El detalle es importante por cuanto «Il postino» y Domingo caminan tan parejos que es muy dudoso que, sin este aval, una obra de tan inmediata comunicabilidad hubiese llegado a Madrid donde poco puede añadir al afán de inteligente modernidad que caracteriza al actual Teatro Real. De manera que faltando Domingo la ópera quedaba coja, provocando el desaliento entre muchos aficionados que se habían decidido a comprar la entrada anteponiendo su presencia a cualquier otra razón. Los claros que anoche se vieron en el Real y las prisas de algunos espectadores por salir tras el primer aplauso algo deben tener que ver con este hecho frente al que merecería la pena ponderar la buena ley con la que se presenta, para sorpresa de prevenidos y escépticos.
Reparto solvente y de acento español
Hay que citar en primer lugar al tenor Vicente Ombuena, sustituto de Domingo a última hora, colaborador con él en anteriores representaciones y magnífico intérprete en el papel del poeta chileno Pablo Neruda. Por presencia escénica, calidad vocal y rigor en la interpretación Ombuena demuestra ser un sólido protagonista en el contexto de un reparto solvente y de marcado acento español. Esta es otra rareza en el actual Teatro Real que también se ha hecho posible de la mano de Domingo. Parece que a quien no quería caldo con «Il postino» le han caído dos tazas y dentro de ellas a Sylvia Schwartz, Nancy Fabiola Argenta, Federico Gallar, Eduardo Santamaría… además de los hispanos Cristina Gallardo-Domâs, Víctor Torres y José Carlo Marino.
Por partes, el tenor italo-estadounidense Leonardo Capalbo ha de situarse en un lugar preferente. Él es el cartero que admira al poeta, de quien aprende el valor de las metáforas y quien muere tratando de ayudar a los desprotegidos mientras lee un poema en medio de una manifestación. La buena apariencia del espectáculo debe mucho a la convicción con la que Capalbo y los demás miembros del reparto defienden su interpretación, particularmente la soprano Sylvia Schwartz cuya calidad vocal, estupenda línea y expresividad la sitúan en una posición muy interesante.
Ante todos está el director musical Pablo Heras-Casado, buen concertador y sentido maestro que deja aflorar con naturalidad la indudable vena lírica de la partitura, particularmente en el último acto donde la música toma una dimensión más compacta y evocadora. Con ese mismo afán se traza la escena dirigida por Ron Daniels. Luminosa, de colores planos y brillante claridad, destaca por la agilidad con la que se suceden los distintos cuadros y por algunos momentos especialmente sugerentes: la escena de los pescadores es una de ellas y, sin duda, aquella en la que el cartero atraviesa el mar grabando los mejores paisajes sonoros de Cala di Sotto, isla del sur de Italia en la que Neruda vive exiliado. Es, además, un momento en el que aflora la ternura de fondo que remata «Il postino» cuya buena dosificación debe mucho a la habilidad del convencido operista que fue Catán, a su buen oficio y a algún que otro golpe de humor. No hace falta más receta para un obra de indudable bonhomía.