Georg Philipp Telemann compuso sus Doce fantasías para violín sin bajo en 1735, una época de plena madurez compositiva e infatigable trabajo editorial destinado a aliviar las deudas provocadas por la prodigalidad de su esposa
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Con ello atendía al emergente mercado del aficionado musical –incluso del profesional– que, en cualquier caso, no alcanzaba nivel de virtuoso.
Se trata de una música extraordinaria, llena de invención y frescura arropada por la magnífica técnica proverbial del de Magdeburgo. Formalmente, a pesar de su equívoco nombre, se trata de doce sonatas en tres o cuatro movimientos –con designaciones agógicas, aunque no falten en ellos los movimientos de danza, como la giga en la cuarta sonata o una polonesa en la undécima–. Su duración es breve, fugaz en ocasiones, de modo que las originales ideas musicales –incluyendo seis fugas– se suceden sin parar, de manera casi vertiginosa, dando la impresión de hallarse uno sumergido en un inacabable torrente de deliciosa música. Y allí, naturalmente, se dan cita Couperin y Corelli, formando esos gustos reunidos tan caros a Telemann. ¿Tiene sentido comparar esta música con las Sonatas y partitas de Bach? Ninguno, no sólo porque éste compuso para un virtuoso, sino porque su concepto musical no puede ser más dispar. Telemann no estaba muy interesado en el complejo desarrollo de los motivos musicales (piénsese que en lo que Bach se despacha tres sonatas a Telemann le da para doce). Y, a riesgo de parecer frívolo, herético o ignorante, no me importa admitir que Telemann jamás se indigesta, afirmación no predicable de Bach.
Grandes violinistas barroquizantes se han presentado en disco con esta música, con tres nombres destacados: Andrew Manze, Maya Homburger y Rachel Podger. Frente a estos nombres ¿qué nos ofrece Fabio Biondi? Mucho, muchísimo. Si uno se dedica al peligroso malabarismo de las comparaciones, lo primero que llama la atención es la velocidad a la que el siciliano se ventila la música: 62 minutos, frente a los 70 de Manze, 71 de Homburger y ¡78! de Podger. Pero lo más llamativo es que Biondi nunca parece precipitado en su ejecución, los tempos están admirablemente escogidos, pareciendo al oído siempre naturales. A veces se nota cierta prisa, como en el Vivace de la fantasía novena, pero no deja de ser un toque de feliz virtuosismo muy bienvenido. Las fugas, por su parte, están expuestas con excelencia, pero sin adoptar una lectura analítica, sino plenamente musical, muy comunicativa. Por lo demás, Biondi, como era de esperar, hace más “cosas” que sus predecesores: cambios bruscos de tempo, dinámicas bien contrastadas, variada articulación y un fraseo “parlante” que desemboca en una elocuencia extraordinaria. Por supuesto, no falta alguna aportación de su propia cosecha, como los pizzicatos de la siciliana de la sexta fantasía, pero queda bonito y no deja de ser algo excepcional.
Para concluir, se trata, a mi juicio, de la mejor opción discográfica para una música que debería ser mucho más conocida. Les va a encantar.