Este artículo es una continuación de: La música clásica en la era de los Mass Media
En una época en la que las vanguardias musicales oficiales abogarán por una música “pura” y autosuficiente, las músicas “aplicadas” -compuestas para la danza, el teatro, o el cine, etc.- ofrecerán un terreno favorable para el diálogo entre lo clásico y lo nuevo, aparte de un nuevo abanico de oportunidades para compositores e intérpretes. Entre ellas. será la música cinematográfica la que ofrecerá no solo las más abundantes salidas profesionales, sino también un lenguaje por descubrir -el audiovisual-, así como una proyección social negada a la mayoría de los compositores de música pura.
La música de la denominada Edad de oro de Hollywood permanecerá fuertemente entroncada en la música europea, gracias a la obra de compositores como Erich Korngold, Franz Waxman o Max Steiner -muchos de ellos exiliados centroeuropeos formados en la tradición sinfónica alemana-, que encontrarán el modo de adaptar estos viejos moldes -formato sinfónico, lenguaje posromántico, empleo del leitmotiv, etc.- a la gran pantalla, pese a la escasa libertad que ofrecerá el medio cinematográfico para crear estructuras musicales verdaderamente autónomas.
La búsqueda de un lenguaje musical cinematográfico más específico impulsará a la generación de compositores activa en las décadas de 1950 y 60 –Miklós Rózsa, Bernard Herrmann o Elmer Bernstein– a alejarse de la retórica musical poswagneriana de la etapa anterior adoptando actitudes más objetivas y renovando el tejido sinfónico mediante la integración de elementos musicales contemporáneos como el jazz o la atonalidad, o incluso (como hemos visto en la Unidad 29) el dodecafonismo. Partituras como El planeta de los simios de Jerry Goldsmith, o la inserción de música de György Ligeti en 2001, Odisea del espacio -ambas películas de 1968- demostrarán que el rechazo supuestamente instintivo o “natural” del público a la música “atonal” o “disonante” obedece a causas más complejas y diversas que la propia música.