“Usted que inventó la tristeza/ tenga hoy la fineza/ de desinventar.// Usted va a pagar/ (y bien pagada)/ cada lágrima brotada/ desde mi penar”
Chico Buarque
El reciente pronunciamiento de Servando Primera, uno de los hijos del cantor falconiano Alí Primera, vino a subrayar algo que sólo había sido testimoniado por YouTube y por el miedo. La Guardia Nacional Bolivariana, en sus batallas represivas en Altamira, usaban como soundtrack de su aventura hermosas y vitales canciones de Alí. Concretamente, Servando tuiteó “Mi papá para defenderse no usó balas, usó versos, si la GNB usa sus canciones, que sea para defender al pueblo, no para enfrentarse con él”.
Permítanme compartir uno de esos videos, donde el hermoso peligro de las canciones queda evidenciado:
Para quienes no están familiarizados con la obra de Alí, esta canción que suena es ”Canción mansa para un pueblo bravo”: Yo sé que un día tuviste sueños,/ no viste un río cuando pequeño/ pero tu alma se te alegraba/ con la llegada del vendaval./ Huellas cansadas tienen tus pasos/ pero aunque el río sea muy manso/ poquito a poco se enfrenta al mar.
Si esta canción sirvió de cortina sonora a un solo guardia apuntando contra un solo ciudadano, estaríamos ante uno de los robos del capital simbólico más atroces y, a la vez, torpes. En pocas palabras: el absurdo de un gobierno que pone canciones contra el gobierno, porque además de creer que las convierte en armas a su favor también se han convencido a sí mismos de que la canción de Alí forma parte del inventario de bienes del partido de gobierno.
A los enamorados de las explosiones el ruido de las bombas los deja sordos por fuera y por dentro.
La imagen poética que no llega a sonar, pues el video llega a su final, dice: A veces pienso que todo el pueblo/ es un muchacho que va corriendo/ tras la esperanza que se le va./ La sangre joven y el sueño viejo,/ pero dejando de ser pendejos/ esa esperanza será verdad.
Ponerle “Canción mansa para un pueblo bravo” como soundtrack a un enfrentamiento entre manifestantes y una fuerza de orden público es, también, un secuestro. Una cada vez menos brillante política comunicacional le ha hecho creer a buena parte del país —y también, al parecer, a la Guardia Nacional— de generalizaciones torpes como que todo el que está en contra de la revolución es de Derechas y todo el que está pegado del gobierno es de Izquierdas.
Pero los sordos por fuera se mantienen sordos por dentro. Siempre.
Resulta inevitable recodar a Woody Allen en Manhattan Murder Mystery: “No resisto oír mucho a Wagner, pues de inmediato me entran ganas de invadir Polonia”. Siempre que se habla de música y poder, se usa el referente de Adolfo Hitler y su fascinación por la épica inmediata que evoca la obra de Richard Wagner. Incluso, se dice que en el ejército nazi se ponía “Las valquirias” a la tropa para emocionarlos, al tiempo que se les preguntaba de dónde venían y por qué estaban ahí.
No tuvieron cuidado con que la palabra valquiria significa “que elige a quienes caen en la batalla”. Pudo ser un olvido que, aunque argumentado con una emoción, terminó convertido en el absurdo de ponerse música en contra. Lo digo porque en todos los homenajes a Alí Primera que hacen en los (muchos) canales que pertenecen a la red de medios públicos siempre aparece alguien con este testimonio infaltable: la canción de Alí sigue vigente.
Y ése es el problema, camaradas.
A pesar de quince años de gobierno, a pesar de la cuestionable vigencia de la separación de poderes, a pesar del barril de petróleo a más de cien dólares, a pesar de que cada vez es más cruel la dependencia del Estado de quienes tienen menos, a pesar de los intentos por imponer un modelo que cada vez se ve más mermado (electoral, política y económicamente), a pesar de que el poder consiguió secuestrarla y mantenerla maniatada en los discos duros de las salas de edición del Estado… a pesar de todo eso las canciones de Alí Primera siguen vigentes.
Pero todas.
No sólo las que selecciona, junto a las municiones, un musicalizador con porte de arma.
Sigue vigente “Ahora que el petróleo es nuestro/ no quiero ver pordioseros,/ ni enfermos sin hospitales/ ni muchachos sin liceos”. Sigue vigente “No te dejes engañar/ cuando te hablen de progreso/ porque tú te quedas flaco/ y ellos aumentan de peso”. Sigue vigente “Sopla el viento en el bolsillo/ del hombre trabajador/ y hasta el de la clase media/ ha comenzado a ladrar./ ¿Y eso qué importa? ¿Y eso qué importa?/ Ellos vuelven a votar/ ¿Y eso qué importa? ¿Y eso qué importa, mamá?/ Somos un país con rial“.
No sólo las que sirven para mantener la sonrisa de las anclas de Venezolana de Televisión.
Sigue vigente “El que ha sido marinero/ cuando ve la mar suspira/ y el que vive en la oscurana/ con mucha luz se encandila”. Sigue vigente “El pueblo es cuero seco:/ si lo pisan por un lado, por el otro se levanta./ Por algo tiene la piel florecida de esperanza./ Jala que la soga se revienta:/ al que te pegó sólo llévale la cuenta”. Sigue vigente “Dicen que Bolívar trae/ furia y coraje por dentro/ al ver que nos han quitado/ lo que dejó siendo nuestro./ Dicen que viene caliente/ por nuestro comportamiento,/ por dejar caer su espada/ y también su pensamiento”.
No quiero caer en el mismo lugar común de las pancartas, porque seguro ustedes también se saben aquello de “Maldito sea el soldado que vuelva las armas contra su pueblo…”
Hace unas horas el escritor Leo Felipe Campos se preguntaba en su cuenta en Twitter “¿Qué pasa con los pueblos una vez que la guerra termina? ¿Quién cuenta ese pedazo de la historia que empieza justo después del final?”. Lo más seguro es que la prensa esté ocupada comunicando los tubazos que los ponen colmilludos y, a lo mejor, para la verdad de vaina y nos quede la música.
Existe una —cuestionable— anécdota en torno a una canción de Chico Buarque que, como todos los mitos urbanos, corren el riesgo de no haber sucedido. Sin embargo, estas historias suelen resumir un deseo común, algo que la gente quisiera que hubiese sucedido. Dicen que, durante la dictadura en Brasil, a Chico Buarque le prohibieron cantar su canción “A pesar de voçê”. La prohibición era clara: su autor no podía cantarla en público. Chico censurado. Sólo él. Y ahí el mito: en un concierto por esos días, el público asistente —no Chico: todos, menos él— cantaron la canción mientras Buarque los oía. “Hoy es usted el que manda./ Lo dijo. Está dicho./ Es indiscutible./ Toda mi gente hoy anda/ hablando bajito/ y mirando al rincón, ¿vio?” hasta ese coro que no querían oír en boca de las masas: “A pesar de usted/ mañana será otro día”. Por cierto, “A pesar de voçê” termina diciendo: “¿Cómo se va a explicar/ ver al cielo clarear/ de repente, impunemente?// ¿Cómo va a silenciar/ nuestro coro al cantarle/ bien de frente?”, poniendo en evidencia que ningún poder está dispuesto a enfrentar el coro de las masas sin por lo menos intentar silenciar antes dos o tres verdades.
En la noche, mientras un humo que hace llorar le espantaba el sueño a quienes de por sí ya no pueden dormir, una tropa uniformada convertía el canto de Alí Primera en ruido, en amenaza, en potencial bélico. Y con eso le tergiversaban cada verso. Quizás como dice su “Canción Bolivariana” sobre el fetiche que siempre ha tenido Miraflores con los restos del Libertador, lo hacían también para asegurarse de que estuviera muerto, bien muerto.
¿Pero están listos en Palacio para que la prohibición que le han impuesto el poder y la muerte a la voz de Alí Primera se convierta, como pasó con aquella pieza de Chico Buarque, en un gentío convertido en el río que poquito a poco se enfrenta al mar? ¿Y si vuelven a escuchar los discos completos y ven que en quince años el “Sangueo para el regreso” esta revolución lo convirtió en un mausoleo carísimo y mil réplicas de espadas regaladas? ¿Y si la gente de verdad se pone a escuchar y a cantar Alí Primera, camarada, y las descubre una vez más puestas en contra del uniforme, de la felicidad impuesta por decreto, de la política que usa al pobre como excusa? ¿Y si las costillas deciden dejar de descansar mientras el palo va y viene para ir a interrumpirle la siesta a los culpables? ¿Cómo recibirían en Miraflores esta serenata del hartazgo que está tan llena de verdades, esta cabalgata de las valquirias?
¿Y si, de pronto, miles de volantes con versos de Alí Primera nos llenaran las manos, camarada?
Dice el Panfleto de una sola nota que “Perdonen si esta canción/ no salió como un poema./ Yo soy cantor de mi pueblo/ y hay que echar todo pa’ fuera./ La pelea es desigual/ pero hay que hacer la pelea/ y no me gusta el papel/ de estar perfumando mierda”.
Ni todas las bombas ni todos los coros alcanzan para cambiarle el aroma a la verdad, que sigue instalada en los mismos lugares imperfumables: los bolsillos de arriba y las tripas de abajo. Ni siquiera con un soundtrack que les sirva de escondite. Mucho menos cuando esa misma canción es la que dice: “Señores: la democracia/ no es que nos dejen votar./ Manipular con la prensa/ no se llama libertad./ Y si al pueblo lo encandilan/ con propaganda oficial,/ llámelo usted soberano:/ yo lo llamo encandilao“.