No sólo los jóvenes venezolanos estaban dejando el alma allí. Aunque no se viera, en un rincón del escenario, había una directora tras la escenografía: Lourdes Sánchez. El ritmo, la cuadratura, seguir con rigurosidad la música eran sus preocupaciones (luego suspiraba porque le habría gustado desdoblarse para ver desde las butacas, lo que los coralistas venezolanos estaban logrando: comenzar a hacerse un lugar en la ópera). Una Musseta simpática (Angel Blue) animaba el segundo acto, luego de un primer acto en el que el público conoce a Rodolfo y a Mimí, interpretados por Vittorio Grigolo y María Agresta. Un elenco de primera que arrancó ovaciones.
Al escuchar a la agrupación orquestal venezolana, uno de los espectadores asiduos a La Scala hizo un simil particular: “Esta es una orquesta con una fachada de carro de modelo popular y sencillo, pero con un poderoso motor de Ferrari”. 12 minutos estuvieron los solistas, el maestro Gustavo Dudamel, Lourdes Sánchez y la profesora de canto del coro, Margot Parés-Reyna, sobre el escenario. Los músicos de la orquesta también tuvieron que ponerse de pie, porque el público los aplaudia de pie.