Vïa: pianoyforte.blogspot.com/ De música y otras especies, por Geraldina Méndez
Hay que diferenciar la inspiración de la alucinación. La música es comunicación o no es música. Hay que ser capaz de transmitir, ese es el trabajo. Hay ideas muy bonitas, pero no sirven para tocar. Hay que ser pragmático. Si no se oye, no hay idea. Si todo el mundo no puede oírlo, es porque no se oye.
Hay que mantener una cierta distancia, oír lo que se está haciendo. Si se está demasiado inmerso en los detalles o en lo se tiene en la cabeza perdiendo de vista (¿de oída?) el resultado sonoro, se pierde la gran línea y no se tiene idea de qué se está haciendo. Probablemente la distancia entre ambas cosas (lo que crees que suena y lo que realmente suena) sea abismal.
La imagen artística que se tiene en la mente es, por supuesto, un faro muy brillante. Para entender el proceso por el que se materializa esa imagen mediante la interpretación, se puede uno servir de las etapas del aprendizaje de una obra, escrito por el pianista ruso Emil Gilels:
1. Fácil y mal.
2. Difícil y mal.
3. Difícil y bien.
4. Fácil y bien.
No existe música fácil. Pero al leerla la imagen de lo que haremos nos ciega y creemos que ya estamos allí, al final del camino. Al poco tiempo el oído se activa y nos damos cuenta de todos los vericuetos por los que tendremos que pasar, pues en realidad lo que está sonando no es lo que creíamos al principio. Al continuar las tareas se hacen gigantescas y nos enfrentamos con cada dificultad. Es importante, como decía mi profesora en la Academia Ucraniana de Música, Galina Neporózhnya, mantenerse tocando. Aunque parezca que nada mejora. Estamos, como en esa historia del bambú que he leído por allí en la red, desarrollando raíces, y es un momento en que no se ven flores ni frutos. Son nuestros cuarenta días en el desierto.
Luego empieza todo a “salir” con cierta inestabilidad, pues cuesta trabajo. Allí se activa aquel dicho ruso: la repetición es la madre de la sabiduría (en ruso rima). Hasta que podemos cerrar los ojos y dejar a las manos tocar, abandonarnos. Ese momento privilegiado en que podemos comenzar a hacer música libremente, divagar perezosamente, como escribió Pushkin en su poema Редеет облаков летучая гряда:
“lleno de pensamientos el corazón
en la orilla del mar yo arrastraba una pensativa pereza”
Eso es lo que perseguimos: vivir en esa orilla. Pero para llegar allí debemos usar nuestra arma secreta: la consistencia, que es nuestro super poder y toda la magia que necesitamos.
En el caso de la literatura, cuando acabamos de escribir ese poema, que en ese momento del nacimiento está tan cerca de su inspiración, al leerlo reproducimos la sensación que nos impulsó a escribirlo, nos parece hermoso, perfecto. Pero es una alucinación. Para poder realmente leerlo necesitamos distancia. La distancia la da el tiempo u otros ojos. Los poemas deben descansar en la oscuridad, como escribe en “El taller blanco” Eugenio Montejo: “Los panes, una vez amasados, son cubiertos con un lienzo y dispuestos en largos estantes como peces dormidos, hasta que alcanzan el punto en que deben hornearse. ¿Cuántas veces, al guardar el primer borrador de un poema para revisarlo después, no he sentido que lo cubro yo mismo con un lienzo para decidir más tarde su suerte?”. Vulgarmente se cree que todo es un golpe de inspiración. Pero la verdadera obra de arte necesita del oficio: “en poesía, amén de los dones innatos, cuenta un lado artesanal, propiamente técnico, común también a las demás artes tanto como a las modestas labores de orfebres. Son los llamados secretos del oficio” escribe Montejo.
La práctica diaria es la manera de dejarse de “pajaritos preñados”. “Decididamente, la inspiración es hermana del trabajo cotidiano. Estos dos contrarios no se excluyen en absoluto, como todos los contrarios que constituyen la naturaleza. La inspiración obedece, como el hombre, como la digestión, como el sueño” decía Baudelaire en sus Consejos a los jóvenes literatos. “Y es por eso que no hay mala suerte. Si hay mala suerte, es que nos falta algo.”
“Hay mucha más sensibilidad que inteligencia razonante; la razón es una maquinita que entra en acción después” decía Cortázar en “Conversaciones con Cortázar” de Ernesto González Bermejo. “Uno se hace con el trabajo: la literatura se hace haciendo literatura”.
Así que la inspiración y la alucinación se encuentran en el mismo camino: la primera es el origen, el magma que nos pone en movimiento; la segunda, nuestro primer acercamiento al corazón ígneo de ese volcán que es la creación humana. Hay que seguir avanzando por ese sendero iluminado, no contentarse con las primeras chispas y convertirnos en prestidigitadores, habitantes de esa orilla afortunada que es el arte, sin dejarnos seducir por cantantes sirenas.