El español estará al frente de la Orquesta Sinfónica de la RTVE, en Madrid, este viernes y sábado
Vía: Cultura.elpais.com/JESÚS RUIZ MANTILLA
Probablemente, cuando lean en las guías y programas de este fin de semana su nombre como director de orquesta, no les diga nada. Lo encontrarán al frente de la Sinfónica de Radio Televisión Española (OSRTVE) viernes y sábado, con un programa en el que se dan cita Chaikovski, Dvorak, Prokófiev o Grieg. Pero si lo pronuncian en los círculos de Ámsterdam, donde vive hace 20 años, ha sido percusionista de la Concertgebouw —una de las cinco mejores formaciones del mundo—, que ya ha dirigido; en Múnich, donde también ha estado al frente de la filarmónica bávara o en Luxemburgo, donde es maestro titular de la orquesta de dicho Estado, más de uno les dirá: “Claro, el joven español”.
La vida de Gustavo Gimeno, 38 años, cambió radicalmente hace tres años, más o menos. Fue cuando conoció a Claudio Abbado, que le acogió bajo su regazo en los últimos meses de su vida y le nombró su asistente. Él le cedió el podio en Madrid para mostrar sus cualidades durante la última actuación que dio el italiano en la capital dentro del ciclo de Ibermúsica.
Hoy lo recuerda Gimeno desayunando en un café cercano al Teatro Monumental, donde dirige ahora. “Todo ha ido muy rápido, principalmente en el último año y medio”, asegura Gimeno.
Quizás él no lo había previsto claramente. Pero si preguntamos a las grandes batutas de las que ha sido ayudante, no les cabría duda. Aparte de Abbado, Gimeno se ha formado intensamente a la vera de Bernard Haitink o Mariss Jansons, quienes, como el gran Abbado, vieron las cualidades de este valenciano serio y pasional al tiempo cuando ocupaba su plaza en la Concertgebouw, tambor en ristre.
No existen malos precedentes de percusionistas que hayan dado el salto a la dirección. “Riccardo Chailly, Simon Rattle, Paavo Jarvi…”, cita Gimeno. Aunque en su caso, más que de timbales, bombos y platillos, bebió su vocación en casa: “Mi padre tocaba el clarinete en la banda municipal de Valencia y mi hermano, Rubén, también es director de orquesta, titular de la del Vallés”.
El Levante ha dado muy buenos músicos a todos los atriles del continente, generalmente en los vientos. Pero el caso de Gimeno empieza a decantarse hacia el descubrimiento de todo un carácter que dará grandes alegrías. Agradecido a su destino y a sus maestros, el músico se vio bien situado cuando la suerte de ser la sombra de Abbado llamó a su puerta. “Pasábamos mucho tiempo juntos: trabajando, hablando o sencillamente divirtiéndonos”.
En los últimos años de su vida, Abbado quiso estar en contacto con colaboradores jóvenes. Preparó a Gustavo Dudamel, a Diego Matheuz, dos joyas en bruto del sistema de orquestas venezolano hoy consagrados, a Gimeno. “Yo creo que él se veía reflejado en nosotros cuando al principio asistía también a los grandes sin pensar en planes especiales para sí mismo”, comenta el director español. Si les preguntamos a los tres, responden que, de él, aprendieron valores y rigor: “También pasión por la música, dedicación y estudio a la misma, humildad para no ponerse en primer plano y hacer sombra al compositor y generosidad”, asegura Gimeno que les inculcó.
También le sedujo su enigma: “Había zonas de su personalidad que despistaban y te dejaban fuera de juego. En el último Festival de Lucerna dirigió dos sinfonías incompletas, la de Schubert y la de Bruckner. Decía que le hacía gracia eso. Siempre nos dejaba un punto de interrogación en el aire…”.
Lo que queda fuera de toda duda es la decisión con la que pisa la nueva generación de directores españoles. En ella destacan nombres como el suyo, pero también el de Juanjo Mena, Pablo Heras Casado, Josep Caballé, Pablo Mielgo, Andrés Salado… “Somos una generación con menos complejos que las anteriores. Igual que en el deporte, por ejemplo, hemos ido viendo una pequeña explosión y ya es habitual, no excepcional, encontrar músicos españoles de nuestra edad en cualquier gran orquesta fuera. Lo mejor es cuando vas y no lo sabes, porque eso es lo que demuestra la normalidad”.