Vía: elpais.com | Por IKER SEISDEDOS
Gustavo Dudamel, en vaqueros, camiseta y deportivas, pelea con la mascarilla y con el tercer movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven. “No debemos sonar pesados, como recién salidos de comer en un pub de Londres, sino como si acabáramos un almuerzo con champaña y comida molecular en Can Roca”, advierte con gesto empático a los músicos de la Orquesta del Real, también enmascarados y convenientemente distanciados. El ambiente del ensayo para preparar el recital que anoche ofrecieron en el teatro madrileño era relajado, ciertamente lejos del estereotipo del temible director y el reinado del terror de su batuta.
Dudamel (Barquisimeto, Venezuela, 39 años) está en España, donde, dice, no tiene casa, “sino un hogar”, para asistir a la inauguración de Symphony, instalación itinerante de cine, música y realidad virtual en la que ha trabajado los últimos cuatro años con la Fundación la Caixa. Y para saldar una deuda pendiente. El director de orquesta venezolano tenía previsto interpretar en abril, en Barcelona y Madrid, Fidelio, en versión semiescenificada y al frente de la Mahler Chamber Orchestra. Era parte de una gira, truncada por la pandemia, para celebrar a Beethoven en su 250º aniversario.
En el ejercicio de posibilismo en que se ha convertido la cultura en 2020, esos conciertos se han sustituido por dos Novenas, el viernes en Barcelona, con la Orquesta Sinfónica de Galicia, y anoche en el Real, con la formación del teatro. “El profundo mensaje poético, humano y artístico de esta pieza es mucho más poderoso ahora que cuando la escribió Beethoven”, opina Dudamel al término del ensayo. Estamos en una pequeña sala del coliseo, con los tejados de Madrid de fondo. “Sigue siendo igual de moderna. Sus tiempos fueron muy convulsos, igual que los nuestros. Y es una lamentable casualidad que su gran aniversario haya coincidido con todo esto, pero al menos sirve para ver que su mensaje universalista tiene mucho más poder ahora”.
La pandemia sorprendió al músico en Los Ángeles, donde reside, al final de otro jubileo; el del centenario de la Filarmónica de Los Ángeles, orquesta de la que es director artístico desde hace 12 años y con la que tiene contrato hasta 2026. Pasó el confinamiento con su esposa, la actriz española María Valverde, y su hijo, muy pendientes de las “duras noticias” que les llegaban de España por su familia política, vecinos de Carabanchel, “uno de los barrios ahorita más golpeados”.
Los meses de encierro le resultaron fructíferos: “Fue tiempo de descanso y de mucho estudio. De reflexionar sobre lo que había logrado. Nunca en mis pocos años de carrera me había detenido a pensar. Antes era: concierto, concierto, descanso, ensayo, ensayo, concierto, concierto… Todo demasiado rápido. Hacer música es algo muy especial como para que sea de ese modo”.
Además de a la reflexión, el director también cedió a su proverbial hiperactividad: se inventó un programa de radio (En casa con Gustavo), que contó con la ayuda de su esposa o del compositor cinematográfico John Williams; dio los últimos retoques a su colaboración en la banda sonora de la versión de Steven Spielberg de West Side Story (y no, no suelta prenda); y se volcó con las actividades de la YOLA, Joven Orquesta de Los Ángeles, que desde 2007 trata de suturar la brecha entre la música académica y las capas más jóvenes y desfavorecidas de la comunidad, del mismo modo que hizo en Venezuela El Sistema, que ha formado desde su fundación hace 45 años por José Antonio Abreu a centenares de miles de músicos, entre ellos a Dudamel. Este confía en que a finales de este año o principios de 2021 se pueda inaugurar en Inglewood, municipio al suroeste de Los Ángeles y con mayoría latina y afroamericana, un centro diseñado para la YOLA por Frank Gehry (arquitecto del auditorio Disney Hall, sede de la filarmónica). Será en el corazón de una comunidad de “escasos recursos y muchos deseos”.
Riqueza humana
Pese a ser el hijo más exitoso del Sistema, Dudamel no pudo asistir a los funerales de su mentor, el maestro Abreu, en 2018. El origen del veto estaba en una carta de condena a la represión de Nicolás Maduro publicada el año anterior. El presidente le respondió en televisión: “Te metiste a la política, bienvenido a la política, Gustavo Dudamel”. “Hace mucho tiempo que no vuelvo a Venezuela”, confirma el músico, “pero no he perdido el contacto con mi núcleo. Soy una persona de fe, un optimista que siempre ve la luz al final del túnel. Encontraremos la solución. Tiene que haberla. Hasta entonces, sigo trabajando con el Sistema, nunca dejaré de hacerlo. Mi país es de una riqueza humana enorme, pero desde hace algún tiempo eres de un color o eres de otro. Y eso hace que todo caiga en la oscuridad”.
Esa actitud suya, comprensiva, no beligerante, tiñe la forma de intervenir públicamente sobre las discusiones en curso: desde los disturbios raciales en Estados Unidos a las nuevas reglas de la corrección política o la iconoclastia que derriba en el presente las estatuas del pasado. “Todo es tan político que cansa a veces. Ya no es el día a día. ¡Es el minuto a minuto!”, dice. “Tanto, que en EE UU si usas la mascarilla eres de un partido, y si no, eres del otro. Todo es motivo de división, y eso genera temor a hablar con alguien que no comparta tus ideas. No entiendo por qué los políticos en vez de trabajar por la armonía echan más leña al fuego. Creo que les es más rentable”.
Para todos esos problemas, Dudamel siempre opone las mismas soluciones: música, educación y la enseñanza (“aprendida de Abreu”) de que “las crisis esconden oportunidades”. También una tan inédita como la actual. Al volver a escena tras el parón con actuaciones en el Hollywood Bowl, Salzburgo o Viena, se sintió “renacer”. Por eso cree que las nuevas imposiciones sanitarias no restan emoción a la música en directo, “aunque lo hagan todo más complejo”. “El deseo se ha multiplicado”, añade. “Es hora de romper el miedo con el deseo. Y de aplicar lo aprendido para alcanzar, más que una nueva normalidad, una mejor normalidad”.
“LA MÚSICA ES UN DERECHO, NO UN PRIVILEGIO DE ELITISTAS”
Dudamel, director artístico de una de las orquestas más importantes de Estados Unidos, que es, al mismo tiempo, requerido constantemente por las grandes instituciones europeas, es un testigo de excepción de los modos distintos de gestionar y programar a ambos lados del Atlántico. “La idea de que se toca poco lo contemporáneo siempre ha existido”, explica. “En la Filarmónica de Los Ángeles luchamos contra eso, como parte de un compromiso con los nuevos compositores, pero también como respuesta a un derecho de esos nuevos compositores a ser tocados”. En los programas de la formación que dirige cabe lo mismo el repertorio habitual de los grandes auditorios, la apuesta por creadores como la mexicana Gabriela Ortiz, el jazz de Herbie Hancock, el góspel, Katy Perry, o René, de Calle 13. Todo obedece a ese modo suyo de ver la música clásica como algo que debe hacer un esfuerzo por acercarse a la gente, y no al revés. “Las grandes instituciones se la pasan esperando que las vayan a ver, pero eso ya no funciona sí. No pueden ser entes apartados de la comunidad, porque si no esa comunidad nunca sentirá que lo que hacemos les está hablando a ellos. La música es un derecho, no un privilegio para elitistas. Por suerte, cada vez más cala la idea de que no es algo solo al alcance de unos pocos”. Esa filosofía la aplica también a la selección de los miembros de una orquesta que alienta la inclusión, aunque “las audiciones siempre son a ciegas”. “Este ha sido un arte que ha tenido un desarrollo histórico que urge transformar, porque no ha sido el correcto”, opina Dudamel. “Vamos encontrando la manera de corregir eso”.