Escrito por Daniel Verdú | Vía: El País.com
Uno de los momentos estelares para el público del Teatro Real esta temporada, a juzgar por el “no hay entradas” que se colgó solo tres días después de ponerse a la venta, es la llegada del tenor peruano Juan Diego Flórez con Los pescadores de perlas de Bizet (25, 28 y 31 de marzo). Habrá que contentarse con una versión de concierto de esta ópera. Lo mismo que con el Roberto Devereux con el que Edita Gruberova arrasó hace solo dos semanas. Una situación que, además de ilustrar los efectos de las crisis en los teatros de ópera españoles (es cada vez más habitual no escenificar las obras para ahorrarse las producciones), vuelve a confirmar lo evidente: el público del Real, por encima de cualquier brillante director de escena, sigue reclamando grandes voces.
Flórez (Lima, 1973) es hoy una de las últimas grandes estrellas de la lírica. Pese a su juventud (40 años) pertenece ya una época en la que todo funcionaba de forma distinta. Sin embargo, la crisis y su reciente paternidad han hecho que redujera mucho el número de conciertos que da al año y el cahché que cobra. “He decidido estar más en casa. Vivo en Viena y estoy centralizando mi actividad en esa zona”, explica en una charla con unos cuantos periodistas en el restaurante del Teatro Real. Sabe bien que la generación que viene por debajo de él, ya sea por carácter o por la crisis de la industria del disco y los mitos que ha generado, vive ya alejada del divismo y de los lujos. Incluso en la manera de cantar y actuar. “Son antidivos. Gente muy normal. Es una generación joven, muy divertida, que se adapta a todo. Muy técnicos y expuesto a las exigencias de hoy, muy enfocadas al aspecto dramático. Son más actores y asumen muchos riesgos en ese campo”. Una tendencia que ha podido verse nítidamente en el reparto del Così fan tutte de Michael Haneke. Dice Flórez que quizá en algún momento él no fue tan normal, tan poco divo como ahora. Pero que todo ha cambiado también desde el nacimiento de su hijo. “Me he vuelto casi normal”, bromea. “De todas formas, el cantante no puede ser normalísimo. Nos pasamos el día viajando, en situaciones incómodas. Necesitamos ciertas “amuletos” para sobrevivir: el humidificador, una comida en el camerino… Pero yo nunca he sido de posturas ni de caprichos excesivos”. Según él, el divismo era algo que exigía el propio público en el pasado “Antes querían ver a la diva llegando en un gran coche y saliendo de él con un montón de bufandas y de anillos y que los fans pudieran tocarla y que luego se desmayaran. Era como tocar al Papa. Los fans pedían eso de los cantantes y había que darlo”. Hoy solo algunas figuras como Renée Fleming, considera, responden a ese prototipo.
A sus 40 años, con otros tantos papeles interpretados, ha alcanzado ya una madurez que se traduce en una voz que ha ganado “solidez en el centro”. Flórez no piensa moverse del repertorio bel cantista, pero poco a poco se encamina hacia roles más “pesados” o con “acentos más heroicos”. Como el Guillermo Tell que acaba de cantar en Perú. Un lugar (su país natal) donde la música clásica crece poco a poco “gracias a los sistemas” -como el famoso de Venezuela, impulsado por José Antonio Abreu- pero en el que, de alguna manera, cree, falta todavía público. “La gente no va a la ópera. Falta ese frente todavía”. Excepto cuando canta él, que no queda un solo asiento libre. Parecido a lo que sucede aquí.