Vía: Milenio.com | Xavier Quirarte
Su sonido elegante, claro, de una precisión singular y una gran imaginación al momento de solear, lo hicieron un músico singular en el chelo.
Uno de los grandes placeres de la vida es seguir el instinto al adquirir un disco sin saber nada sobre él. Claro, casi siempre el instinto falla, pero cuando acierta la satisfacción es grande. Esto me sucedió con el álbum South Pacific in Hi-Fi. Sin saber quiénes constituían el Chico Hamilton Quintet (el único Chico que conocía era el de los hermanos Marx), me dejé guiar por la portada, un hermoso paisaje de Gauguin, Fatata Te Miti, donde tres mujeres semidesnudas nadan en un río. Es decir: el paraíso.
Pero el paraíso se extendía al terreno de las piezas que Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II escribieron para la obra de teatro South Pacific, algunas de ellas con títulos muy raros: “Un optimista curioso”, “Voy a lavar a ese hombre de mi cabello” y “Bollo de miel”, por ejemplo. Entonces me enfrentaba con un tipo de música poco común, un jazz de cámara donde figuraba la batería del líder, Chico Hamilton, el saxofón y la flauta de Paul Horn, la guitarra de John Pisano, el contrabajo de Hal Gaylor y, la novedad para mí: el violonchelo de Fred Katz.
Su sonido elegante, claro, de una precisión singular y una gran imaginación al momento de solear, lo hicieron un músico singular en el chelo, que si poco se ha utilizado en el jazz ha sido como segundo instrumento (pensemos en Oscar Pettiford, Ron Carter o Dave Holland), si bien en el free jazz tiene un papel más protagónico. Katz, quien murió el fin de semana pasado en Santa Mónica, California, a los 94 años, estudió con Pablo Casals, pero se sintió atraído por el jazz hacia los años cincuenta, cuando formó parte del quinteto de Hamilton. Grabó varios discos como líder, entre los que destacan Folk Songs for Far Out Folk y Fred Katz and His Music: Soul Cello, pero luego se dedicó a la enseñanza.
Personaje fascinante, dio clases de música étnica —uno de sus alumnos fue el baterista de los Doors, John Densmore—, pero también de antropología, magia, chamanismo y religión. Trabajó con el poeta beat Ken Nordine, y compuso música para películas como Cubeta de sangre y La tiendita de los horrores, del maestro del terror Roger Corman, además de acompañar al piano a Harpo Marx, hacer arreglos para Carmen McRae y grabar la música para un disco donde el actor Sidney Poitier leía a Platón.
“Siempre un enigma, incluso para sus amigos”, dice en su propia página de internet, www.fredkatz.com; en entrevista con Chris Barton, quien aseguró que en su vejez sufría de agorafobia y casi no salía, afirmó: “En ningún momento he pensado en que estuviera haciendo algo inusual. Todo era muy natural para mí, como tomar café. Quiero decir, bueno, eso es lo que hago, no es gran cosa”.