Vía: www.abc.es/ OVIDIO GARCÍA PRADA
Su montaje ya no provoca ni escandaliza. Es simplemente un dejà vutedioso y enervante, temáticamente a contrapelo
El Festival wagneriano y la Filarmónica berlinesa son polos paradigmáticos de la cultura musical alemana. Ambos han solventado este año el problema sucesorio. En Bayreuth, si los indicios no engañan,finaliza también la fase convulsa de cambios, que se remonta a los últimos años del nieto del compositor y director vitalicio, Wolfgang Wagner, y la incursión de su hija Katharina, durante la cual actuaron algunos de los más polémicos registas dramáticos, por ejemplo, Christoph Schlingensief (Parsifal), Lars von Trier (Anillo, que abrumado declinó), Hans Neuenfels (Lohengrin), S.Baumgarten (Tannhäuser), Frank Castorf (el Anillo en curso), Jonathan Meese (Parsifal) o la propia Katharina Wagner (Maestros cantores).
Entretanto, Meese fue descabalgado y reaccionó con un violento «manifiesto» de protesta, y Katharina, cuyo montaje debutante de «Meistersinger» perpetraba un «sacrilegio cultural» con ribetes freudianos, ha sorprendido ahora con una escenificación bastante comedida y minimalista de «Tristan und Isolde». La planificación hasta el año 2020 (con Laufenberg, Barrie Kosky, Alvis Hermanis y Tobias Kratzer) tampoco augura a priori grandes sobresaltos. En 2016 habrá incluso una paradójica «coincidentia oppositorum». En lugar del vitoreado Kirill Petrenko dirigirá la tetralogía del «Anillo» precisamente Marek Janowski, un veterano prohombre de la interpretación wagneriana que tiene grabadas discográficamente todas las composiciones musicales de Wagner, pero que durante años rehusó dirigir ópera, opuesto radicalmente como es a los montajes modernos.
Guerra de sucesión
¿Presagia todo esto una reorientación hacia aguas menos procelosas? Administrativamente, después de largas luchas internas de la familia Wagner en la llamada «guerra de sucesión» y delinterregno de las dos hermanastras biznietas, la situación está clara. A partir de septiembre, clausurado este 104 Festival, Katharina Wagner será la intendente-directora general, con un contrato de cinco años, asistida por un jefe administrativo (H.-D.Sense) y, por primera vez en su historia, un director musical (Christian Thielemann). Con ello, lo que comenzó siendo una empresa familiar y después una fundación estatal con un regente vitalicio, funcionará en la práctica como uno más de los teatros alemanes de gestión pública.
Aparte del innegable rejuvenecimiento del público, hay otros indicios indicativos de estabilidad: tras largos años de espera y con grandes partes del edificio cubiertas con lonas protectoras se acometerá en septiembre el saneamiento general del Festspielhaus. Y hace días fue reabierta también la costosamente saneada Wahnfried, la casa de los Wagner convertida en museo en 1976.
Cuatro cocodrilos
Por lo demás, la segunda parte del ciclo de premières discurrió según los cauces previstos. La primera gran bronca la recibió eldisparatado montaje de «Siegfried», pieza en la cual Castorf destapó su peculiar tarro de las esencias, que repele al wagneriano de pro, completado a la postre con cuatro cocodrilos, pues la pareja copulante tiene ahora prole. La magnífica ejecución musical (y también los grandiosos decorados de Aleksander Denić, como el espectacularMount Rushmore comunista con las testas descomunales deMarx, Lenin, Stalin y Mao, polvorientos y maltratados por Mime con una maza), salvan la producción.
Siguió la reposición de un «Holandés» gris, sin más cambios que la batuta segura algo pacata de Axel Kober, con dos destacables cantantes secundarios: B.Burns (piloto) y T.Mužek (Erik), y como siempre los coros. El «Ocaso», finalmente, tuvo un nivel canoro general muy notable, descollando especialmente los debutantes Stefan Vinke (Siegfried) y Stephen Milling (Hagen), contundentes ambos con segura entonación y presencia escénica. Petrenko, la orquesta y el coro masculino, sobresalientes, antológicos. Este «Ocaso», «Walkyria» y «Tristan» constituyeron los puntos álgidos del programa.
Por el lado opuesto, la traca final que cerró el ciclo: una bronca descomunal a Castorf. Con la perspectiva de tres años cabe concluir quesu montaje ya no provoca ni escandaliza. Es simplemente undejà vutedioso y enervante, sistemáticamente a contrapelo y al margen de la obra, que interfiere la vivencia estética dramático-musical.Castorf olvida que la ópera no es cine y abusa del vídeo y la filmación escénica en tiempo real creando un overkill videográfico. Muchos asistentes, tras sufrir estoicamente cuatro días las secuelas de banales efluvios deconstructivistas, se desahogaron con un ruidoso y persistente abucheo.