José Francisco del Castillo, un maestro de maestros

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El profesor, considerado la mayor referencia del violín en Venezuela, cuenta en entrevista parte de su vida y de su legado, habla de sus alumnos que conquistan el mundo y afirma que habrá que hacer florecer la semilla cuando pase la tormenta

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Por Várvara Rangel Hill
ESPECIAL PARA @Vzlasinfonica

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-¡Descuélgame eso! ¡Qué horrible! ¡El celular es horrible! ¡Discúlpeme!, espeta con desdén y un poco de pena el maestro. -¡Es Dominguito García Hindoyan!, le avisa la esposa desde la otra sala del modesto apartamento. -¡Ay! ¡Discúlpeme otra vez! Tengo que contestar la llamada ¿Usted sabe quién es Dominguito? Está dirigiendo en The Metropolitan Opera House, ese fue alumno mío.

El maestro de maestros, el violinista José Francisco del Castillo, interrumpe brevemente la entrevista a los pocos minutos de comenzar para atender la llamada del director venezolano radicado en Nueva York, uno de los muchos hijos ilustres que el caraqueño formó a lo largo de sus cinco décadas dedicado a brillar como solista y a enseñar con rigor la metodología de las cuerdas, primero por su cuenta y luego como uno de los pioneros del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela.

Del Castillo habla con especial orgullo de sus estudiantes de violín regados por el orbe, especialmente los de fama mundial, como Gustavo Dudamel, Christian Vásquez o Diego Matheuz, quienes antes de convertirse en embajadores venezolanos de la música pasaron por su tutela, cuando eran unos adolescentes y estudiaban violín. A sus cientos de estudiantes les sigue los pasos por las redes sociales, confiesa a sus 79 años de edad.

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Fue en 2004 cuando el maestro brilló por última vez como solista, al tocar un concierto que Aldemaro Romero le pidió que estrenara. Con aquel concierto en el Colegio Emil Friedman, el violinista le puso punto final a una larga carrera como ejecutante del violín en escenarios de todo el mundo, bajo la guía de los más afamados directores.

Además de haber sido un reconocido solista, el maestro es una institución pedagógica, se le conoce por haber sido el venezolano que fue a estudiar a Europa  y Estados Unidos,  y regresó al terruño donde multiplicó el método en Venezuela.

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-Este 12 de febrero el Sistema cumplirá 43 años. Siempre se habla de los muchos logros pero ¿cuál sería para usted el logro más importante del programa a lo largo de estos años?

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-El reconocimiento que hemos tenido en todas partes, el reconocimiento  internacional a una obra titánica, que se ha tomado como ejemplo en el mundo entero. La proyección del Sistema, dando a conocer el movimiento musical venezolano, el acercamiento de estos miles de jóvenes venezolanos al arte, la música. Y como decía José Antonio Abreu, eso conlleva al alejamiento de los vicios,  por medio de la educación, la cultura y esa expresión del arte que es la música.

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LOS QUE SE FUERON

– ¿Y qué no ha logrado el Sistema? ¿Qué le falta? ¿De qué adolece?

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-Hasta ahora yo diría que se han logrado muchísimas cosas. Las escuelas, el área de formación  ha sido espléndida en todos los instrumentos, los de cuerda, los de viento, con magníficos profesores, que han dejado un legado muy grande. Todo ha ido muy bien hasta hoy, que por la crisis se han ido muchísimos profesores, muchachos de las orquestas, es mucha, mucha gente.

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-¿Cómo ha impactado la migración al Sistema, a las orquestas, a la escena musical en general?

-Ha sido un duro golpe. Tengo fe en que eso se va a superar.

-¿Sus alumnos se han ido?

-Se han ido, gran parte de mis alumnos se han ido. Hasta el año pasado fui director de la Academia Latinoamericana de Violín, me jubilé, aunque sigo dando muy pocas clases, y digo, 60% de mis alumnos se han ido, unos a Estados Unidos, a México, Perú, Europa.

Son seis generaciones que he formado. Comencé a dar clases de violín en el año 1967, antes de que el Sistema existiera y cuando comenzó (el programa de Abreu), en el año 1975 ya era profesor, maestro de los pioneros del Sistema, Ramón Román y todos esos muchachos que fueron los primeros instrumentistas de la que llaman la Orquesta Simón Bolívar “A”, la orquesta con la que comenzó todo. Entonces, son como seis generaciones, y los mejores alumnos que he formado a través de una filosofía de enseñanza, de alumnos que enseñan a otros alumnos,  lo que teníamos era mucho mejor, la mejor Escuela de Violín de Latinoamérica. Estuve en Buenos Aires, Ecuador, Montevideo, y no hay un punto de comparación con lo que se ha formado aquí en mi escuela”, valoró.

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La buena enseñanza está en ser maniático, no dar concesiones al alumno en absoluto. Soy muy estricto”, asentó.

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– ¿En estos 50 años usted vio, palpó, sufrió una crisis similar a esta?

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-No, nunca. Más bien siempre, hubo apoyo, hasta antier hubo apoyo financiero, estímulo, por los que emergieron estos jóvenes directores como Diego Matheuz y Gustavo Dudamel -todos alumnos míos- hasta que hoy día que la cosa se puso más difícil, una cosa que nos ha involucrado a todos por el funcionamiento del Sistema. Pero tengo fe en que todo esto se va a recuperar. Hay que mirar a toda esta cantidad de jóvenes que han llevado el nombre de Venezuela en alto como Dudamel, Matheuz, las orquestas. Presencié los triunfos, los éxitos de la Sinfónica Simón Bolívar en el exterior, fue una cosa apoteósica.

“Entonces –continúa el maestro- todo el conocimiento (para alcanzar el éxito) se trasmitió por generaciones. Alumnos de hace muchos años fueron enseñando, con sus particularidades, pero con la misma filosofía. Al final eran unos alumnos brillantes del violín, unos muchachitos de 16 o 17 años que tocaban admirablemente. Eso no se ve frecuentemente. Ahora tengo cuatro alumnos, que fueron de otro alumno que pasaron a mí y están ahora en Chicago con una gran profesora, Almita Ramos, de la Universidad de Chicago. Hay otra muchacha, Ana Beatriz Manzanilla, de Barquisimeto, que es el primer violín de la Orquesta Sinfónica de Lisboa; otro es Luigi Mazzocchi, primer violín del Ballet de Filadelfia; Alexis Cárdenas, primer violín en Francia, fue mi alumno también. Muchos de ellos han logrado excelentes posiciones tanto en Europa como en Estados Unidos”.

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HACER FLORECER LA SEMILLA

-Con esa pérdida de conocimiento, de talento ¿Cómo nos recuperamos? ¿Cómo comenzamos de nuevo?

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Volver a comenzar. Habrá que hacer florecer la semilla. No se ha perdido todo, todavía hay gente en la (Orquesta Sinfónica) Simón Bolívar “A”. Como director durante muchos años de la Academia Latinoamericana de Violín,  sé que muchos de los profesores se fueron, quedan Luis Miguel González, excelente maestro; Sergio Celis, que ahorita está enfermo, hospitalizado y fue un gran alumno mío; y yo que voy dos veces por semana. Así está todo. Ahora fusionaron las orquestas Teresa Carreño con la Caracas porque 40% de las filas se fueron. Pero mantengo la fe porque hay mucho material, hay muchos jóvenes en el interior. Está el profesor Francisco Díaz, que es un alumno muy querido, excelente maestro que está Barquisimeto, una de las ciudades que más talentos ha dado.

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LOS VIOLINES EN LAS ALTURAS

-¿Algún estudiante le ha dejado una lección?

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-Cada estudiante es una experiencia. ¡Son tantos! ¡Son centenares de alumnos que me han dejado recuerdos muy gratos! Me han dejado amistad. En algunas épocas mis estudiantes eran grupos de amigos, pero con la edad nos hemos distanciado, no es lo mismo cuando tenía 35 años que ahora. Son recuerdos magníficos.

“En el año 1983, ocurrió el Viernes Negro, se pusieron las cosas más  difíciles para ir al extranjero. Dos alumnos, me propusieron hacer unos cursos de verano en Mérida, eso fue magnífico, lo hicimos en Santo Domingo, y los muchachos financiaron todo, 1000 dólares, y yo era el único profesor. Luego lo hicimos en 1984 y en 1985, lo dejé unos tres años y se retomó con el Sistema, lo hicimos en Escagüey, después en San Javier del Valle y comenzó a tomar fuerza, invité a profesores de afuera y finalmente, lo hice en las Cabañas de Mucuratay, en San Rafael de Tabay, durante 20 años. Cada ocasión invité a profesores reconocidos, violinistas magníficos, para hacer estos cursos. Llegué a tener hasta 180 muchachos de toda Venezuela”, recordó Del Castillo.  

Según el maestro, en estos cursos no se aprende todo, porque 15 días es poco tiempo. No obstante, “queda algo de la convivencia, de oír, de compartir con profesores que te enseñan particularidades. Los cursos se convirtieron en una institución, incluso, hay un salón que tiene el nombre mío allá, pero eso se acabó hace dos años por la misma situación económica. Antes venían grandes directores y solistas, pero ahora no por la grave crisis” que tenemos.

“Y estas vivencias (en Mérida) me dejaron muchas experiencias. Gustavo Dudamel fue unos seis años alumno mío, estuvo mucho en los cursos a los 13, 14 años. Recuerdo que una vez estuvo en el concurso del violín popular en Tovar, y todos estos violineros bajaron de las montañas en sus burros, los campesinos, fue una cosa bellísima. Había unos 200 violines en el concurso tocando y yo estaba ahí de jurado. Había una especialidad de violinista clásico de música venezolana y fueron todos esos muchachos a participar, es un recuerdo extraordinario”, completó Del Castillo.

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BUSCAR LA PERFECCIÓN

-¿En qué debe insistir un profesor de violín?

Escribí un libro sobre esto (Principios básicos para la ejecución y el estudio del violín, Monte Ávila) e hice los tele-talleres, una idea del Sistema de crear un tele-taller de cada uno de los instrumentos. Eso está en Fonología, así que está todo plasmado y recuerdo que Alejandro Carreño era el modelo junto a mi alumna, Luisa Barroso, una tremenda violinista, que luego se fue a Estados Unidos y ahora está en Colombia.

“La buena enseñanza está en ser maniático, no dar concesiones al alumno en absoluto. Soy muy estricto”, asentó.

-¿Muy perfeccionista?

-Sí, muy perfeccionista, eso se demuestra en todos los actos de tu vida, al hacer cualquier cosa. Soy de las personas que le gusta hacer todo. Se daña una llave y la compongo, con lo que no me meto es con la electricidad, pero hago las cosas. Una vez cogí la manía, por años, de hacer diseños de barcos en miniatura, hubo un barco que tardé en hacer dos años. Disfruté mucho esa época, ponía una sinfonía de Beethoven y me ponía a armar. Ulises Ascanio cuenta que yo estaba daba una clase mientras estaba concentrado en el barco e interrumpía ( y gritaba) ¡Estas desafinado! Pero eso es mentira, mientras hacía barcos no daba clases.  

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-¿Se imaginó que una orquesta iba a llevar su nombre?

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-No, nunca me lo imaginé (risas). No sé de quién fue esa idea, si de Andrés González o de Abreu, pero estoy muy agradecido. Fue muy emocionante un concierto, por ahí tengo una grabación de la sinfonía de Mahler, es extraordinaria. Andrés González es un excelente violinista, es de los que se fue a Argentina, hizo una magnífica labor (en Venezuela).

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Un joven puede tocar muy bien, un gran violinista puede ser famosísimo y no ser un buen profesor. Muchas veces adquieren las cosas (el conocimiento) a muy tierna infancia, lo aprendieron muy jóvenes y entonces no sabe cómo se hizo

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– ¿La Academia Latinoamericana de Violín creció como ustedes pensaron cuando la crearon?

La Academia fue la cuna de los mejores violinistas del país. No hay nadie de los puntales del violín que no haya sido alumno mío o de la academia. En un momento dado, se generó un florecimiento, con cinco o seis profesores en locales reducidos. Se veía a ese muchachero a las puertas esperando en el piso 1 de Parque Central, donde estaba el coro de Margot Parés-Reyna, que también se fue, a España.

“La Academia –explicó José Francisco del Castillo- es un ente jurídico, creado por José Antonio Abreu en 1991, que dependía del (antiguo) Conac. Cuando entró este Gobierno se acabó el Conac y pasó al IAEM (Instituto de Artes Escénicas y Musicales), y para que me dieran los recursos, tenía la obligación de enviar un violinista a tocar música venezolana en una escuela. Así fue… hasta que me quitaron los subsidios. La Fundación (Musical Simón Bolívar) no absorbió la Academia pero sí es la que le paga a los profesores, la mantiene. Ahorita está allí un alumno mío, José Escolaro, a quien le pedí que fuera el director administrativo de la Academia y está luchando, ha nombrado profesores nuevos, unos muchachos jóvenes”, refirió el profesor.

Un joven puede tocar muy bien, un gran violinista puede ser famosísimo y no ser un buen profesor. Muchas veces adquieren las cosas (el conocimiento) a muy tierna infancia, lo aprendieron muy jóvenes y entonces no sabe cómo se hizo. No es lo mismo cuando tu, con trabajo has adquirido eso, con esfuerzo. Comencé tarde en el violín, a los 12 años y lo digo con orgullo, pero estudié, como dicen vulgarmente, como un loco, como una bestia, y a los pocos años, a los 19, tenía un segundo premio del Conservatorio de Bruselas. Estudié muchísimo y tuve la suerte de tener los mejores profesores de Europa y de Estados Unidos, los más grandes del mundo.

José Francisco del Castillo se voltea y muestra una biblioteca repleta de viejos LP: “Esa biblioteca la armé cuando tenía 16 años por la pasión que tenía por el violín. Le he dicho a mis alumnos que nunca he visto a nadie que  tenga una pasión por el violín como yo. Recuerdo que con cada centavo que me caía salía un compraba un disco, eran dioses para mí. Ahora los muchachos tienen Youtube, y pueden ver un concierto de violín por cinco violinistas distintos, pero no les interesa, no lo ven, eso me enfurece de los alumnos ¿Cómo se puede tocar un concierto de Beethoven y no ver cómo lo tocan los grandes maestros? Por eso para mí era un orgasmo oír un disco de estos, a estos dioses, y eso es lo que lo ayuda a uno”,  dijo y remató: “Uno aprende con el maestro, con el profesor y al oír los diferentes temperamentos de grandes violinistas y uno se va formando su propio criterio”.

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“Uno aprende con el maestro, con el profesor y al oír los diferentes temperamentos de grandes violinistas y uno se va formando su propio criterio”.

[/et_pb_testimonial][/et_pb_column][et_pb_column type=”2_3″][et_pb_image _builder_version=”3.0.97″ src=”https://www.venezuelasinfonica.com/wp-content/uploads/2018/02/foto_01.jpg” show_in_lightbox=”off” url_new_window=”off” use_overlay=”off” always_center_on_mobile=”on” force_fullwidth=”off” show_bottom_space=”on” align=”right” /][/et_pb_column][/et_pb_row][et_pb_row][et_pb_column type=”1_3″][et_pb_text _builder_version=”3.0.97″ background_layout=”light”]

SIEMPRE SOLISTA

– ¿Cómo se convirtió usted en profesor?

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-Estuve obligado a ello. A pesar de que en los años 1970 y 1980 tuve mucha actividad como concertista, nunca quise tocar en una orquesta. Soy una persona muy nerviosa y muy impaciente. Para mi fueron horribles los años del colegio, la Física, la Química, porque no entendía nada, era horroroso estar sentado en una silla oyendo al profesor. Una orquesta para mí era igual. Cuando llegué de Estados Unidos, unos siete meses después, Maurice Hasson, un gran violinista franco-venezolano, me ofreció una cátedra en Mérida, cuando Oswaldo Vigas era el director de Cultura de la Universidad de Los Andes, él trato de hacer una cosa como Salzburgo, todos los grandes artistas que venían aquí él los llevaba a Mérida, fue una época maravillosa, pero no hice mucho.

“Luego me vine a Caracas y comencé las clases porque tenía que vivir, era un modo vivendis, era profesor del Conac en una cátedra de perfeccionamiento violinístico y después en la Escuela de Música Juan Manuel Olivares, di clases en la Universidad de Carabobo, en el Conservatorio de Maracay y daba muchos conciertos, tocaba mucho, recorrí toda Europa. En 1975 estuve como tres meses dando conciertos por Europa, recitales y no sé cómo tenía tiempo para eso y dar clases”, puntualizó.

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-¿Usted iba a esos conciertos como solista, sin orquesta?

-Toqué como solista con piano o con orquesta, pero siempre como solista, no como parte de la orquesta.

-¿Con cuál orquesta? ¿Cuál era la que estaba de moda?

-La Sinfónica de Venezuela (OSV), estaba formada en su mayoría por músicos italianos que vinieron en época de la posguerra, eran excelentes músicos, incluso de la Scala de Milán. Daba clases, conciertos y estudiaba muchísimo.

-Además de estudiar mucho ¿Qué se necesita para ser un buen violinista?

-Primero, tener la estructura, la base técnica, y luego, poner todo eso al servicio de la música, la sensibilidad. Tener una cultura musical.  Hay una parte teórica y otra en el corazón, hay que tener una gran sensibilidad social y transmitirla. El violín está hecho para transmitir, tiene esa particularidad. Los instrumentos de cuerda tienen la función de imitar la voz humana. Hay que tener cultura y buen gusto.

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IMAGINACIÓN PARA LA MÚSICA

-¿Y las emociones?

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-Sí, eso. Se trasmiten las emociones a través del instrumento. Uno puede ver en un violinista, un chelista, si es apasionado, o si es esto… He tenido alumnos que saludan despacito, hablan lento, y así como se expresan tocan el violín, de forma plana, sin imaginación. La imaginación es muy importante en la música. Tuve una alumna, es el primer violín de la Filarmónica de Jalisco, Angélica Olivo, que tiene un temperamento muy fuerte, demasiado, ella quería inventar en la música y discutíamos, era muy apasionada, comencé a darle clases a los 12 años, ella es una muy buena violinista.

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-Usted sabe todo de sus alumnos ¿se la pasa conectado a las redes sociales?

-Sí, manejo todo, en Facebook, escribo poco pero veo lo que están haciendo (risas). Hay un estudiante en una ciudad allá en Estados Unidos. Otro es Jesús Alfonzo, de los primeros alumnos, es doctor en Música y profesor en una universidad de la Florida, escribió un libro sobre los comienzos del Sistema, él es violista.

-¿Y ahora también escucha toda la música por internet, por el Ipod o saca los LP?

-Muchas veces me interesa una pieza o me envían una pieza curiosa y la veo (por internet). Pero ahí tengo mi discoteca, mis CD´s y ahora los oigo menos, esa pasión ha pasado un poco.

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Várvara Rangel Hill
Várvara Rangel Hill
Soy una periodista que ama navegar las aguas profundas del arte y la cultura, con un corazón que palpita con cada sonido del teclado. Tengo un espíritu impetuoso para liderar equipos de comunicación, apoyar a otros con sus comunicaciones en cualquier soporte y generar contenidos estratégicos. Tengo un título como licenciada en Comunicación Social, mención Desarrollo Humanístico y otro como Magister en Gerencia de la Comunicación. También tengo un diplomado en Componente Docente. Fui reconocida con el Premio Nacional del Periodismo en 2012 y 2013.

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