Felipe Izcaray nació en Carora, Estado Lara. Tierra de nobles próceres de la Independencia como Juan Jacinto Lara Y Pedro León Torres. También es tierra de músicos, con luminarias que hoy forman parte de nuestro acervo cultural como Rodrigo Riera y Alirio Díaz, guitarristas gloriosos. Venezuela Sinfónica -noticiero digital líder dedicado exclusivamente al mundo sinfónico de nuestro país- conversa con este director de talla mundial, que tras explorar el continente americano y dirigir a grandes orquestas, regresó a su terruño para dedicarse a lo que más le gusta y le da satisfacción: la enseñanza y la dirección.
Evelyn Navas Abdulkadir, Entrevista Exclusiva para Venezuela Sinfónica
Felipe Izcaray es músico desde siempre, la música lo cautivó de niño, y fue a través del canto coral que llegó a abrirse camino, en primera instancia bajo la influencia de su padre Eduardo Izcaray Muñoz, quien era pianista con excelente formación académica y técnica, ya que fue alumno del gran Salvador Llamozas y entre sus condiscípulos destacaban Moisés Moleiro, Evencio Castellanos, Israel Peña, Emma Stopello, Elena Arrarte, y Antonio Lauro. Eduardo Izcaray Muñoz también fue miembro fundador del Orfeón José Ángel Lamas, junto al Maestro Vicente Emilio Sojo, y por tanto, uno de esos músicos que revolucionó el movimiento musical venezolano en 1930, año en que también se consolida la fundación de la primera orquesta sinfónica profesional de nuestro país, la Orquesta Sinfónica Venezuela. Con un padre músico, era de esperarse que el ambiente familiar estuviese marcado por músicos inspiradores que dejarían en un Felipe niño una huella indeleble por aprender y valorar la verdadera historia musical.
Eduardo Izcaray Muñoz mantuvo siempre vivo el interés en su hijo Felipe al contarle anécdotas sobre los fundadores del movimiento sinfónico-coral venezolano: “Papá siempre me hablaba de sus años en el Orfeón Lamas. Recordaba con aprecio al Maestro Sojo y entre los cuentos resalta la vez que al maestro, sus alumnos del Orfeón le regalaron un reloj de cadena por su cumpleaños y dijo ‘A mí no me sobornan con regalitos’ y después fue a decirle al portero ‘Mire lo que me regalaron los muchachos del Orfeón”, nos cuenta Felipe Izcaray.
La carrera de Eduardo Izcaray Muñoz como músico no progresó por la pérdida parcial de la audición tras un tratamiento con quinina para el paludismo. “Abandonó lo que prometía ser una buena carrera musical y se dedicó a actividades comerciales en el entonces incipiente ramo del seguro de vida. En 1936 ya estaba viajando por todo el país vendiendo seguros de la Pan American Life de New Orleans. En 1941 se casó con mi madre y formó hogar en Carora, y por algunos años en Barquisimeto. Sus gestiones administrativas con su compañía de seguros se hacían en Barquisimeto a través de la oficina del señor Melpómene Abreu, padre del maestro José Antonio Abreu. Mi madre y una tía me contaban que cuando vivíamos a principio de los años 50 en Barquisimeto en la Carrera 16, cerca del Parque Ayacucho… pasaba todas las tardes el hijo del Sr. Abreu en pantalones cortos y con un violín rumbo a sus clases en la escuela de Doralisa de Medina”.
La Voz, instrumento y una razón de ser
Al crecer, Felipe Izcaray se viene a Caracas a cursar estudios en la Universidad Central de Venezuela. En ese entonces, y a pesar de su notable inclinación por la música, logra cursar por tres años la carrera de Sociología, a la par de ingresar al Orfeón Universitario y sus estudios musicales en la Escuela Superior José Ángel Lamas. No estudió un instrumento en sí, su voz fue su instrumento, porque el canto coral en ese entonces dominaba su búsqueda musical. “Cuando me fui al exterior, mi entrenamiento era como cantante y estudié canto durante toda mi estadía en la Universidad de Wisconsin. Cuando me preguntan cuál es mi instrumento, contesto la verdad: la voz, el canto. Durante mi licenciatura en Educación Musical y mi Maestría en Dirección Coral tuve un buen entrenamiento como bajo-barítono, dedicado sobre todo al Lied, la Chanson y los géneros Oratorio y Cantata. Mi experiencia máxima en música de cámara la tuve como integrante fundador del Quinteto Cantaclaro, desde su fundación en 1976 hasta 1991. Siento especial atracción por varios instrumentos orquestales como el oboe y el cello, pero como buen caroreño, me declaro amante de la guitarra. Toco decentemente el cuatro y siento profunda y sana envidia por quienes tocan la bandola llanera”.
Felipe se inicia en el canto coral a través de la influencia de su padre, quien jamás dejó la música, a pesar de la limitación auditiva: “En mi casa siempre había música, bien sea con mi papá al piano tocando todo tipo de música, clásica, popular o folklórica, enseñándonos a cantar –mi éxito de muy niño era el pasodoble ‘La Zarzamora’-, o escuchando discos. Cuando Don Eduardo conoció al recién llegado a Carora el odontólogo Dr. Juan Martínez Herrera, se enteró de que Juan tenía experiencia coral con Antonio Estévez, y lo animó a que fundara un coro mixto, aduciendo que en el pueblo había un gran talento para la música y que él podía guiarlos. Incluso le regaló un libro que contenía canciones corales del Orfeón Lamas que él mismo había copiado. Así nació el Orfeón Carora. Para mí era un misterio, sabía que se reunía un grupo de personas en un colegio pre-escolar y que ensayaban, pero no sabía qué ensayaban pues a mí me describían al orfeón como ‘unos que cantan pa´rriba y otros pa’bajo’. Un día se hizo un ensayo con público, un ‘fogueo’ del coro en un club social, y quedé petrificado con la primera canción, ‘La Primavera’ de Moisés Moleiro, que comienza con un re unísono que desemboca en un gran acorde de Sol Mayor. Desde ese acorde de Sol Mayor yo me convertí en Músico, lo supe al instante. Al día siguiente ya le estaba rogando a Juan que me aceptara en el orfeón. El me aceptó renuentemente porque mi voz era muy fea, una voz de adolescente en plena etapa de cambio. Pero nadie me podía detener. A partir de entonces, y como fundador del Orfeón Carora, me sentí músico de vocación y de devoción”.
Sería en el Orfeón Carora, donde Felipe Izcaray conoce su propia voz, saliendo de la etapa juvenil, aún cuando se le salían los gallos: “Fue un aprendizaje increíble, un contacto directo con la música de nuestros compositores: Sojo, Estévez, Moleiro, Eduardo y Juan Bautista Plaza y los magníficos arreglos de Rafael Suárez, quien nos permitió cantar algunas de las canciones del Quinteto Contrapunto. Esa experiencia me fue muy útil cuando ingresé al Orfeón de la UCV, aunque ahí me clasificó el Maestro Adames como Bajo, y tuve que aprenderme todo el repertorio que ya me sabía de nuevo”.
Con una maleta cargada de recuerdos y gratas experiencias, Felipe Izcaray arriba a Caracas y se inscribe de una en el Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela, bajo la dirección del inolvidable Maestro Vinicio Adames: “Allí se afianzó en mí la escuela y la influencia de Antonio Estévez, ya que Vinicio, al igual que Juan, nos inculcaron el respeto y la admiración por Antonio. Fui miembro fundador del Grupo Vocal Metropolitano, y en Estados Unidos canté en el Coro de Conciertos de la Universidad de Wisconsin, dirigido por mi Maestro Robert Fountain, un gigante legendario de la dirección coral a nivel universitario. Formé parte del gran coro que cantó la 9ª. Sinfonía de Beethoven con el Maestro Gonzalo Castellanos Yumar en 1968, coro éste que sembró la semilla de la unión entre los coros, y que luego se convirtió en la Coral Filarmónica de Caracas. Por supuesto debo mencionar mi pertenencia al Quinteto Cantaclaro, grupo inspirado por el inolvidable Contrapunto”.
Siguiendo el ejemplo paterno, Felipe Izcaray apreció cada momento para atesorar recuerdos importantes, para darle valor a cada institución musical y su justo lugar en la historia de la música en nuestro país: “El Orfeón Lamas es el padre y la madre de todos los coros venezolanos. Fue un coro muy particular, ya que solo cantó música venezolana durante sus 30 años de existencia. Era el instrumento vocal de nuestros compositores, quienes contaban con esa garantía de que sus madrigales y arreglos serían cantados por el coro. Además, es un coro único en la historia, ya que los principales compositores de nuestro país eran miembros activos del mismo. En cualquier foto del Orfeón Lamas podemos ver a Evencio y Gonzalo Castellanos, a Modesta Bor, a Inocente Carreño, a Ana Mercedes de Rugeles, a Antonio Estévez, a Antonio Lauro… es decir, a la flor y nata de la composición coral venezolana. ¡Es el único ejemplo de ese tipo que yo conozco! Imaginemos a un coro norteamericano que tuviera entre sus integrantes a Aaron Copland, Samuel Barber, Ned Rorem, William Schuman, George Gershwin…. Pues bien, eso fue el Orfeón Lamas. Nunca pude estar presente en un concierto del Orfeón Lamas, pero creo que su principal legado fue el rescate de la música venezolana de la colonia y la defensa de los valores de nuestros compositores, del pasado y de su presente”.
Orfeón Lamas y OSV. Dirige Vicente Emilio Sojo
Sería legado del propio Eduardo Izcaray el contacto de su hijo Felipe con los grandes maestros: “Mi amistad con el maestro Sojo y con algunos de sus alumnos se dio porque aproveché al máximo la relación de mi padre con ellos. Me recibieron como a un sobrino, me trataron siempre con gran afecto, no sólo los compositores, sino músicos y coralistas muy importantes, como Pedro Antonio Ríos Reyna y Juan Aguirre, fundadores de la Orquesta Sinfónica Venezuela, quienes tocaban en los cines mudos con mi padre, Teo Capriles, William Werner, Antonio Lauro y Antonio Estévez. Mire, yo acompañé varias veces al Maestro Sojo a su rutina dominical. En la mañana, algún concierto en la Biblioteca Nacional o el Aula Magna, un ligero almuerzo, pasar toda la tarde en la casa del Profesor Alejandro Fuenmayor –dueño de una colección discográfica fabulosa- escuchando óperas de Wagner o de Bizet, en especial recuerdo la Carmen con Leontyne Price, Franco Corelli y Mirella Fren. De ahí, íbamos en el viejo Volkswagen de Teo Capriles al cine y luego al restaurante chino que quedaba en una transversal de Sabana Grande entre la Calle Real y la Casanova. La película favorita del Maestro ‘La Fiesta Inolvidable’ con Peter Sellers. Decía que por sus problemas con la próstata se identificaba con la famosa escena de las ganas de orinar del protagonista durante la fiesta. La vimos 3 veces. Esas experiencias con gente de esa talla, ese afecto de grandes hombres sencillos, ese amor por su país antes que nada, me hizo sentir como un ser muy privilegiado, y aún lo siento así”.
Los estudios de sociología aunque progresaban bien, Felipe Izcaray los abandona, quizás siguiendo la intuición del Maestro Alirio Díaz, quien le dijo que mejor se dedicara a la música: “Para los caroreños la figura de Alirio Díaz, al igual que la de Rodrigo Riera es la de dioses itinerantes. Alirio era un gigante de la guitarra a nivel mundial que se aparecía todos los años en Carora y nos deleitaba con su guitarra, en versiones alucinantes de las grandes obras para ese instrumento. Fue después de un concierto que dirigí durante el Cuatricentenario de Carora en 1969 con un grupo de 16 integrantes del Orfeón Universitario de la UCV, al que llamé ‘Coro de Cámara de Caracas’, que Alirio me abordó (imagínese el susto) y me preguntó qué estudiaba yo. Cuando le dije que Sociología, me dijo ‘Chico, ¿Y qué haces tú estudiando Sociología si tú eres un músico de pura cepa?’. Al regresar a Caracas me dirigí a la UCV y me retiré como estudiante de Sociología, no del Orfeón, del que ya era director asistente, y renuncié a mi beca de la Organización de Bienestar Estudiantil. Me dije: ‘Si Alirio dice que soy músico, pues músico seré’. Mis padres se preocuparon, por el hecho de que fue una decisión arriesgada, sin tener claro el futuro. Yo les respondía que el futuro se hace, sin conocer aún la poesía de Machado ‘Caminante no hay camino’. Mi relación con Alirio Díaz ha sido siempre magnífica. Él le tenía un gran aprecio a mi padre, y me contaba que de joven se ponía al lado de la ventana de mi casa a escuchar a Don Eduardo tocando el piano. En 1976 iba a dirigir un concierto con el Coro de Cámara de Caracas en el que se incluía la Cantata 140 de Bach y decidí completar el programa con la obra Imitación Serial de Modesta Bor y le pedí al Maestro Díaz que nos honrara tocando el Concierto de Giuliani en La Mayor. Eso fue aprovechando que teníamos la Orquesta Metropolitana del Centro Simón Bolívar a nuestra disposición. El concierto fue un gran éxito, con el Aula Magna de la UCV llena a reventar”.
La dirección orquestal como medio de vida
Felipe Izcaray siempre fue estudioso y muy activo. Realizó durante varios años estudios privados continuos en dirección de orquesta y análisis con el reconocido Maestro Antonio Estévez, más un curso en Dirección Orquestal con el Maestro Franco Ferrara en la Academia Santa Cecilia de Roma en Italia.
En 1973 obtiene la Licenciatura, Summa cum Laude, en Educación Musical en la Universidad de Wisconsin-Madison en Estados Unidos, donde amplia luego con el curso de Master of Music en Dirección Coral en 1974 y luego el Doctorado en Dirección de Orquesta, Summa cum Laude, en 1996. Tiene además una experiencia de más de 30 años en ópera, ballet, zarzuela, obras contemporáneas y grandes obras sinfónicas, lo cual le convierten en uno de los directores mejor preparados y musicalmente uno de los más sólidos y versátiles de América Latina.
Sobre el origen de su vinculación con la dirección orquestal nos explica que: “En 1979 comencé de lleno a dirigir orquestas sinfónicas, y en la primera oportunidad que tuve le solicité al Maestro Díaz que apoyara a la Orquesta Juvenil de Lara y la Infantil de Carora en una serie de conciertos. Esos inolvidables conciertos se ofrecieron en Barquisimeto (Teatro Juares), Carora (Iglesia San Juan Bautista, hoy Catedral), Valencia (Auditorio de Bárbula) y Caracas (Sala José Félix Ribas del Teresa Carreño). Hay un video del concierto de Caracas que, si bien es un poco precario en calidad técnica, representa genuinamente la emoción vivida por todos”.
“Poco después le propuse al Maestro Abreu que le hiciéramos un homenaje a Juan Martínez Herrera con Alirio Díaz de solista, y también la grabación de un disco con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar con el Concierto de Antonio Lauro (única grabación de estudio del mismo) y el Concierto de Aranjuez de Rodrigo. Ese disco fue patrocinado por el INOS y es hoy día un objeto de culto entre los melómanos”, ahonda el maestro Izcaray.
“Mi relación profesional con Alirio Díaz se ha mantenido toda la vida. Le he acompañado en conciertos con orquestas diversas, y me llena de orgullo el saber que varias veces solicitó que yo fuese el director para determinados conciertos. Todos los años dirijo un concierto en Carora con motivo del Concurso de Guitarra Alirio Díaz, generalmente con la presencia del gran maestro. Mi amistad se sigue proyectando a través de su familia, a la que aprecio muchísimo”.
Alirio Díaz, pasión y euforia
Ya de regreso en nuestro país tras cursar estudios en el exterior, Felipe Izcaray dirige a la Orquesta de Lara y allí se reencuentra con un coterráneo, un caroreño de lujo: “El primer ensayo de Alirio Díaz con la Orquesta de Lara se puede resumir en una palabra, euforia. Habíamos trabajado varias semanas con ese Concierto de Aranjuez, conscientes de que Alirio había tocado esa obra con las grandes orquestas europeas, y también con la OSV. Al término del primer movimiento en el ensayo, Alirio tenía lágrimas. Cuando terminó el segundo movimiento, incluyendo el solo de corno inglés tocado por Jaime Martínez, hijo de su querido amigo Juan Martínez, Alirio estaba pálido, y al terminar el tercero, se puso de pie y dijo “¡Magnífico, estupendo, Bravo!” y aplaudió con la guitarra a los jóvenes músicos, y ahí los muchachos rompieron en gritos y aplausos. Luego ensayó el Vivaldi con la Orquesta Infantil de Carora. Ahí estuvo el maestro con una gran sonrisa todo el tiempo. Fue muy especial para él, tocar con los niños de su pueblo”.
“Una anécdota con el maestro Díaz: ‘En el viaje que hicimos a Italia con la Orquesta Municipal de Caracas, llegamos a Roma y la orquesta siguió viaje a Sicilia, pero Alirio se quedó en Roma unos días con su familia. Él me pidió que lo ayudara con una de las maletas que traía de Venezuela y así lo hice. Le pregunté por qué pesaba tanto, y me dijo: ‘Es que traigo quinchonchos y plátanos verdes para hacer tostones’. Al llegar a la aduana me dijo que lo acompañara afuera y volviera a entrar. Yo le dije que eso no se podía hacer, y se rió. Ya en los mostradores, todos los agentes de aduana lo saludaron y él les dijo que yo iba a salir y a entrar de nuevo al aeropuerto para seguir viaje, y todos le dijeron: ‘Prego, Maestro, prego!’. Así es de respetado y admirado Alirio en Italia. Varias veces caminé con él por las calles de Roma y lo saludaban ‘Maestro Alirio, Grande, Maestro Alirio!’.