Vía: Jornada.unam.mx | Por Pablo Espinosa | Con información de Joselyn Castro
El venezolano fue de nuevo aclamado frente a la Filarmónica de Berlín
El clamor del mundo en la melena rizada de Gustavo Dudamel: ejecuta el último golpe de batuta con el que hace danzar el aire, cierra los ojos y se le viene encima un alegre cataclismo en acompasado diapasón de aplausos: siete minutos de vítores en una de las mejores sala de conciertos del planeta y muchos más en pantallas de computadora, celulares, iPad y un centenar de pantallotas de cine por todo Europa, pues el concierto en el que el astro venezolano dirigió a la Filarmónica de Berlín se transmitió en vivo hacia todos los rincones del orbe.
Schubert, Beethoven, Stravinsky
Dos cuartas sinfonías, las de Schubert y Beethoven y en medio del sandwich la segunda suite para pequeña orquesta del famoso músico bizco don Igor Strabismo y su delicioso sentido del humor que pone sonrisas en los rostros todos, los de los músicos y los de quienes estamos pegados a la pantalla de la compu, disfrutando en la Redacción de tan bello concierto y el equipo se emociona: Joss hace notar la limpidez de imagen y sonido y la sabiduría de Gustavo, quien más adelante hablará del poder de la música: “es el amor”; Ángel Bernal llama la atención sobre el júbilo en los rostros de los músicos; Moni Mateos exclama asombrada: “¡Me gusta cuando los músicos levantan la mirada y hacen contacto con los ojos de Gustavo!”, Glory sonríe ante el acento venezolano de Gustavo y Ericson Ruiz, contrabajista titular de la mejor orquesta del mundo, pues durante el intermedio se pusieron a charlar como dos hermanos, asombrados:
–Mira, Gustavo, esta es la máquina de escribir donde escribía Fürtwangler
–No te creo, ¡vaya!
En esta ocasión multitudes pudieron seguir de manera gratuita esta velada, pues a través de las redes sociales el venezolano regaló pases electrónicos y entonces mientras los músicos sonreían en escena, todos sonreíamos desperdigados por el mundo, en una intimidad pasmosa: una multitud diseminada por el mundo que podía ver, a milímetros, los ojos de una bella violonchelista anegados de lágrimas mientras ejecutaba un pasaje delicado de Ludwig van Beethoven y a todos, hermanados por el poder de la música, vimos cómo en el golpe de batuta final rebotaron uno a uno los rizos de la melena de Gustavo y ahí se anidó el estrépito, el gozo, el regocijo entero del mundo.