Vía: www.codalario.com | Una entrevista de Alejandro Martínez
El turinés Davide Livermore afronta su mandato al frente del Palau de Les Arts con una amalgama bien medida de entusiasmo y realismo. Desprende verdadera pasión por el mundo de la lírica, que conoce como la palma de su mano, y al que espera servir con dignidad y coherencia. La sombra de Helga Schmidt es alargada, pero Livermore tiene ideas claras para afrontra el futuro más inmediato del coliseo valenciano.
Comencemos por una pregunta muy general. ¿Cómo se encuentra?
Muy bien, es un momento importante,estamos trabajando como locos. Se ve la ilusión en los ojos de la gente que trabaja aquí. Hemos vendido más de 4.500 abonos en la pretemporada. Es un éxito. Y contar con la confianza de Plácido Domingo. Tenemos una gran temporada, con muchas citas de interés internacional.
¿Exactamente qué cantidad de la temporada es suya y cuál de Helga Schmidt?
Aproximadamente un tercio estaba ya hecho y dos tercios los he cerrado yo. Comenzamos primero con una idea inicial de pretemporada. Esta es una idea de la señora Schmidt. Me parece una idea maravillosa y que he asumido sin ningún problema. No necesito ponerme medallas. Esta es una idea suya, es buena y la desarrollamos. Se trata de reponer mi producción de La Boheme, el primer espectáculo que yo hice aquí, trabajando con los jóvenes cantantes del Centro de Perfeccionamiento. Algunos de ellos, como Angel Blue, son solistas con un recorrido profesional ya asentado, porque el Centro de Perfeccionamiento tiene ya diez años y algunos de los primeros que pasaron por allí ya están trabajando en un trayectoria profesional.
Se diría que e Centro de Perfeccionamiento es algo casi tan valioso para Les Arts como la propia temporada lírica propiamente dicha.
Desde luego es algo muy importante y algo inédito en este país. Yo soy el tercer director artístico del Centro, tras Alberto Zedda y Ruggero Raimondi. Se trata de un proyecto de excelencia. Los jóvenes trabajan con libertad, con seguridad, en un entorno cómodo, con confianza y con un gran sustento personal y profesional por parte del teatro. El proyecto además se desarrolla en la sala Martin i Soler, que es un espacio magnífico.
De hecho varios títulos de la temporada, tanto de música antigua como contemporánea, se van a escenificar allí.
Es un espacio fabuloso, con una capacidad pequeña, eso sí, apenas 400 localidades, pero con un foso muy funcional y con una sensación estupenda de proximidad entre el publico y los artistas. Mi intención, como se ve en esta temporada, es la de poner a la sala Martin i Soler y al Auditorium al mismo nivel de interés, por los espectáculos que acogen, que la sala principal del Palau. En el Auditorium tengo muy claro que no podemos hacer una programación que vaya en contra de la que ya existe en el Palau de la Música de Valencia. Es fundamental que los espacios de excelencia de la ciudad se entiendan y colaboren; no podemos plantear una guerra de agenda entre nuestra programación y la suya. Es la ciudad la que sale perdiendo con eso. Lo primero que hice, la semana inmediatamente después de ser nombrado, fue ir a ver dos maravillosos conciertos al Palau de la Música para tratar esta cuestión y poner sobre la mesa la intención de una colaboración más estrecha, un mejor entendimiento. En el Auditorium tuvimos una experiencia maravillosa con la propuesta semi-escenificada de El castillo de Barbazul la temporada pasada, en un trabajo mío. Tenemos que explotar esa vía para dar cabida a espectáculos que se benefician precisamente de ese formato. Es el caso esta misma temporada de Juana de Arco en la hoguera de Honegger, la Sinfonía fantástica y Lelio de Berlioz, El sueño de una noche de verano de Mendelssohn. Se trata de propuestas en las que las proyecciones y el recitado, por ejemplo, juegan un papel importante y podemos salir de la sala principal con garantías.
Es una pregunta tópica, pero es inevitable. ¿Qué herencia se ha encontrado al llegar al Palau de Les Arts?
Creo que Helga Schmidt empezó un trabajo muy importante. Alguien tenía que comenzar y ella lo hizo apostando por un proyecto fuerte y de calidad, algo que era fundamental en una ciudad donde no había tradición operística. Yo tengo una gran gratitud hacia Helga Schmidt por la atención que ella siempre ha tenido por mi trabajo y mi forma de entender el teatro. Mi relación con ella ha sido algo muy interesante y enriquecedor; hemos tenido una relación profunda, de gran confianza. Sólo puedo estar agradecido por su confianza en mí para dirigir el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo. Helga ha puesto el teatro en estos diez años en el podio internacional, con una orquesta que ha estado y está entre las cinco o seis mejores del mundo, ni más ni menos. Evidentemente, en este momento, tras esa primera fase del proyecto, digamos, hace falta encarar una segunda fase, una segunda etapa. Y no se trata por supuesto tan sólo de una cuestión de cambio político y de cambio de intendente, sino de la personalidad artística del proyecto y de la institución. El Palau de Les Arts llegó a esta ciudad como una especie de astronave maravillosa, llena de arte, y ahora necesita seguir creciendo, desarrollando otros repertorios, cosa que podremos hacer ahora con el nombramiento de Roberto Abbado y Fabio Biondi como titulares y Ramón Tébar como principal director invitado. Tenemos que desarrollar más repertorio, no podemos centrarnos sólo en un siglo de música. Cada vez más el público quiere escuchar más músicas distintas y variadas. Yo quiero elaborar temporadas que sean un relato, que cuenten algo al espectador, generando curiosidad y expectativas nuevas. El reto mayor es el de arraigar cada vez más una idea internacional de la ópera española. La ópera española está llena de títulos maravillosos y creo que nunca ha habido verdadero coraje en España para programar esta música la mismo nivel que otros repertorios, mostrándola al mundo como algo verdaderamente valioso. Un programador artístico necesita conocer la tierra en la que vive, los ciudadanos con los que comparte una ciudad, la historia del lugar en el que vive.
Se ha cuestionado un tanto esa triple figura de batutas al frente del teatro.
He leído algunas cosas ciertamente exageradas al respecto, indicando que falta una verdadera batuta en el Palau y cosas semejantes. Verá, Abbado y Biondi son dos de los mejores directores de hoy en día a nivel internacional, dos referentes en sus respectivos repertorios. Quizá no tengamos a una de esas grandes batutas del pasado, de la generación más mayor, un clásico digamos, pero eso no significa que los que tenemos tengan menos calidad. Abbado y Biondi representan lo mejor de la música hoy en día en el mundo. Y Ramón Tébar es una promesa hecha realidad, un hombre muy talentoso que además está vinculado a esta tierra. Y cuidado, no fue nombrado por ser valenciano. Yo no soy políticamente correcto. Sí quiero atender y cuidar a los artistas de esta tierra. Vengo de la política cultural de los años 70 y 80 que se hizo en mi ciudad, en Turín, atendiendo a la realidad local pero sin perder de vista la exigencia de calidad y el imperativo artístico por encima de todo lo demás.
En varias ocasiones se ha referido a su intención de dar al Palau un verdadero sentido como “teatro público” con perfil social. ¿Podría ampliar esta reflexión?
Sí, es algo muy importante para mí. La cuestión es muy sencilla: ¿Quién paga este teatro? Los ciudadanos de esta comunidad con sus impuestos. Por lo tanto, este teatro es un escaparate de esta región y de esta ciudad ante el mundo. Y al mismo tiempo es una institución al servicio de esta comunidad. La idea de un teatro público es fundamental si se quiere dar un sentido profundo de educación y formación al trabajo que hacemos quienes tenemos la suerte de programar cultura. Esto no significa que tengamos que perder calidad artística y excelencia para ser más sociales. No es eso; se trata de cómo se cuentan las cosas, de cómo implicamos a la sociedad en el teatro. Quiero que el aforo del Palau sea una representación del panorama social de la ciudad, donde cada uno tenga su lugar. Hay que conseguir que este teatro sea verdaderamente para todos los que lo pagan y no sólo para aquellos que pueden conseguir una mejor localidad porque la pueden pagar. En este momento histórico no podemos delegar nuestra responsabilidad de hacer una verdadera gestión pública de un teatro que está ahí para contribuir a educar en la belleza, que es lo único que puede ayudar a subir el nivel humano de los ciudadanos, más capaces de interrogarse, más profundos, con más calidad en su alma. Y mi pregunta siempre es: ¿la clase política quiere ciudadanos inteligentes, críticos y sensibles? No quiero hablar de la política española porque no la conozco aún tan bien, pero en el caso de la clase política italiana tengo clarísimo que ésta ha olvidado la responsabilidad de poner los medios para una verdadera educación en la belleza. La clase política italiana se ha dejado llevar por un “sfascismo”, no hablo de “fascismo”, sino de esa tentación de lo fácil y lo inmediato, sin preocuparse de las implicaciones que sus decisiones puntuales tienen para la colectividad. Y el resultado es que esa responsabilidad educativa en la belleza ha terminado en manos de la televisión comercial. ¿Y qué hace la televisión comercial? Ahondar en el vacío moral y ético que tenemos en nuestra sociedad, ni más ni menos. Insisto en que hablo de la realidad que mejor conozco, que esa la de Italia.
Y en el caso concreto de este teatro y esta comunidad, ¿le van a dejar los políticos hacer su trabajo?
Hasta este momento sí. No conozco a los que están por venir, pero digo claro que si la próxima clase política con la que me encuentre no quiere un teatro público, un teatro que se abra a la ciudadanía y que la belleza esté al alcance de todos, entonces es obvio que no soy el intendente que necesitan. Tengo la suerte de tener un trabajo como director de escena, no soy un nombramiento político. Mi cargo no es un trono y este teatro no es mi propiedad. Repito: mi cargo no es un trono y este teatro no es mi propiedad. Tengo la suerte de servir a una comunidad. El sentido cívico y ético de este teatro es clarísimo. Y ahí está mi paso por el Teatro Baretti de Turín para certificarlo. Un teatro que con sólo 112 butacas vendió 25.153 entradas en un año, sin que yo ganase un sólo euro y con sólo tres personas en nómina, siendo todos los demás voluntarios entregados al margen de cual fuera su profesión en el día a día. El Baretti fue posible y lo fue gracias a la vocación de servicio cívico de la ciudadanía en torno a un proyecto cultural que merecía la pena. El Baretti estaba en un barrio deprimido de Turín, una zona que es ahora precisamente donde más nuevos negocios se abren a lo largo del año. La conclusión es clara: la cultura es un vehículo para crear comunidad.
¿Cuáles son los principales problemas del Palau de Les Arts?
En este momento hay dos niveles de dificultades. Por un lado está el funcionamiento interno, muy burocratizado a causa de una gran desconfianza por lo que pasó, y no hablo del pasado enero y de Doña Helga, sino de todo lo que pasó antes de la intervención, cuando había una presencia masiva de la política en el teatro. Todos sabemos lo que pasó con la política valenciana en 2012. El nuevo gobierno quiso entonces generar limpieza y transparencia, y yo lo comprendo perfectamente, pero al mismo tiempo ha lastrado mucho la agilidad interna de los trámites administrativos. Tenemos que abordar ese problema. A nivel artístico no tenemos problemas, tampoco a nivel interno con el personal. Sí tenemos un problema con el patrocinio. Después de 2012 bajó de forma drástica. Tenemos sin duda uno de los edificios más atractivos de España, uno de los dei más fotografiados del mundo, y eso significa que tenemos un potencial enorme de patrocinio privado, si lo sabemos poner en relación con el dinero público. Tengo una gran confianza en la posibilidad de desarrollar discursos con empresas a nivel internacional. Cuando estuve en Omán, hace varios meses, estuvimos viendo la posibilidad de una gira de nuestra orquesta y de intercambiar producciones, y me encontré con varios representantes de empresas internacionales que veían con mucha curiosidad lo que aquí estamos haciendo. Esa es una oportunidad que tenemos que aprovechar.
Sin olvidar, imagino, la reclamación histórica que desde Valencia se hace a Madrid, al Ministerio de Cultura, para que el respaldo económico a este proyecto sea equiparable al que reciben otros teatros españoles.
Esa es la gran batalla política que tenemos que afrontar. Es también una responsabilidad que tiene que hacer suya la nueva representación política que llega a esta comunidad. Un patrimonio como el que representa Les Arts, la trayectoria que atesora, es un capital que no se puede perder y por el que la clase política valenciana que llega tiene que luchar.
¿Hasta cuándo se extiende su contrato en Les Arts y en qué condiciones?
Es un contrato por cuatro años más dos. Las condiciones son públicas: recibo 135.000 €, lo que supone un caché de mercado. Mi remuneración como intendente es la misma que tenía Doña Helga y a ello se suma mi remuneración al frente del Centro de Perfeccionamiento. Pero no se trata de algo simbólico, sino que cada semana que estoy en Valencia sigo haciendo clases, de igual modo que sigo haciendo dos producciones al año aquí. Y todo esto, siempre dentro de esos 135.000 €, lo que supone realmente un ahorro para esta casa. Para mí es un placer que así sea. Y no hablo de caridad con la institución por mi parte. Pero no siempre se hacen las cosas por dinero. Para mí no tiene precio la posibilidad de trabajar con excelencia en el teatro de máximo nivel técnico que he conocido nunca, en un ambiente humano envidiable. Si ganamos el Premio Campoamor por la producción de La Forza del Destino, que costó sólo 125.000 €, es precisamente por eso. Los artistas queremos hacer arte, no sólo tener dinero. Por supuesto yo sigo mientras tanto mi carrera internacional fuera, con mis producciones, y mi idea es compatibilizarlo con mi trabajo en Valencia. En los últimos meses, desde que mi incorporé, he cerrado la programación de la temporada 15/16, hice los nombramientos de Abbado, Biondi y Tebar, gestionando todas sus condiciones, etc., he preparado el programa didáctico, hice Norma y Narciso aquí y después Carmen y Billy Budd fuera. Por eso me sonrío cuando se pone en cuestión mi capacidad de estar al servicio de Les Arts al tiempo que atiendo mis compromisos fuera como director de escena. Es un hecho que puedo hacerlo.
¿Podría hacernos un breve recorrido por su trayectoria personal y profesional hasta hoy? Ha pasado por el canto, por el ballet y por el teatro hasta llegar finalmente a la ópera, donde parece decidido a quedarse.
Mi abuela me compró una batería. Yo tenía diecisiete años y había crecido en una familia maravillosa, donde no gustaba demasiado la televisión, así que por las noches se cantaba en casa, como algo habitual. Empecé a estudiar percusión pero el director del coro me aconsejó que estudiase mejor canto. Obtuve el Premio Aslico y en 1992 empecé mi carrera como cantante. Estudié ballet con quien para mí es el más grande maestro del ballet barroco, Andrea Francalanci. Estudié también filología con Carlo Majer, ex-director artístico de Turín y de Nápoles. Es uno de mis mejores amigos y un gran mentor para mí. Canté con Domingo, con Carreras, con Pavarotti… hice muchas cosas… canté en la Scala, en la Fenice, no sólo en Italia sino por todo el mundo, en Japón o en América. Hice, digamos, una carrera de buen comprimario. Y después, casi naturalmente, me propusieron encargarme de una dirección de escena, lo que nunca había estado en mi mente, ni de lejos. Fue con La colomba ferita de Provenzale, que hice en el San Carlo de Nápoles. En esa ocasión tuve la suerte de tener el público a mucha gente de gran nivel, responsables artísticos de otros teatros. El espectáculo tuvo un gran éxito y a partir de ahí empecé a tener más compromisos y comenzó mi trabajo como director de escena. También hice mi carrera como actor, cuando directores de teatro me han llamado para ello, en prosa o en verso. Estuve nominado a un premio por mi trabajo por actor, en 2011 gané el premio Musical América por I Vespri Siciliani que hicimos en Turín en los 150 años de la unificación italiana. Y finalmente este año ganamos el Premio Campoamor en esta casa por La Forza del Destino. También he escrito textos para la televisión, para la Radiotelevisione svizzera italiana. Dos cosas tuvieron bastante éxito: la serie “Livermore sciò” y en el 2011 la película Viva Verdi Giuseppe, sobre cómo la ópera creó a los italianos. Fue hecha por la televisión Suiza y comprada después por la RAI. Es algo que hice en mi tiempo libre con mi gran amigo Alfonso Antoniozzi, un barítono al que este año tenemos la suerte de tener en el Centro de Perfeccionamiento como profesor y como solista en el título de Britten que representamos. Como director artístico tuve la fortuna de estar en el Teatro Baretti, fui también profesor en la Universidad de Venecia. También he tenido contactos con el mundo del musical, también escribo… Y todo esto lo puedo hacer porque soy hiperactivo desde pequeño, aunque nadie se dio cuenta de ello cuando yo era niño.
Cuando presentó la temporada 2015/2016 hizo algo muy significativo y creo que muy valioso, al revelarla primero a los trabajadores del teatro, antes que a la prensa y al público.
Insisto en lo que decía antes: este no es “mi” teatro, no es “mi casa”. Y en la medida en que no es mi propiedad, sólo lo concibo como un trabajo en equipo. No tengo en mi cabeza una idea vaticana y papista del poder. Una idea piramidal del poder se encamina a crear súbditos y no ciudadanos, en el sentido revolucionario francés del término. Eso se reproduce también en el esquema de trabajo de una institución como este teatro. Es fundamental que todos los trabajadores de esta casa sean conscientes de cuál es el fin de su trabajo, entendido como una maquinaria compleja en la que cada uno es imprescindible.
Mencionaba antes su producción de I Vespri Siciliani, al hilo de la cual en alguna otra ocasión ha dicho que desde entonces usted está vetado en Italia. ¿Hasta qué punto esto es así?
Bueno… sí, digamos que sí. No en toda Italia, pero sí en varios teatros. Trabajo en Génova, donde soy regista residente, y trabajo en Roma y en Turín. Con esa producción de I Vespri Siciliani yo tengo claro haber servido profundamente a los deseos del propio Verdi, planteando una reflexión sobre la Italia contemporánea como él hizo en su día con la Italia de su tiempo. Esa producción fue un grandísimo éxito y también un problema para mi persona en ciertos círculos en Italia. Pero… la vida es así. Todo en esta vida tiene remedio. Incluso la muerte.
¿Lo dice por algo en particular?
Lo digo porque en esta vida no tenemos un único destino sino muchos. Ninguno es dueño absoluto de su destino.
Hablando de destinos… El Festival del Mediterráneo, ¿forma ya parte del pasado?
Absolutamente no. Es una gran historia que vamos a retomar en cuanto sea posible. Todavía no puedo hablar más, porque todavía no está escrito negro sobre blanco, y yo sólo hablo cuando las cosas están ya por escrito y cerradas, pero estamos trabajando ya por volver a ponerlo en marcha. La idea es poner en conexión al teatro con otros grandes coliseos del Mediterráneo, generando un gran festival sobre esta cuestión, sobre lo que significa formar parte de este Mediterráneo, con nuestra música, con nuestra ópera, etc. No podemos olvidar que la cultura que ha generado los valores más elevados de esta sociedad han nacido en este mar, y eso es algo que debemos recordar al mundo. Cuando yo era pequeño Bagdad era para mí la ciudad de Las mil y una noches, y hoy Bagdad, para mis hijos, no es más que un lugar de muerte. Desde la música tenemos que hacer algo para luchar contra eso. Yo tengo un gran aprecio por la cultura angloamericana, de hecho mi apellido es Livermore y mis antepasados tienen ese origen. Pero el Mediterráneo es de verdad el ombligo del mundo y tenemos que reivindicarlo.
¿Volverá también Zubin Mehta a Valencia?
Yo he trabajado con Metha estrechamente y respeto profundamente su decisión y su palabra de no volver hasta que no se resuelva la cuestión legal y personal en torno a Helga Schmidt. Sólo puedo decir que cuando él quiera sabe que tiene las puertas abiertas y que le esperamos con mucho afecto.
En torno a la citada cuestión de Helga Schmidt, ¿qué puede decir usted acerca de su situación personal y penal?
Repito que para mí Helga Schmidt representa una persona fundamental en mi desarrollo intelectual y artístico y para ella no tengo sino simpatía, afecto y apoyo. Una persona es inocente hasta que no se demuestra lo contrario y yo espero realmente que toda esta historia pueda tener muy pronto un final feliz.
Esta temporada es el décimo aniversario del Palau de Les Arts como tal. Además de la temporada como tal, ¿hay previsto algún otro acto de celebración?
El concierto del 8 de octubre, con Davide Penitente de Mozart en manos de Fabio Biondi y con las voces de Jessica Pratt, Antonino Siragusa y Manuela Custer es la principal celebración. Obviamente sería estupendo disponer de presupuesto para llevar a cabo más celebraciones, pero tenemos lo que tenemos. Me gustaría mucho, eso sí, encontrar la manera de hacer una exposición, una muestra en imágenes, quizá en el propio centro de Valencia, de lo que el Palau de Les Arts ha hecho durante estos diez años.
En la próxima temporada hay un poco de todo: reposiciones como Aida, títulos de un repertorio menos cultivado aquí como Britten, también hay zarzuela con Katiuska… Es una temporada bastante distinta y con una personalidad propia. ¿Ese va a ser su tono de aquí en adelante?
Sin duda. Creo que es básico ofrecer un panorama tan amplio. Y mucho más haremos en la 2016/2017, porque tendremos ya un año más de trabajo a nuestras espaldas en todos los sentidos. Hay una excelente relación con el Teatro Real, con el Liceo, con los Teatros del Canal, con ABAO, con La Coruña, Sevilla y Oviedo… y vamos a colaborar estrechamente. Y en el exterior estamos trabajando en un vínculo estrecho con Omán, también con la Ópera de Roma y con el Rossini Opera Festival de Pesaro, que es para mí el mejor festival del mundo, una referencia filológica y artística para todo aquel que afronta un título de Rossini en cualquier parte del mundo. Volviendo a la propuesta de esta temporada, para mí va a ser fundamental siempre crear curiosidad y sorpresa en el público de Valencia y del exterior. Desde el más profundo respeto a la obra y a la partitura, tenemos que ser fuertemente imaginativos y ofrecer incluso propuestas con atractivo turístico, pensando por ejemplo en una agenda en la que tengamos dos títulos en el mismo fin de semana. Tengo después dos sueños: por un lado que esta casa se sume y participe de la más grande celebración de esta ciudad que son las Fallas. No puedo concebir que esta casa esté cerrada a las Fallas. Tenemos que sumar. Y en segundo lugar, creo que en torno al Palau de Les Arts tenemos un gran espacio por aprovechar y en el que tendría sentido hacer en algún momento una ópera al aire libre, gratis y abierta para todos los que pasen por la calle.
Las reposiciones de Boheme y Aida, ¿están ahí porque usted creer en las reposiciones o porque no había dinero para hacer otra cosa?
Es normal reponer producciones propias en un teatro.
Pero en España ya sabe usted que no es nada frecuente.
Es algo fundamental fuera de España y cada teatro español tiene una historia propia, con una serie de títulos que han sido más o menos representados, etc. En nuestro caso en particular, en sólo diez años hay grandes títulos de repertorio que se han visto sólo una vez y que tiene sentido ofrecer ya de nuevo al público, que a lo mejor no los vio en su día cuando se hicieron por primera vez.
¿Qué significa Plácido Domingo para esta casa y cuál va ser su vinculación con Les Arts de cara al futuro?
Plácido Domingo es una figura fundamental para el Palau de Les Arts. Nuestro Centro de Perfeccionamiento lleva su nombre y él mismo ha estado muy vinculado a los diez años de la institución. Es de algún modo un embajador del Palau de Les Arts en el mundo. Ni los valencianos ni la política valenciana pueden olvidar la atención de la que ha gozado este teatro gracias a la implicación de Plácido Domingo con este proyecto, a partir de una estrecha amistad entre él y Helga Schmidt. Y ese vínculo se prolonga ahora conmigo en la medida en que Plácido Domingo me ha mostrado su confianza en mi trabajo como director de escena y como intendente, ya en su día cuando contó conmigo para estar al frente de su Centro de Perfeccionamiento.