Vía: La Vanguardia.com | Màrius Carol
Dudo que le hiciera ninguna gracia, pero, cuando uno forma parte de la historia, deja de ser dueño de su memoria. Es el caso de Maria Callas, la mejor soprano de todos los tiempos, pues su camisón amarillo con bata negra de Dior, su disfraz de hilo de plata de sirena e incluso su última carta de amor desesperado a Onassis, enviada días antes de casarse con Jacqueline Kennedy, han recorrido Nueva York, Roma, Tokio, Atenas y ahora recalan en Valencia. Callas es un mito que sigue vendiendo miles de copias de su recopilatorio de arias, a los treinta y cinco años de su muerte. Ainhoa Arteta dijo en la inauguración de la muestra que la visión del traje de Tosca le había puesto la piel de gallina. Las leyendas están para quedarse.
Recuerdo que José Luis de Vilallonga me había hablado de Callas y Onassis como una relación tormentosa, pues tenían peloteras descomunales en el barco Christina, hasta el punto de que la tripulación se acercaba respetuosamente a las puertas del lujoso camarote para escuchar los insultos, “que superaban a los que usan las pescaderas de El Pireo”. Curiosamente las peleas acababan en grandes carcajadas, cuando no en revolcones apasionados. Vilallonga insistía en que Onassis odiaba la ópera, pero nunca terminé de creerlo, más bien creo que era una maldad de su primera mujer, Tina, que le había asegurado que en más de una ocasión Onassis había intentado cantar en el barco un aria con Callas, desfinando y sin saberse el texto, lo que daba pie a nuevas broncas.
La carta de amor de la soprano a Onassis llegó tarde, pues el armador había dejado de interesarse por ella. Su relación con Jacqueline la pilló, sin embargo, desprevenida. Porfirio Rubirosa le había presentado a los Kennedy, pero tampoco el armador los conocía tanto como para presentarse en Estados Unidos, cuando fue asesinado el presidente en Dallas. En su libro La flor y la nata, Vilallonga escribió: “Le envió toneladas de flores, asistió a todos los servicios religiosos que se celebraron en memoria del fallecido y, apenas pasadas unas semanas del magnicidio, invitó a Jackie y a sus hijos a relajarse en un crucero a bordo del Christina. Con gran escándalo del clan Kennedy, Jackie aceptó embarcarse (…) La prensa del mundo entero puso el grito en el cielo”.
Por cierto, Maria Callas actuó una sola vez en el Liceu. Fue en un recital en la primavera de 1959. La primera parte resultó decepcionante y suscitó las protestas del público en forma de vítores a su rival Renata Tebaldi. Ello encendió a la diva, que, tras el descanso, estuvo impresionante y emocionó sobre todo al público en el aria final de El pirata. Pero no volvió a cantar en el templo de la Rambla. De su paso queda una placa en el restaurante Les Set Portes, adonde el empresario del teatro Antoni Pàmies se la llevó a comer platos que le recordaron los que preparaba su madre, Angelina.