Vía: ProDavinci | Por Diajanida Hernández
El director asociado de la Orquesta Sinfónica de Boston estuvo en Venezuela para dirigir la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, durante el Festival Villa-Lobos. La joven batuta brasileña cuenta aquí cómo ha sido su vida con la música.
Nació y creció en un ambiente musical. Y Marcelo Lehninger dice que la decisión de ser músico fue algo muy natural. Lo dirá varias veces durante la conversación. Este joven director brasileño es hijo de la pianista Sonia Goulart —una de las más importantes de su generación— y del violinista alemán Erich Lehninger. La música ha sido parte de su cotidianidad y desde muy pequeño comenzó a estudiarla. Hoy el joven maestro es considerado una de las más destacadas batutas de Brasil.
Una de las preocupaciones de un director es hacerse entender, que los músicos comprendan su búsqueda, la sonoridad que persigue. Lehninger se toma su tiempo para ello. Ensaya con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar las piezas del concierto que darán en el Centro de Acción Social por la Música, en Caracas: suenan los acordes de Kabbalah, de Marlos Nobre, y de Choros Nº6, de Heitor Villa-Lobos. A cada tanto, Lehninger detiene a los músicos y da indicaciones, busca la metáfora más sencilla y precisa para explicarles a los músicos hacia dónde deben ir. La música se convierte en lenguaje común y orquesta y director salvan la diferencia de lenguas maternas. Los músicos toman el lápiz y la borra que están al borde del atril y borran y reescriben sobre la partitura. Lehninger quiere más precisión en el pizzicato, así que pide a las cuerdas hacerlo por secciones: primero las violas, luego los cellos, ahora los violines. Cada grupo pellizca las cuerdas hasta que logran el sonido que pide el director. La batuta se hizo entender y el ensayo sigue.
Lehninger estuvo en Venezuela invitado a la sexta edición del Festival Villa-Lobos, que organiza el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela en conjunto con la Embajada de Brasil, la Fundación Meijer-Werner y el Instituto Cultural Brasil Venezuela. Ésta fue su primera vez en el país y el maestro no sólo trabajó con los músicos, también pudo conocer el trabajo del Sistema. “Nunca había venido aquí antes. Comencé a trabajar con la Simón Bolívar y es fantástico. Son maravillosos. Tocan con mucha energía y pasión. Ha sido una experiencia maravillosa trabajar con ellos. Visité uno de los núcleos del Sistema y quedé completamente emocionado, porque lo que se está haciendo aquí en este país con la educación musical, con los jóvenes, debe ser un ejemplo para el mundo entero. Es absolutamente extraordinario”.
La diferencia o el toque que ve en el trabajo del Sistema es la entrega. “Creo que la cosa más especial, evidentemente, es la dedicación de los que están en este proyecto. Todos dan sus vidas. Creo que tanto el deporte como la música pueden hacer la diferencia, pero para mí la música es la más especial porque los niños aprenden a comunicarse con un lenguaje especial, trabajan en equipo y conocen la disciplina”.
Viendo los logros del Sistema en Venezuela y los pasos que poco a poco Brasil da en el tema de la educación musical, Lehninger evalúa los avances y dificultades que tienen en su país. “El problema de Brasil es que es un país muy grande. Creo que es muy difícil tener como en Venezuela un sistema nacional. Ahora estamos comenzando a entender que proyectos culturales y educativos tienen que surgir de la combinación del Estado con la iniciativa privada. En Brasil la gente es muy dependiente del gobierno, que cambia cada cuatro años, o solamente de la iniciativa privada, que a veces cambia el patrocinio. Entonces, comienzan proyectos lindos pero sin continuidad, se acaban. Creo que ahora en Bahia con Neojiba, y en otros estados de Brasil, están comenzando movimientos pero todavía tenemos treinta años para llegar a lo que se hizo en Venezuela. Estamos apenas comenzando ahora, ustedes comenzaron hace más de treinta años y, evidentemente, un país de las dimensiones de Brasil va a demorar. Pero hay una cosa que quiero decir: yo estoy feliz y muy orgulloso de que en mi país ahora es ley la educación musical: las escuelas tienen que impartir música”.
El director no pierde de vista en ningún momento el afán de ser preciso, de comunicar lo justo. Así que aclara que hablará divagar para que lo comprenda bien. Lehninger es formal pero tiene una dulzura natural (también) que se muestra franca cuando sonríe y se dibuja un gesto infantil en su cara. Mientras habla, mueve las manos, natural para un director también. Las mueve como si dirigiera o ilustrara las ideas. Con 34 años, Lehninger es una joven estrella de la música académica: es director asociado de la Orquesta Sinfónica de Boston y director artístico y titular de la Orquesta Sinfónica de New West, en Los Ángeles. “Vivo en Estados Unidos desde hace muchos años. Estoy trabajando con la Orquesta Sinfónica de Boston desde hace cuatro años: soy director asociado de la orquesta. Es un hecho inédito, pues yo era director asistente y ahora me transformaron en director asociado. El programa de director asistente en Boston es de dos años con la posibilidad de quedarte un tercer año. Cuando terminó mi contrato de tres años, me pidieron que me quedara dos años más y me ascendieron a director asociado. Es un trabajo maravilloso. Es una de las mejores orquestas del mundo y la oportunidad de estar allá, dirigir la orquesta y trabajar con ellos es una oportunidad única en mi vida. Paralelamente, tengo una orquesta en Los Ángeles: la New West Symphony. Tocamos en Santa Mónica y la orquesta viaja por el norte, donde toca en dos ciudades de Los Ángeles. Soy el director musical de esa orquesta y es un trabajo distinto al de Boston porque, además de dirigir y hacer música con ellos, debo asumir tareas administrativas como, por ejemplo, levantar fondos para la orquesta. Así que divido mi tiempo entre Boston, Los Ángeles y los viajes que hago para dirigir otras orquestas en el mundo”.
En la casa musical en la que nació y creció, Lehninger aprendió de niño a tocar violín y piano, los instrumentos de sus padres. Y recibió premios en concursos nacionales en ambos instrumentos. “Mis padres nunca me forzaron pero la música fue parte de mi educación, así como aprendí a hablar, a leer, yo aprendí música. Y, evidentemente, desarrollé una pasión por la música desde muy temprano, desde muy pequeño”.
En medio de la dinámica de su casa musical un día Lehninger tomó la decisión de ser director. Riéndose, el maestro dice que a su papá no le gustó mucho la idea, “creo que cuando supo que su hijo se iba a convertir en el jefe se preocupó”. La decisión la tomó a los 12 años, ver los ensayos de su papá y el hecho de tener que practicar solo lo llevaron a escoger la batuta. “Mi papá tocaba en la Orquesta Sinfónica del estado de São Paulo, era el concertino y tenía un gran director de orquesta de Brasil, llamado Eleazar de Carvalho. Yo era un joven que estaba en aquel ambiente de ensayos y quedé fascinado con aquello, quedé fascinado con el director, con Eleazar, cómo trabajaba con la orquesta, cómo cambiaba su sonoridad y cómo establecía el trabajo conjunto de los músicos. Después tocar piano, e incluso violín, era muy solitario para mí. Violín menos porque yo tocaba en una orquesta, pero piano lo estudiaba en mi cuarto solito; cuando viajaba, porque iba a tocar o a participar en un concurso, estaba siempre solo. En fin, lo hallé muy solitario y no quise, yo quería trabajar con la gente y creí que la dirección me iba a proporcionar eso. Las ochenta y ocho teclas del teclado las cambié por ochenta y ocho músicos”.
Con la decisión tomada y el apoyo de sus padres, Lehninger comenzó a estudiar dirección. A los catorce años recibió sus primeras clases en la materia y a los veinte se estrenó profesionalmente. “Decidí estudiar con seriedad dirección. Nunca pensé que simplemente una persona comenzara a mover los brazos y fuera llamado director. Por eso estudié a fondo qué es la dirección, una buena técnica, la partitura de una orquesta, cómo funciona una orquesta. Fue un proceso natural. Creo que si hubiera resuelto ser abogado o médico hubiera resultado un poco exótico en mi familia”.
Con el maestro Eleazar de Carvalho comenzó a hablar de dirección y aprendió algunas cosas. Pero Carvalho no tenía mucho tiempo y estaba un poco enfermo, así que lo recomendó con uno de sus pupilos para que comenzara a estudiar. “Me llevó a estudiar con el maestro Roberto Tibiriçá, quien fue alumno de él. El maestro Tibiriçá se fue a Río de Janeiro como director de la Orquesta Sinfónica Brasileña y entonces comencé a estudiar con él. El maestro Tibiriçá fue, probablemente, el maestro más importante en mi formación desde los inicios hasta que me mudé a los Estados Unidos a hacer la maestría. Él me inspiró, me incentivó, me enseñó muchas cosas de la dirección. Es un director fantástico”.
Lehninger cursó una maestría en el Conductors Institute at Bard Collage, en Nueva York. Estudió con Harold Farberman, Leonard Slatkin, Kart Masur, y composición con Laurence Wallach. En el año 2007 fue becado por la Félix Mendelssohn-Bartholdy Scholarship y pudo viajar por Europa y Estados Unidos como director asistente del maestro Kart Masur, trabajando con la Orquesta Nacional de Francia, la Gewandhaus de Leipzig y la Filarmónica de Nueva York. En Estados Unidos amplió sus estudios, encontró y aprovechó la infraestructura de la universidad norteamericana, mejoró su técnica y tuvo oportunidades. Encontró un cauce natural para su vocación. “Lo que encontré en Estados Unidos primero fue una infraestructura de la universidad que no tenía en Brasil. En Brasil hay profesores maravillosos, está lleno de talentos y escuelas de música importantes, pero muchas trabajan sin dinero y otras sin infraestructura. En Estados Unidos fui a una universidad donde tenía un piano a mi disposición, donde tenía clases para dirigir orquestas todas las semanas, una biblioteca enorme. Eso fue una cosa maravillosa. También tuve un profesor de dirección que me enseñó tremendamente, porque en Brasil yo aprendí a dirigir y siempre estudié música, pero no era natural dirigiendo. Con ese gran profesor que tuve, Harold Farberman, aprendí una técnica. Nunca imaginé que existía una técnica para los músculos, para el pulso, para la batuta, que hiciera una diferencia tan grande para ser claro para la orquesta, para dirigir una orquesta de forma más efectiva y clara. Eso para mí fue fundamental. Y, finalmente, en los Estados Unidos también encontré una oportunidad profesional muy grande, porque hay muchas orquestas y muy buenas. Tiene un campo de trabajo grande. Y eso fue bueno para mí y terminé quedándome allá”.