El director y pianista repasa sus pasiones y ataca Israel en una entrevista
Vía: cultura.elpais.com | Por PABLO L. RODRÍGUEZ
A diferencia del protagonista de la ópera Juliette de Martinů, el director de orquesta y pianista Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) no huye de la realidad. Todo lo contrario. Se aferra a ella y trata de mejorarla, día tras día, proyecto tras proyecto, composición tras composición. Recibió a EL PAÍS el pasado jueves en su austero despacho del Teatro Schiller de Berlín, residencia temporal de la Staatsoper de la capital alemana. El maestro acababa de terminar el ensayo general de la ópera de Martinů y descansaba en una butaca. Comenzó bromeando al preguntarle por su impresionante carrera como director y pianista, que inició hace ahora 60 años: “Mire, yo no hago carrera. No soy un caballo. Yo hago música”. Es su primera incursión en el gran compositor checo del siglo XX y los resultados musicales son impresionantes. “Siempre fui muy curioso. He dirigido muchas óperas desconocidas que no se hacen nunca por aquí”, reconoce. Pero después de Martinů volverá a Wagner para culminar esta temporada con dos nuevos ciclos completos de El anillo del Nibelungo, verdadero punto focal de su inmenso repertorio. “Para mí lo más importante es encontrar el equilibrio entre las obras nuevas y las que he hecho muchas veces. Las primeras tienes que pensar en cómo las vas a interpretar y las segundas las tienes que interpretar cada vez mejor”, aclara.
Barenboim se define como un director musical comprometido con su orquesta. Desde 1992 es responsable de la Staatskapelle de Berlín, un histórico conjunto cuyo origen se remonta a 1570. “Dirigí muchísimo por todas partes hasta 1975, en que tuve mi primera orquesta en París. Después solo he dirigido conjuntos que consideraba mejores que el mío y de los que podía aprender cosas, como las Filarmónicas de Berlín o Viena”, reconoce. Acaba de grabar con esta orquesta su tercera integral de las sinfonías de Bruckner, pero también ha vuelto a la música de Elgar tras casi cuatro décadas. En 2010 regresó al Concierto para violonchelo, tras las míticas interpretaciones donde acompañó a Jacqueline du Pré, después grabó su Segunda sinfonía, que pudimos escucharle en Madrid en Ibermúsica, y acaba de publicar la Primera con una excelente acogida por parte de la crítica inglesa: “En realidad todo ha sido porque mi orquesta se enamoró de Elgar, mucho más que cualquier orquesta británica”. Opina que la interpretación musical está más relacionada con una expedición arqueológica que con una construcción arquitectónica: “Todo lo que he profundizado en cada compositor durante los últimos 40 años lo he adaptado ahora a Elgar”.
Otra vuelta reciente en la vida de Barenboim ha sido a Buenos Aires. La capital argentina que le vio nacer, y donde pasó sus primeros años de vida, será nuevamente destino de su residencia veraniega con la orquesta del West-Eastern Divan. Allí volverá a tocar y acompañar en el Teatro Colón a una querida amiga de la infancia, la pianista bonaerense Martha Argerich. “Todos los argentinos tenemos un lado un poco sentimental hacia nuestra tierra”, confiesa. Y, señalando un retrato con el papa Francisco que preside su despacho, añade sonriendo: “A él también le pasa”. Pero hay otra razón más, confiesa muy serio: “Es lo que me queda de mi pasado”. Se refiere a su ruptura con Israel, el país donde pasó su infancia y donde ha estado muy involucrado hasta hace poco: “Lo que ha pasado con el Gobierno israelí en los últimos veinte años es catastrófico. Y critico a toda la población, pues el 70% está de acuerdo y se está volviendo racista”. El año que viene se cumplirán 50 años de la ocupación de los territorios palestinos, cinco décadas en las que el pueblo judío ha pasado de oprimido a opresor. Lo lamenta: “Ya no me siento cómodo en Israel. No me interesa ni su admiración ni sus aplausos”.
En la actualidad está volcado en favor de la educación musical que considera la solución a muchos males de nuestro tiempo. “Hoy una persona puede considerarse culta sin tener ni idea de música”, denuncia. Se ha propuesto crear un modelo educativo en Berlín desde abajo, con un jardín de infancia musical (Musikkindergarten) que puso en marcha en 2005. Considera incluso que es la solución para el futuro de las salas de concierto y los teatros de ópera. Y concluye: “Ahora tocamos música más compleja que antes y tenemos que dar al público los medios para disfrutar de lo que hacemos”.