Se cuenta de manera anecdótica que en la música clásica una de las rupturas sobre las formas tradicionales se demuestra en 1853 cuando J. Brahms y el violinista húngaro E. Reményi fueron a Weimar a visitar a Franz Liszt. Este último trabajaba en sus poemas sinfónicos que hoy conocemos como obras descriptivas y que eran parte de ‘la música del futuro’ que Liszt compartía con H. Berlioz y R. Wagner. Cuando Richard Wagner oyó esta Sonata para piano escribió esto a Liszt: “Es de una belleza sin parangón; magnífica, amable, profunda y noble, tal como sois vos”, realmente es considerada una de las representativas composiciones para piano.
J. Brahms había estado indispuesto por aquellos días y ante una petición de Liszt, quien le pidió que tocase alguna de sus obras, él se negó cordialmente. A la sazón, Brahms contaba con veinte años de edad. Cuentan que Liszt se sentó al piano iniciando su improvisado recital con el Scherzo y la Sonata en Do mayor de Brahms.
Luego, cuando Liszt interpretaba su Sonata en Sí-menor, el joven Brahms cabeceaba amablemente “hasta quedarse dormido” -según lo describió más tarde E. Remény quien no asimilaba mucho los gustos románticos de Brahms- y, aunque no se sabe si Liszt saldría encolerizado después de tocar su obra, el indicio es que los autores de historia de la Música le adjudican un tez simbólico a este momento. Rotundamente, la obra de Liszt *”proponía la destrucción de la forma sonata, es decir, la eliminación de los tradicionales cuatro movimientos –allegro / adagio / tempo de danza / finale-, y consideraba la composición como un todo unitario –de hecho, esta pieza consta de once breves movimientos o, mejor, de un único movimiento con once pequeñas divisiones”.
Ahora bien, cierta o inventada para difamar a Brahms –después de estos hechos Reményi hizo carrera como director de orquesta bajo la protección de Liszt-, la historia es magnífica: Brahms aburrido con la música de Liszt echa una cabezadita en público. El gesto era un símbolo: Brahms se posicionaba a lado del clasicismo y el formalismo -es decir, la música pura-, en contra de los progresistas o vanguardistas, los defensores de la música del futuro.