Integral-Beethoven-Dudamel. Centro Nacional de Acción Social por la Música. Del 20 al 24 de febrero. 42 Aniversario de El Sistema de Orquestas y Coros de Venezuela. Concierto Nro. 3. Obras: Sinfonía Nro. 5 Do menor Op.67 (1808) y Sinfonía Nro. 6 en Fa mayor “Pastoral” (1808) miércoles 22 de febrero de 2017. Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Sala Simón Bolívar.
Por. Joaquín López Mujica (*)
Un levare perfecto es lo requerido aquí en esta Sinfonía Nro. 5 en Do menor Op. 67 para encarnar como lo hizo Dudamel, el nuevo plan de conjunto que nos presenta con esta, la partitura de Beethoven, ya situada en el “aquí y ahora” desde este Allegro con brío. Con toda claridad asume el viraje que pronto oiremos a la altura de la mitad, de esta monumental y conocidísima Sinfonía. Recordemos que solo ese comienzo, ya es prueba de fuego para los cursos de dirección orquestal y audiciones en el mundo y casi una obsesión fue –en el contexto de las obras de Mahler y sus intérpretes- en el inicio de su Quinta Sinfonía, ese recordado solo de Trompeta.
Si bien en las anteriores obras percibimos lo que va ser pronto notorio, aquí notamos, guiados por la certeza de esta batuta prodigiosa, lo que inmediatamente adviene. Captamos la persistencia de la lógica beethoveniana, léase: coherencia, ensamble e identidad ininterrumpida. La tesitura clásica persiste, con una paleta y textura que exhibe los impecables violines, que proyectan visualmente una “geográfica fantástica” que virtualiza los golpes de arcos, ese “saltatto” –seguramente dibujados con su impecable vibración, por un Raoul Dufy y su “La Fee Electricite”– o las pinturas-luz de Maryolga Nieto, en su “Origen y Luz”. Los segundos violines, adquieren protagonismo primigenio, por aquello del pulso, además de ser un recurso expresivo, que resalta Dudamel, para lograr destacar su rol como fila instrumental que personifica la presentación y luego los primeros violines, en papel importante, pero como recurso reflexivo, de esa subjetividad romántica, que hace presente el maestro, de esos principios beethovenianos, que más adelante estallará.
Dudamel, en la re-exposición del tema clásico, conserva la misma rúbrica en pizzicatos “sin vibrar” –más bien tenues- para dar paso al episodio fugado. Aquí, el conductor del todo orquestal, presenta otros de sus prodigiosas construcciones estéticas: ralentiza, entrelaza intensivamente, el nudo para concentrar el contenido dramático, que busca re-plantear, como no se ha hecho en la historia de la música, como acaso lo hizo el pianista Ivo Pogorelich, al “disecar” el pathos expresivo con la Sonata Opus 111, en aquel su viaje de visita a Caracas. Pero, esa nueva lectura, a ese Beethoven de la “Heroica” y por lo que vemos en este su Integral, tiene el nombre de Dudamel, sobre todo, llegando al final de este episodio.
Un Andante, mas lírico, suave y ligero, pero no elegíaco, porque no es un “pesar” lo que se expresa, son profundos anhelos comunicados por el lenguaje musical del maestro barquisimetano, emergen como como metáforas, todavía no motivos subjetivos. Así, las violas se erigen con ese protagonismo, son el vehículo imaginativo, reforzado por un pedal configurado por: fagotes-violines, violonchelos, que acompañan la distensión a priori del Clarinete. El tratamiento del timbre de los fagotes –en particular- y vientos en general- preparan el solo de la fila de violonchelos, y con ello el ambiente sonoro de expectativa, pues las máscaras sonoras anticipando lo que más tarde lograría el impresionismo musical, esconden o amalgaman el modo épico. Ocurre una lucha de una subjetividad individual, que más que sentido de la contrariedad, es un opuesto complementario. Se dibujan lontananzas de esa ensoñación singular, el espíritu romántico, se envuelve en el ropaje de la pausa contemplativa, antes de las escenas propiamente épicas, pero sabiendo que se trata de un libre impulso que viene con los episodios ágiles, que anuncia la épica del héroe lírico, con acordes no tan largos.
El dinamismo del desarrollo, es cuidado por Dudamel a un extremo milagroso y benigno, se atiende la exposición, la re-exposición y luego la sumatoria de estas. Allí el conductor encuentra al héroe que primero es dramático y luego por trasmutación, se transforma en héroe lírico. Pero, eso será después. Entre tanto hemos transitado del clasicismo al romanticismo. Emerge el aporte de Beethoven y la alocución de un Dudamel que logra re-leer la épica individual llevándola hacia zonas controladas aún, con un espíritu ansioso, dejando desplegar la energía cinética y pulsional –en sentido freudiano- “haciendo pinceladas” cual pintor, en ese gran universo sonoro que abrió “virtualmente” para anunciar el episodio fugado, con ello un recuerdo y reminiscencia del arte de la fuga de Bach y por supuesto de la dinámica del alto barroco: un destino no alcanzará al otro. Esos episodios ya no ágiles sino scherzando, en pizzicatos, épicos y a tempo, fueron la bandera expresiva de un Tchaikovski –quien tomo de esa agua clara-aquí emerge, la plenitud del héroe romántico, donde Director y orquesta se imbrican en el Allegro para personificar el héroe romántico dramático-épico-lírico, con episodios agitados de “intensidad y tormenta”, pasajes rápidos, agitados en registro sobre-agudos las cuerdas. Dudamel, atento a las contribuciones y en medio del “gran agitato” gesticula de un modo de calma casi mistérica, como en trance. Flauta-piccolo, vientos-metales, violines y contrabajos anuncian la apoteosis romántica, que sintetiza dos grandes complejos temáticos: el ideal clasicista al ideal épico, del clasicismo al romanticismo, aquí y solo aquí como los opuestos complementarios en la escritura de Beethoven: impulso y peso sinfónico.
Ya en la Sinfonía Nro. 6 en Fa mayor Op. 68 “Pastoral”, en el Allegro ma non troppo están los profundos anhelos, circunscritos a la esfera individual se acentúan. Luego de las desgarraduras, la rebeldía ante las formas –aclaro- Beethoven y por ende Dudamel, dan un rigoroso tratamiento de las fórmulas arcaicas presente, más bien inmanentes, en ese mundo idílico evocado como tempo estricto, sobre todo en las cuerdas, la octava grave en particular –violonchelos y bajos- donde se desplazan discursivamente en forma de recitativo, fugas, en sentido lúdico. Si bien el paradigma estético de la época es la mímesis o imitación de la naturaleza, ya Beethoven persiste en una imitación, metafórica, pues la naturaleza de su espacio real ha viajado al contexto orquestal pero no como apariencia, menos como designio programático, que rige la forma sino como articulada a las grandes y expansivas superficies tonales. De allí que la alocución de Dudamel es ello pintor de lontananzas, paisajes, parajes románticos, crepúsculos, andanzas de una humanidad que ansía los crepúsculos y amaneceres de la vida campestre. Eso está en la base de pasajes o solos o micro-episodios, en parte lamento, también espíritu cantábile que resalta Dudamel. Un momento de incertidumbre, que es un alejamiento de la complejidad –como es la definición de esta obra-aparentemente irresoluta, para cierta tradición y para otros la revelación de un fehaciente misticismo oculto e Beethoven. Aunque quizás sea porque los temas y motivos, tienen más que simpleza, esencialidad, pero allí vemos de donde emerge ese primer movimiento la Sinfonía Nro. 1 de Mahler, esa alegoría del “Cu-cu” que emiten los fagotes, que recuerda aquella “Primavera por siempre”. Lo típicamente “Pastoral” lo establece Dudamel, en este Andante molto mosso, al equilibrar la unidad del movimiento en forma de densidad sonora con el lirismo inherente a diversos episodios. ¿Alejamiento del clasicismo, o “desprendimiento” en el sentido de la metafísica trascendental? Lo cierto es que los recursos de su poética –en el sentido de Aristóteles- y recursos estilísticos, nos conducen a entender a uno de los tantos aportes de esta Integral-Beethoven-Dudamel. Toma como reglas, que son direccionados casi espontáneamente, con la finalidad de contrarrestar el clasicismo, en tanto a que valor absoluto: evita las zonas ensombrecidas y espectrales. Hace discurrir el mundo sonoro, sin contrariedades, dejando libre al oyente de presiones horizontales, que le arrebaten su ser contemplativo, de allí las similitudes de esa atmosfera que nos proporciona, gracias al arte constructivo de Dudamel, un viaje sonoro hacia formas de Oratorio ojo, los episodios pastorales tipificados así por Haendel, donde la cuerda toca con sordina. Este no abandono de la singularidad de la experiencia audio-perceptiva es otro aporte notorio de esta construcción estética y musical de Dudamel: no hay conflicto sonoro, solo recitativo, narraciones de violonchelos-violines (segundos-primeros en ese orden de alternancia) así Dudamel, maestro orquestador, acude en estos prolegómenos estilísticos al recuerdo de , sobre todo en ese episodio de Clarinete-Oboe-Fagot, un Mozart evocado ya que solo él puede retrotraer un paraíso musical esto es: lenguaje galante, episodios con timbres delicados, trinos y pasajes en crescendo –evitando que sea un creciendo –como en la Quinta o la Séptima- porque todo desarrollo episódico alberga un fin. ¿Sera la tempestad acaso? Pues sí. Hemos venido intentando reconstruir desde la forma-formante, para exteriorizar un interior en el sentido de la “tecné” griega. En el Allegro y Allegretto arte musical de Dudamel hecho construcción estética nos hace transitar de un pianísimo así emerge ese universo o microcosmo temático, por encima de cualquier temor de convertir la música en “estática”. Deviene el ataque de la curda en su conjunto, episodios rápidos. El solo de oboe crea una distensión, una simultaneidad hecha antes de la anunciación de la vida campestre y sus imprevistos, de allí la danza fugada campestre, ritmos simultáneos antes de anhelar la calma otra vez. La forma scherzo es un sacudimiento controlado más bien un “túnel” o umbral para salir del dramatismo ¿Por qué esa guerra contra el tiempo viviente como en “la Heroica”? para resaltar una trascendencia vivida, de allí el anuncio de la flauta piccolo en protagonismo magistral, arte del timbre de Dudamel. Desarrollo corto aquí, que en Bruckner no gracias a la modelación y reordenación que hizo este del drama wagneriano. Las declamaciones de la subjetividad recuperada pertenecen y son anunciadas por los trémolos melódicos (notas repetidas) al final por violines. Con un final inusual sin brusca resolución y violencia. Dudamel en su discurso sonoro hizo de esta obra, otro himno, pero a la pacificación de la existencia, que tanto necesita el mundo actual.
(*) Filósofo, músico, escritor y diplomático
j.lopezmujica@laposte.net