Como director Felipe Izcaray dirigió a las grandes orquestas venezolanas. Viajó al exterior y ondeó nuestra bandera para orgullo patrio. Venezuela Sinfónica -noticiero digital líder dedicado exclusivamente al mundo sinfónico de nuestro país- conversa en esta segunda entrega con este director de talla mundial, ahondando en su historia, en las grandes anécdotas con los músicos más importantes de su tiempo, hoy legendarios.
Evelyn Navas Abdulkadir, Entrevista Exclusiva para Venezuela Sinfónica.
Felipe Izcaray Parte 2
Felipe Izcaray llega a la dirección orquestal a través de un concierto que cambiaría su visión: “Siempre me fascinó la dirección de orquesta. Cuando vivía en las residencias de la UCV, me iba todas las mañanas a ver los ensayos de la Orquesta Sinfónica Venezuela (OSV). El 5 de Noviembre de 1967, hace casi exactamente 48 años, asistí como público a mi primer concierto sinfónico en vivo, la OSV en el Aula Magna bajo la excelente batuta de Gonzalo Castellanos Yumar, quien se estrenaba ese año como titular. Aún guardo el programa de mano. Me atrajo a ese concierto el que se incluía ‘El Aprendiz de Brujo’ de Dukas, junto a la Suite Water Music de Handel/Harty, la Petite Suite de Albert Roussell y el Concierto No. 1 de Paganini con Maurice Hassson de solista. Pero lo que más me impresionó fue el virtuosismo deslumbrante de Maurice Hasson y en especial la habilidad del Maestro Castellanos para acompañar ese endemoniado concierto. Yo nunca había dirigido nada que no fuera un espejo, y salí abismado y con la conciencia de lo que me faltaba por recorrer para hacer algo así”.
Cuenta el maestro Felipe Izcaray que: “En la Universidad de Wisconsin tomé varios cursos de dirección y algunos fueron de dirección instrumental. Eso me preparó a la hora de hacer obras corales con orquesta. Me sorprendió que músicos de orquesta a quienes admiraba muchísimo, como Lido Guarnieri y Filiberto Nuñez (OSV) me decían que yo era claro y tenía ‘buena mano’ para dirigir orquesta, que siguiera ese rumbo. Debo decir que considero a Lido uno de mis principales maestros de dirección, no porque me enseñara técnica de batuta, sino porque cuando yo dirigía me llamaba en los intermedios y me aconsejaba cómo reaccionar a la música en determinados momentos, con ejemplos como ‘cuando yo toqué esto con Beecham, o con Bernstein, o con Leinsdorf, o con Celibidache…’ y me daba la indicación. Esa cátedra de la vida es invalorable”.
Un aspirante a director como lo era en ese entonces Felipe, debía ir a estudiar fuera del país, para consolidar estudios. Fue la preocupación del Maestro Vinicio Adames por su futuro la que le lleva a una oportunidad que no desperdició: “Él habló con el Dr. Gustavo Rodríguez Amengual, para aquel tiempo Presidente del Centro Simón Bolívar (CSB), y quien era además miembro fundador del Orfeón Universitario de la UCV. En ese entonces no había carreras universitarias de música, y el proceso de las escuelas de Caracas era muy lento e incompleto. Gustavo accedió e hizo las gestiones para darme apoyo financiero. El Banco Industrial, de cuyo coro yo era director fundador, me aprobó mi sueldo (Bs. 1200 al mes, cerca de $ 300) y el CSB me pagaba la matrícula. Así se hizo, y cursé una licenciatura en Educación Musical y una Maestría en Dirección Coral. Me fui a Wisconsin a estudiar inglés, y estando allí, me enteré de que había audiciones para optar a algunas vacantes para estudiar en la Escuela de Música. Decidí presentarme, y preparé un aria de ‘La Clemenza di Tito’ de Mozart que me había enseñado la Profesora Leyla Mastrocola, y como no tenía más repertorio como solista, agarré mi cuatro y canté ‘El Totumo de Guarenas’ de Benito Canónico. Eso causó una buena impresión en el jurado y así fui admitido. Mi estadía en Madison fue en 2 etapas: Licenciatura y Maestría entre 1970 y 1974, y Doctorado en Dirección de Orquesta entre 1991 y 1995. Cabe destacar que mi Tesis Doctoral se titula: EL LEGADO DE VICENTE EMILIO SOJO: Nacionalismo en la Música Orquestal Venezolana del Siglo XX”.
Sadel, zarzuelas y una amistad, para siempre
Alfredo Sadel fue en vida el Tenor Favorito de Venezuela, músico, compositor y cantante. Su voz aterciopelada y exquisita le valió reconocimiento como intérprete popular y en el ámbito lírico es considerado como el más importante en la historia musical de nuestro país. Sus canciones calaron hondo en un Felipe Izcaray joven: “Yo admiro a Alfredo Sadel como cantante desde que tengo uso de razón. Mi hermano mayor tenía unos discos LP de Sadel, y como él estudiaba fuera de Carora, quien escuchaba esos discos era yo. Me sorprendió el anuncio de Alfredo de que dejaba los escenarios para dedicarse a estudiar canto lírico. Años más tarde lo comprendí, cuando regresé a la universidad una vez mi carrera estaba encaminada. Sentí la necesidad de aprender lo que consideraba que me faltaba, y creo que eso fue lo que le pasó a Alfredo. Cuando vino a Carora para un recital en los años 60, cantó sólo obras clásicas acompañado por Corrado Galzio y muchas mujeres de mi pueblo le pedían boleros. Él mantuvo su línea y les decía ‘En otra oportunidad’. Yo me acerqué a saludarlo, y le comenté lo hermosa que era el lied ‘Adelaide’ de Beethoven, y me contestó: ‘Esa pieza me llevó años comprenderla y sentirme bien con ella para cantarla’. Ese gran cantante me confesaba a mí, un adolescente coralista, que este tipo de trabajo era muy difícil y que ameritaba mucho esfuerzo”, nos relata Felipe Izcaray.
La amistad con Alfredo Sadel comenzó temprano en los comienzos de la década de 1980: “Yo vivía en Valencia, dirigiendo el Orfeón de la Universidad de Carabobo y la Orquesta Juvenil de Valencia. Un día me llamó Alfredo para decirme que tenía que hablar conmigo. Nos reunimos y me explicó que necesitaba el coro para interpretar las zarzuelas ‘Luisa Fernanda’ y ‘Los Gavilanes’. Esos montajes se hicieron en Bárbula, y Alfredo cantó como tenor en ‘Luisa Fernanda’ y como barítono en ‘Los Gavilanes’. El pago para el coro fue un set de percusión latina y una guitarra. El día después de la última función esperamos a Alfredo a la salida del hotel y fue con nosotros a una tienda de música y compró los instrumentos”.
Es imposible olvidar para Izcaray su encuentro en 1987 con Sadel: “Cuando ya era Director Asociado de la Orquesta Sinfónica Venezuela (OSV), me tocó dirigir la gala lírica para abrir la temporada de ópera del Teresa Carreño el 29 y 31 de Mayo de 1987. Ahí cantó Alfredo un aria de Andrea Chenier de Giordano y cerró el concierto con el Brindisi de Cavalleria Rusticana de Mascagni. Todo un acontecimiento, el debut de Sadel en el TTC. Alfredo quedó encantado con mi acompañamiento, venció la tensión y cantó como los dioses. Su comentario fue ‘Tú eres mi director’. Ahí recordé los discos de mi hermano en Carora, y pensé sobre las vueltas que da el mundo. De ser mi admirado cantante, pasó a ser mi amigo y colega”.
Tan esquiva como una novia, pero vencida a punta de talento
Felipe Izcaray como buen músico, estuvo al tanto de todo lo que hacía la Orquesta Sinfónica Venezuela y comienza su relación con ella desde muy joven: “Escuchando las grabaciones en vivo que editó la Sociedad Amigos de la Música (SAM) en los años 50. En esos discos pude escuchar obras venezolanas como la Margariteña de Carreño, la Suite Caraqueña de Gonzalo Castellanos, la Suite Avileña de Evencio Castellanos, el Concierto para Orquesta de Estévez, las Estampas de Blanca Estrella, las fugas de Plaza, la música de la colonia, el Concierto de Guitarra de Lauro y otras, pero también obras universales interpretadas por la OSV con directores y solistas nacionales. En 1966 salieron a la venta los discos de Caracas 400 años, una invalorable colección de música venezolana en los que se incluían varias grabaciones de la OSV con directores del país. Ya en Caracas me hice asiduo de los conciertos dominicales de la OSV en el Aula Magna y el Teatro Municipal. Estos eventos eran una cátedra permanente de aprendizaje para nosotros los jóvenes aspirantes a músicos. En varias ocasiones canté como coralista con la OSV dirigida por Ríos Reyna, José Antonio Abreu y Gonzalo Castellanos. La emoción que sentí en esas ocasiones fue inmensa. Para mí ese sonido grandioso y embriagante de una gran orquesta sinfónica se me metía en mi organismo y me mantenía en éxtasis que aún no puedo describir objetivamente. Si alguien comprende y tiene presente el significado y la trascendencia de la OSV en el país cultural, aquí lo tiene”.
Es tal su relación que aún recuerda cómo llegó a dirigir a la Orquesta Sinfónica Venezuela: “Como si fuera hace unas horas. Para 1985 ya había dirigido la mayoría de las orquestas profesionales y juveniles venezolanas: La Simón Bolívar, la Municipal, la Filarmónica de Caracas, Solistas de Venezuela, la Sinfónica de Maracaibo, Música Antigua, La Orquesta de la Universidad de Carabobo, y las Orquestas Juveniles de Lara, Aragua y Carabobo. Faltaba la OSV. Cuando me ha oído decir que la OSV era una orquesta difícil, no me refiero a lo artístico o musical, era que yo sentía como cuando uno está enamorando a alguien y no te hace caso, o te menosprecia. Los músicos que yo conocía me preguntaban ‘¿Cuándo nos diriges?’ o “¿Porqué no diriges la OSV?”, como si yo tuviera algo que ver con eso”.
Valió la pena la espera, pues a finales de 1985, Felipe Izcaray -revisando un folleto que contenía la programación de la orquesta para 1986- se encuentra con un dato que le cambiaría el curso de su vida: “Noté con sorpresa que estaba programado para dos conciertos esa temporada, el 8 de Junio y el 19 de Octubre. Así como te lo cuento, sin aviso y sin protesto. Además, las obras del primer concierto eran estrenos para mí (Obertura Trágica de Brahms, Bachianas Brasileiras No. 5 de Villa-Lobos y 2ª. Sinfonía de Rachmaninoff). Mi reacción fue: ‘Pues bien, esto era lo que querías, pues aquí está, ¡A trabajar!’. Me fui a Musical Magnus en Chacaíto y afortunadamente ahí estaba la partitura de la sinfonía, pagué mis Bs. 50 y me puse a estudiar la obra. Cuando llegó la fecha de los ensayos, me notificaron que en vez de 5 habría 4 ensayos porque la orquesta estaba tocando en un ballet y le correspondía descanso. Además, el concertino estaba de viaje y llegaría para los 2 últimos ensayos (hay un importante solo en el segundo movimiento de la sinfonía). Mi respuesta a eso fue ‘No se preocupen, todo va a salir bien’. Y en efecto, salió muy bien. Tenía un ‘puñal’ de las obras, me las sabía al pelo porque me daba cuenta de que era uno de los conciertos más importantes de mi carrera, por el sitial que tenía la OSV en mis vivencias. Al final del concierto, había una cola de profesores de la orquesta que me felicitaron efusivamente, incluyendo algunos que hasta ese momento habían objetado el que se me invitara a dirigir. ¿Qué recuerdo de ese día? El comentario de mi ahora gran amigo y admirado artista, Lido Guarnieri. Se me acercó y me dijo ‘Solo tengo un comentario: ¡PRO-FE-SIO-NAL!’. Es el mejor elogio que me han hecho”.
Un director resteado y con la música como escudo
Cuando Felipe Izcaray cumple un año de su debut con la Sociedad Orquesta Sinfónica Venezuela, ésta entra en un período muy difícil para la estabilidad de la orquesta. “No voy a ahondar en detalles, pero sí reafirmo lo que dije entonces: defiendo la autonomía y la autodeterminación de la OSV, y brindo mi apoyo moral a colegas que son víctimas de una situación judicial escabrosa, y doy fe de su honestidad. Quien debió ser árbitro se convirtió en parte actuante y se dio la división de la orquesta. Tenía apreciados amigos en ambos grupos, y fue muy doloroso para mí el que mi identificación con la Sociedad ocasionara enojos a nivel oficial, que no en la mayoría de los músicos que se separaron. La orquesta se las vio negras. Tuvo que salir del TTC, se le cerraron puertas, y daba conciertos en el Parque del Este. En ese momento, se me vino la historia encima. Sojo había defendido la autonomía de la orquesta toda su vida, ¿Por qué iba yo a hacer otra cosa? La orquesta daba conciertos dirigida por algunos integrantes y profesores jubilados. Es en ese momento en el que nos resteamos Eduardo Marturet y yo con la OSV. Sin recibir honorarios comenzamos a dirigir la orquesta y se restituyó la programación. Me llevé la orquesta a ensayar en un aula de clase que era un mini galpón en la Escuela José Lorenzo Llamozas, de la cual era director. Ahí pasamos 1987 y parte del 88, ensayando y dando conciertos. El maestro Friedman nos ofreció su colegio para los conciertos y así pasamos una de las más grandiosas etapas de la OSV, haciendo música de altura sin recursos materiales, con programas de mano fotocopiados, sin cobrar sueldos (aún se nos debe 1987) y con la música como escudo. Fue en ese ínterin que un día previa votación de los músicos, la Junta Directiva me ofreció ser Director Asociado, lo cual acepté de manera entusiasta. Marturet fue nombrado titular, y más tarde se nos unió Rodolfo Saglimbeni como asistente y después como Asociado también. Duré en ese cargo hasta Agosto de 1991, cuando me fui a cursar el doctorado en Estados Unidos. Entonces la orquesta me nombró Director Invitado Principal, pero ese cargo fue simbólico y se diluyó con el tiempo”.
Fueron tiempos intensos con la OSV, y ya en 1988 con la situación solventada, Felipe Izcaray se reencuentra con un Alfredo Sadel a quien no olvidaría nunca. “Recuerdo que la directiva me informó que Alfredo Sadel iba a cantar ópera y canciones populares en un mismo concierto en Mayo de ese año (1988), y que había solicitado que fuera yo el director. Por supuesto que me contentó mucho y me sentí muy honrado. Ya habíamos hecho los conciertos líricos de 1987 y habíamos grabado unas arias con la orquesta en los Estudios Fidelis en Agosto de ese año, o sea que ya estábamos ‘sincronizados’ como director y solista. Los conciertos con Alfredo en el Teatro Teresa Carreño en mayo de 1988 fueron no menos que apoteósicos. Las entradas se agotaron en su totalidad y había más gente alrededor de la taquilla del Teatro que adentro. Por eso lo repetimos, e incluso se hizo una tercera función para un aniversario de la Guardia Nacional. En la primera parte interpretamos ‘Grandes Momentos de Cavalleria Rusticana’, con la participación de Lucine Amara, soprano del Metropolitan Opera de Nueva York, el Coro del Teresa Carreño, la mezzo soprano Alexandra Barbieri y, por supuesto, la Orquesta Sinfónica Venezuela. Luego del Brindisi vino un intermedio, un acto protocolar en el que Alfredo fue condecorado y comenzaron los boleros. Yo creí que el público iba a subir al escenario. Cuando comenzó a cantar ‘Voooooy por la vereda Tropical…’ aquello se vino abajo, y no podíamos escuchar la música. La gente irrumpía en aplausos después de frases, en interludios de la orquesta… había un ambiente inenarrable de euforia y de nostalgia. Dos mil y pico de personas diciendo con sus aplausos: ‘Te queremos, te amamos, Alfredo’. Sobre todo quienes él llamaba ‘mis pavas’, las chicas de los 50 y 60 que crecieron con ‘El Tenor Favorito de América’. Yo, en medio de todo aquello, estaba como decimos en Carora, ‘esponjado’, lleno de alegría y orgullo de poder participar en ese especialísimo concierto. Alfredo Sadel le dio todo su apoyo a la OSV durante el conflicto en el que se vio envuelta, y fue su decisión personal no cobrar honorarios por estos conciertos, y que todo lo que se recaudara en la taquilla fuera para la orquesta. Yo sabía que él tenía deudas pendientes, pero así era él, desprendido”.
(Vereda Tropical)
Bajo la Onda Nueva
Felipe Izcaray –siempre activo- llegó no sólo a conocer sino a establecer una verdadera amistad con otro ícono de nuestra música venezolana y académica: Aldemaro Romero. “Siempre sentí admiración por la música original y por la manera de hacer música de Aldemaro Romero. Sabía que parte del ‘Establishment’ musical sentía aversión por él, e incluso proferían insultos. Un crítico lo llamó “detritus de cabaret”. Con Aldemaro siempre había lo ineludible: su música, su piano, su orquesta de salón, su Onda Nueva, y luego su Orquesta Filarmónica de Caracas (OFC), una estupenda orquesta cuyos integrantes fueron maestros de muchos jóvenes intérpretes de hoy. Algunos de los músicos extranjeros de la OFC se establecieron en Venezuela”.
Su primer encuentro en Valencia, tras un concierto de la Orquesta Filarmónica de Caracas, le abrió una puerta: “Me le acerqué a Aldemaro y le dije quién era. Para mi sorpresa me dijo sin más preámbulos: ‘Sé quién eres, vi un video tuyo dirigiendo y me gustó. Vente el lunes por la oficina y hablamos de una fecha con la Filarmónica’. Ese lunes estaba allí y conocí a la gerente de la orquesta, su hermana Rosalía, quien en su tono muy franco me dijo ‘Mijito, debes ser bueno, porque Aldemaro me dijo que te metiéramos en la programación a como diera lugar, y eso que estamos llenos este año (1982)’. Me asignaron un concierto con sólo 3 ensayos, con 2 solistas, los pianistas Sergio Salani (Capricho Brillante de Mendelssohn) y Carlos Urbaneja (Concierto No. 4 de Beethoven). Completé el programa con la Sinfonía 38 “Praga” de Mozart. El 13 de Septiembre fue el concierto en el Aula Magna. Al terminar, se me acercó Aldemaro y me dijo ‘Ahora sí somos amigos’. Aldemaro detestaba la mediocridad y la deshonestidad musical. Si tú eras honesto con lo que hacías, contabas con su apoyo. Si no, te apartaba y te decía en tu cara por qué lo hacía. El aprecio creció con los años. Para él yo era ‘Platanote’, y nuestra amistad se mantuvo incólume hasta que nos dejó”.
Cuenta Felipe Izcaray que en el Concierto de Sadel con la OSV, Alfredo llamó a Aldemaro al escenario para cantar, sin ensayo, algunas canciones: “Cuando ya iban por cuatro o cinco, Alfredo se le acercó a Aldemaro y le dijo al oído ‘Bueno, Aldemaro, ahora bájate, que este es MI Show’, y ambos se destortillaron de la risa. Y como te digo, yo, en medio de todo eso”.
Nueva vida artística para Salta, Argentina
Felipe Izcaray durante los años entre 1998 y 2001 estuvo viendo en Mérida, ejerciendo como Director Titular de la Orquesta Sinfónica del Estado Mérida. Una noticia le llama la atención y no la deja pasar por alto. Se trataba de un concurso de oposición para escoger a un director que se encargaría no sólo de dirigir sino de crear de la nada una orquesta sinfónica: “Me pareció un reto interesante y me arriesgué a ir al concurso y gané. En 2001 me trasladé a Salta con mi familia a emprender ese proyecto. Se hicieron audiciones para todos los músicos y al final se armó un ensemble de 91 músicos. La vida cultural de la ciudad y la provincia cambió por completo; ahora podían tener conciertos sinfónicos semanalmente, solistas, ópera, zarzuela, ballet, obras corales, etc. Rápidamente la orquesta se metió en el corazón de los salteños, y ahí está. Sigue su actividad ininterrumpida después de 13 años de haber dado su primer concierto el 30 de abril de 2001. Fue nuestra política tocar en todos los rincones de la provincia, y también se hicieron importantes giras a otras provincias, y una a Paraguay. En el 2005 la orquesta fue premiada como la mejor de Argentina por el Círculo de Críticos Musicales de Argentina. Entre los solistas que actuaron con la orquesta durante mis años como titular, debo mencionar a Martha Argerich, quien tocó 5 obras con nuestra orquesta entre 2003 y 2005. Además de la Argerich, debo mencionar a nuestra Gabriela Montero, a los violinistas Alberto Lysy, Tanja Becker-Bender, Alexis Cárdenas, Iván Pérez, al cellista Johannes Moser, a los pianistas Pia Sebastiani y Manuel Rego”.
“Entre los conciertos memorables me vienen a la mente: el debut de la orquesta en el teatro Colón en Agosto de 2002, a casa llena y con 5 estrellas en la crítica especializada de todos los diarios; la participación en el 2003 en la Semana Musical Llao Llao en Bariloche, que fue transmitida por Film & Arts para todo el continente; también la residencia de la orquesta en el primer Festival Internacional de Ushuaia en 2005; y el célebre concierto al aire libre el 8 de Diciembre de 2004 en Buenos Aires, en el que interpretamos la 9a. Sinfonía de Beethoven ante 60.000 personas que soportaron estoicamente un torrencial aguacero durante todo el concierto, y no se movieron de su sitio. Al día siguiente los diarios lo destacaron en primera plana”, relata finalmente Izcaray. Todo un lujo para un director venezolano que puso en alto el nombre de nuestro país en el Cono Sur.
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