimeno, que se confiesa fervoroso madridista. Al final, Barenboim puso en pie al auditorio luxemburgués y regaló como propina una evocadora versión del Claro de luna, de Debussy, donde resaltó la exquisita transparencia del Steinway que lleva su nombre.
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En la primera parte del concierto, Gimeno defendió dos poemas sinfónicos de Chaikovski completamente diferentes, aunque con Shakespeare como denominador común.
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Las dotes del valenciano como intérprete del compositor ruso ya las demostró el pasado verano con una lectura intensamente psicológica de la Cuarta sinfonía al frente de la Sinfónica de Boston. Abrió su concierto con la última revisión de Romeo y Julieta donde, a pesar de la buena actuación orquestal, la obra no se elevó hasta la reexposición final. Mucha más profundidad psicológica disfrutamos en La tempestad, una obra poco frecuente que además carece del molde de una forma sonata. Gimeno dispuso con brillantez los diferentes segmentos en espejo de la obra, con ese mar misterioso que la abre y la cierra. Se recreó en la escena de los amantes Miranda y Fernando. Y, especialmente, en la construcción de esa impresionante tormenta sinfónica que se desata por mandato de Próspero. O incluso, casi al final, cuando Próspero renuncia a esos poderes mágicos que Chaikovski subraya con un quíntuple forteen todos los instrumentos de la orquesta. El momento resonó con imponente intensidad en la rica y reverberante acústica de la Philharmonie luxemburguesa. Y Barenboim no perdía detalle escuchando entre el público.
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