De vuelta en Buenos Aires, el maestro sigue encontrando en su arte una clave del mundo; el domingo, su primer concierto en el Colón
Vía: www.lanacion.com.ar/ Por Pablo Gianera
No es un secreto que Daniel Barenboim tiene una personalidad fuerte. Eso se nota en sus opiniones contundentes y persuasivas, pero se impone también en otros detalles. Llegó a Buenos Aires hace unas horas, pero en su habitación hay ya dos paquetes de yerba, cajas de alfajores Cachafaz y Havanna, los diarios locales bien leídos y el humo del cigarro. Es su casa. En un momento se asoma su mujer, la maravillosa pianista Elena Bashkirova. “Ella adora venir a la Argentina”, comenta Barenboim.
Está elegante, como siempre. Es claro que tiene un muy buen sastre. De las mangas del saco, asoman las de la camisa, con los dos hermosos gemelos: una bandera argentina de un lado y sus iniciales (DB) del otro. “No crea que los uso aquí nada más. Los llevo siempre”.
El año pasado, el maestro quería hablar de Pierre Boulez. Este año, se impone Mozart, el protagonista de su primer concierto y también parcialmente del dúo que hará con Martha Argerich, su amiga y pianista admirada.
Al frente de la Orquesta del Divan, pasado mañana a las 17, iniciará entonces en el Teatro Colón una nueva edición del Festival de Música y Reflexión con un programa enteramente dedicado a Mozart, con sus tres últimas sinfonías: las n°39 en Mi bemol mayor, K.543, n°40 en Sol menor K.550 y n°41 en Do mayor, K.551 “Júpiter”. “No me interesa mucho la aproximación de los especialistas. Como decía mi amigo Edward Said, un especialista es alguien que sabe más y más sobre menos y menos. ¡Y es verdad! No se puede suponer que Mozart haya escrito esas sinfonías como un ciclo. Así como tampoco se puede suponer que Schubert escribió las tres últimas sonatas para piano como ciclo. Pero como son tan cercanas cronológicamente se puede pensar en una simultaneidad.”
-Una invención que respira en las tres sinfonías el mismo aire.
-Exactamente. No creo que sea una “trilogía”, pero tienen algo en común que es muy fuerte. Y tienen también elementos distintos. El programa es interesante porque une lo semejante y lo diferente. Todo compositor tiene géneros en los que su esencia es más evidente que en los demás. La esencia de Beethoven no son las sonatas para violín, ni siquiera las sinfonías, por grandes que sean: son los cuartetos y las sonatas para piano, su diario íntimo. En el caso de Mozart, su diario son los conciertos para piano y las óperas. Y en las óperas se ve claramente cuáles son producto del Mozart “alemán” y cuáles del Mozart “italiano”, sobre todo en la colaboración con Lorenzo Da Ponte. Sin exagerar, diría que la Sinfonía en mi bemol es el puro Mozart alemán, el de El rapto en el serrallo y el de La flauta mágica. En cambio, el de la sinfonía en sol menor es el de Don Giovanni y Las bodas de Fígaro. Si Bach fue el gran épico, Mozart es el dramatismo puro. La “Júpiter” me parece una mezcla de esos dos linajes. Hay también un lenguaje armónico parecido. A mí me encanta hacer estas tres sinfonías juntas. Yo hice muchas veces estas sinfonías y cada vez que dirigí una de ellas sentí que me faltaban las otras.
-En la música del siglo XX, la idea es mostrar los vínculos con la tradición. En cambio, con Mozart, ¿no deberíamos buscar una extrañeza?
-Cada oyente tiene que encontrar su forma. Pero si el ejecutante no tiene la posibilidad de enfrentarse con una sinfonía de Mozart como una primera audición, mejor que haga otra cosa. Yo no sé ya cuántas veces dirigí la Sinfonía en sol menor, le juro que nunca sentí: “Otra vez esto”. ¡Nunca! Ya el misterio del principio de esa sinfonía, con un poco menos de un compás de agitación de las violas antes de que entre el tema… Es un trayecto difícil. Hay que mantener el shock de lo desconocido, aun con el estudio. Proteger el asombro.
-Dijo antes que no le interesaban mucho los especialistas. ¿Se pueden dosificar los grados de conocimiento e intuición?
-Hace muchos años que estoy convencido de que hay mucho más de lo que es la música que es explicable. Lo único que es inexplicable es su inexplicabilidad. Hay muchas maneras, sin entrar en intelectualismos, de explicar por qué suceden las cosas. Porque en la música está el aspecto físico del sonido, del peso del sonido. Eso es explicable, es un fenómeno físico. El contenido es pura espiritualidad metafísica pero se expresa sólo por un medio físico, que puede medirse. No sé por qué hay tantos músicos que no quieren medirlo, y entonces buscan algo poético en la definición del sonido. Cuando dicen que un violinista o un cantante tienen una voz “muy clara”… Pero lo que es claro para usted tal vez sea oscuro para mí. Lo que tiene el sonido es peso y duración. Eso se vuelve expresividad musical porque la música es espiritual. Es la diferencia con la música de la discoteca. Son las mismas notas. Lo que le da al sonido la dimensión poética es la espiritualidad.
-Quienes escribimos sobre música, y usted también escribe sobre música, nos encontramos entonces en un callejón sin salida. Sólo podríamos hablar de fenómenos físicos. Pero si quisiéramos referirnos a la espiritualidad, ¿cómo lo hacemos sin metáforas?
-Eso es sólo subjetivo.
-¿Pero lo tenemos permitido?
-¡Claro que sí! Cuando hablamos o escribimos de música, no hablamos ni escribimos de música sino de nuestra reacción ante ella. La música produce reacciones diferentes en individuos diferentes, e incluso diferentes en distintos momentos de la vida del mismo individuo. Si estamos melancólicos, la música nos parecerá melancólica, porque la música es all inclusive. Contiene todo.
-Lo que no parece ser all inclusive es el mundo. ¿Qué tal le cae Donald Trump?
-Es la continuación de Berlusconi: un payaso. Lo que pasa es que Estados Unidos es un país más importante que Italia. Si los estadounidenses lo encuentran tan bien, quiere decir que lo merecen. Pero nosotros, pobrecitos, que también formamos parte del mundo y tenemos que lidiar con la mayor potencia, no merecemos eso. Cada vez tengo más “preguntas” respecto de los Estados Unidos. Esas preguntas empiezan por el nombre. ¿Qué quiere decir “Estados Unidos de América”? Yo también soy americano. Tanto que hablan de la corrección política en Estados Unidos, que empiecen a mirarse ellos mismos.
-Hace poco se encontró en Berlín con el presidente Mauricio Macri y pocas horas después el propio Macri anunció que la voluntad de recibir refugiados sirios. ¿Hablaron de ese tema?
-Sí. Pero yo había hablado con él de eso ya antes. Él me saludó para mi cumpleaños, en noviembre, y yo me permití comentarle eso. Y me dijo: “Lo voy a poner en la agenda”. Creo que es muy importante porque la Argentina tiene tres comunidades sirias: una musulmana, una cristiana y una judía. Siempre pensé que la Argentina es el mejor ejemplo de identidades múltiples. El problema de los refugiados sirios no puede ser abordado solamente por Alemania. Europa sola tampoco puede abordarlo. Es un problema global. Si no se lo resuelve así, va a tener un efecto atroz sobre todo el mundo. Por eso pienso que la Argentina, con su tradición de generosidad, como es claro con mis abuelos y los abuelos de Martha, tenemos una responsabilidad. La Argentina tiene el deber de dar un ejemplo. Eso también posicionaría a la Argentina internacionalmente.
-Esta vez presentará justamente un programa argentino, con el homenaje a los centenarios de Horacio Salgán y Alberto Ginastera.
-Salgán es un personaje muy importante. Yo me acuerdo muy bien de que mis padres, en la Argentina, conocían los tangos. Todos los músicos clásicos conocían el tango, y los tangueros, la música clásica. No hay un corte como el que existía entre el jazz y la música clásica en Norteamérica. Me pareció una buena idea que los músicos de la Orquesta del Divan se bañen en este mundo del tango.