Vía: AP | www.eluniverso.com | La vida de los bailarines del Teatro Teresa Carreño de Caracas quedó en suspenso poco antes que la Organización Mundial de la Salud declarara que un nuevo coronavirus debía considerarse como pandemia debido a su alarmante propagación por el mundo.
Meses después, los miembros de la compañía no están dispuestos a que el paro forzoso trunque sus carreras, y en medio de las adversidades se preparan a diario desde sus casas para el regreso. “Días antes de que se decretara la cuarentena, ya nos dijeron que no podíamos ir más al teatro”, dijo Carolina Wolf, una bailarina de 42 años que trata de mantenerse en forma bajo la mirada vigilante de uno de sus dos gatos, quienes como severos maestros la han acompañado durante sus entrenamientos en los más de 150 días de aislamiento por el COVID-19.
Bailarinas e instructoras como Wolf apenas tuvieron tiempo de asimilar lo que sucedía. De manera intempestiva, fueron enviadas a casa una semana antes del comienzo de la cuarentena en Venezuela. Nadie pensó entonces que la pausa sería tan prolongada y que estarían meses, e indefinidamente, lejos de los escenarios y las salas de ensayos. “Jamás imaginamos que íbamos a durar tanto” en aislamiento, comentó la bailarina clásica y contemporánea.
Al principio se dijo “no puedo parar”, pensando que a más tardar en un mes volvería a su rutina diaria en el teatro, donde entrenaba y ensayaba con sus compañeros unas 40 horas semanales. “Yo no puedo parar”, resaltó Wolf, explicando que en apenas unos días se puede perder el trabajo de acondicionamiento que le ha costado meses alcanzar. Sin embargo, su entrenamiento se ha reducido drásticamente y ha ganado algo de peso.
Tras el choque provocado por la abrupta parada, y con un duelo interno por el impedimento de bailar en las instalaciones adecuadas, las ganas de seguir adelante y estar lista para cuando vuelva a subir el telón del Teresa Carreño -uno de los teatros más grandes y modernos de la América Latina- la impulsan a ocupar su tiempo en ensayos, improvisando incluso el uso de una biblioteca como barra. “Enseguida comencé a entrenarme en la casa… (pero) no es igual. Hago prácticamente la mitad de lo que se hace normalmente por las condiciones”, dijo.
Calzarse las zapatillas y pararse con las puntas de los pies en superficies duras y resbaladizas, muchos ellas de concreto o cerámica, también representa un reto ante el riesgo de sufrir graves lesiones. Los giros y saltos, por esa razón, por ahora están fuera de cualquier rutina de entrenamiento.
Los pisos para el ballet suelen ser de madera y deben tener una “cámara de aire” para amortiguar el impacto, explicó. El piso de su casa, además “es muy resbaloso, entonces tengo que mojarme las zapatillas constantemente” para no caer.
Ese truco lo aprendió de su madre, una bailarina retirada del Ballet Nacional de Venezuela, hija de una pareja franco-suiza que hizo de Venezuela su hogar y que fungió como su primera maestra entre los 3 y 16 años en Santa Elena de Uairén, un poblado remoto cerca de las montañas aisladas y rectangulares conocidas como “tepuis” (formaciones rocosas de las más antiguas del mundo y hogar del Salto Ángel, la caída de agua más alta del mundo, de 979 metros).
Ese y otros tropiezos que a diario enfrentan en Venezuela — que ha estado en cuarentena desde el 16 de marzo, tres días después que se confirmaron los dos primeros casos — dejan en evidencia el espíritu de superación y amor de los bailarines venezolanos por el ballet clásico, el más formal de los estilos de baile, nacido en el renacimiento y profesionalizado en la Francia del rey Luis XIV en el siglo XVII.
Durante la pandemia no todo ha sido malo. Los integrantes del cuerpo de baile venezolano -que en sus 40 años de historia llegó a recibir visitas de bailarines de la talla de Rudolph Nureyev en Giselle (1981)- han tenido la oportunidad de compartir conocimientos y recibir lecciones en video vía Zoom con destacados maestros extranjeros, quienes han contribuido gratuitamente en su esfuerzo de mantenerse en forma y pulir la técnica para hacer más fluidos y precisos sus movimientos. “Encontré que muchos maestros en el mundo estaban dando clases. Aquí es muy costoso traer un maestro del exterior o tener acceso a esa información, al conocimiento de maestros muy buenos que están fuera del país”, dijo la bailarina.
La mayoría de las clases “las empezaron a dar gratis o las colgaban en YouTube o las daban gratis por las redes de Instagram o Facebook y yo las tomaba”. Ahora, con la reactivación de muchas compañías de manera presencial, las transmisiones en vivo cesaron, pero todavía hay muchos videos disponibles en Internet.
Entre esos maestros a distancia se destacan Tamara Rojo, bailarina y directora artística del Ballet Nacional de Inglaterra, y Felipe Díaz, que en sus más de dos décadas de carrera ha bailado como solista con Ballet de San Francisco, el Ballet Nacional de Inglaterra y el Ballet Nacional de Holanda, en papeles que incluyen el príncipe en Cenicienta y Basilio en Don Quijote, entre otros.
Wolf, que desde el 2005 es parte del Ballet del Teresa Carreño, a veces se desanima y se pregunta: “¿Por qué sigo entrenando? ¿Será que algún día volveremos?”. “Incluso lo pienso por mi edad”, dijo. “Yo la estaba corriendo (la fecha del retiro), la vida de las bailarinas no es tan larga… ya siento que no tengo las mismas condiciones”, agregó.
Pero si bien tiene esos pensamientos, las clases online tanto para mantenerse en forma y su reciente incursión como instructora mediante videoconferencias la han ayudado a sentirse bien, “independientemente de lo que pase en el futuro”.
En Venezuela se contabilizan cerca de 28.000 casos de COVID-19 positivos. De ese total, más de 26.000 fueron detectados entre el 1 de junio y el 10 de agosto, mientras que la cifra de fallecidos saltó de 14 a 238 en ese período.
Los expertos sostienen que el bajo número de casos respecto a otros países de la región, más allá de la adopción temprana de la cuarentena, se debe en buena medida al aislamiento que vive el país después de años de crisis política, económica y social. (I)