Vía: ABC.es | Por Julio Bravo
El Teatro Real ha levantado el telón de su temporada, la más atípica sin duda de su historia. Y lo ha hecho con una función para jóvenes, con la que se trata de atraer a este público hacia un género sobre el que pesa el sambenito de «serio» e incluso «plúmbeo». Sin embargo, las funciones operísticas han dado para muchas situaciones cómicas. Algunas están documentadas, otras forman parte de la leyenda, pero como suele decirse en Italia, «se non è vero e ben trovato» («si no es verdad, bien está»).
«Tosca», la popular ópera de Giacomo Puccini, es quizás el título que ha vivido mayor número de situaciones anecdóticas. La más célebre es sin duda el «fusilamiento» de Montserrat
Caballé. Ocurrió en la Staatsoper de Viena, donde la soprano catalana interpretaba a Floria Tosca. En esos días el teatro vivía una huelga de figurantes, y el productor contrató a un grupo de soldados de un cuartel cercano, a los que el director de escena les dio unas indicaciones un tanto confusas: «Salgan a escena y disparen al que esté en la pared». Y es que allí debía estar el tenor que interpretaba a Cavaradossi, pero un repentino ataque de tos le hizo abandonar por unos momentos el escenario y dejó a Montserrat Caballé sola. Los soldados la apuntaron pero ella se revolvió: «¡Ah, no! ¡A mí no me fusila nadie!»
Dramático pudo resultar el fusilamiento del tenor italiano Fabio Armiliato en 1995. Interpretaba «Tosca» junto a la soprano Raina Kabaivanska en el Sferisterio de Macerata, un teatro al aire libre en el que cada verano se celebra un festival operístico. Para la escena en que muere Mario Cavaradossi se utilizaron armas que había prestado un coleccionista, y nadie comprobó si alguna estaba cargada. En el último acto, como dispone el argumento, el pelotón de fusilamiento disparó sobre Armiliato, pero éste, en lugar de caer al suelo, gritó: «¡Socorro!, ¡me han disparado de verdad!». La Kabaivanska le miró y comprobó asustada cómo el pie izquierdo del tenor estaba sangrando. El director de escena, Donato Renzetti, mandó detener, lógicamente, la representación.
Más cómico fue lo que sucedió en otra «Tosca» en Viena, hace tan solo cuatro años, en 2016. Los protagonistas eran Jonas Kaufmann y Angela Gheorghiu, dos de las más grandes estrellas del panorama lírico, con el inolvidable Jesús López Cobos en el podio. El tenor alemán terminó su aria «E lucevan le stelle», en la que Cavaradossi se despide de la vida y está solo en escena. Como era de esperar, su interpretación fue seguida de una salva de aplausos; cuando estos concluyeron, la orquesta retomó la partitura, que sigue con un dúo de amor entre Cavaradossi y Floria Tosca. Pero la soprano rumana no apareció y Kaufmann improvisó canturreando: «Non abbiamo soprano» («No tenemos soprano»). Risas en el público y en la escena y, con la Gheorghiu ya sobre las tablas, se reinició la representación.
Lo que piadosamente se oculta es el nombre del tenor que protagonizó la siguiente anécdota que se cuenta de una representación de «Tosca». Y es que su actuación había sido tan lamentable que, cuando cayó «ejecutado», el público aplaudió al pelotón de fusilamiento.
El barítono Giuseppe Taddei vivió también una situación particular cuando interpretaba a Scarpia en una función de «Tosca» en un teatro italiano. Se cuenta que el papel de Sciarrone, el esbirro de Scarpia, era un joven debutante. En el segundo acto, los dos personajes tienen un diálogo en el que el personaje de Taddei pregunta por los resultados del interrogatorio al que se está sometiendo a Cavaradossi para que revele el escondite del fugado Angelotti. A la pregunta de Scarpia «Che dice il Cavalier?» (¿Qué dice el caballero?) Sciarrone contesta: «Nega» (Lo niega). Sin embargo, el joven cantante adelantó una respuesta que su personaje dice más tarde: «Tutto» (Todo). Taddei se quedó desconcertado, pero reaccionó e improvisó un recitativo: «Ma… sei sicuro?» (Pero… ¿Estás seguro?). Su interlocutor se dio cuenta entonces de su error y respondió, esta vez sí: «Ah, no… Nega!» (Ah, no… Niega). Taddei suspiró tranquilo y continuó la representación como si nada.
Y otra más de «Tosca». Al parecer, la soprano Eva Turner no tenía buena fama entre los técnicos y los tramoyistas de la Lyric Opera de Chicago, por su carácter intratable, y decidieron vengarse de ella de una cómica manera. El final de la ópera marca que Floria Tosca se suicida arrojándose desde lo alto del Castel Sant’Angelo. Muchas puestas en escena sitúan a la soprano en un plano elevado y colocan un colchón para amortiguar su caída; los técnicos de aquella función sustituyeron el colchón por una cama elástica, de modo que cuando Eva Turner rebotó un par de veces, para asombro del público, que vio como Tosca reaparecía un par de veces volando un par de veces.
El War Memorial Opera House de San Francisco fue escenario también de un final insólito para «Tosca». Lo protagonizó un grupo de extras a los que no se explicó bien -o no entendieron- lo que tenían que hacer en la escena, una vez más, del fusilamiento de Cavaradossi. No sabían bien a quién debían disparar y, de los dos personajes presentes en escena -el propio Cavaradossi y Tosca- decidieron fusilar a ésta. El que cayó fue, claro, el tenor, para asombro de los extras, a quienes no se les había indicado cuándo ni cómo debían dejar el escenario. Así que, cuando la soprano se arrojó de lo alto del castillo, los figurantes vieron la manera de salir de allí y la imitaron, causando un «suicidio colectivo».
Maria Callas ha sido una de las más grandes intérpretes de «Tosca». Junto a ella cantó varias veces esta ópera Tito Gobbi, también uno de los grandes Scarpia del pasado siglo. El barítono contó en sus memorias varias anécdotas de la soprano griega en este papel. En una ocasión, después de que Tosca mate a Scarpia, vio desde el suelo como Maria Callas, que era absolutamente miope, no sabía por dónde salir al escenario. Gobbi intentó señalarle la salida discretamente, pero no puedo evitar una carcajada; la prensa recogió al día siguiente la anécdota.
Contó Gobbi dos anécdotas más, que pudieron desembocar en drama. En el ensayo general de la ópera, en el Covent Garden londinense, en 1964, Maria Callas se acercó demasiado a las velas que había en el escenario y se prendió la peluca, que empezó a echar humo. El barítono se dio cuenta y fingió que la abrazaba, mientras que ahogaba el fuego del cabello con sus manos. La soprano no entendía nada, hasta que Gobbi le mostró la palma de su mano chamuscada, y ella musitó: «Grazie, Tito».
A pesar de tan caballeroso acto, contaba el barítono que estuvo a punto de morir a manos de la soprano, ya que en una ocasión el puñal de atrezzo no se retrajo y le hirió levemente. Gobbi exclamó «Oh mio Dio!» y fingió morir.
El público ha protagonizado, con su actitud o sus reacciones, multitud de anécdotas. En 1983, Montserrat Caballé cantaba «Semiramide», de Rossini, en el Teatro de la Zarzuela. Al parecer, no lograba la atención de dos espectadores, cuya conversación molestó a la soprano, que se volvió a ellos y les dijo «¿Van a callarse de una vez?», tras lo cual siguió cantando como si nada.
Otra ilustre soprano española, María Bayo, cantó en el Teatro Real a comienzos de 2009 la ópera de Stravinski «The rake’s progress», con puesta en escena de Robert Lepage; la propia cantante cuenta lo que pasó en una de las representaciones: «el tenor tenía que colocar la capota del coche descapotable mientras cantábamos el dúo… Pero tanto ímpetu tenoril le puso que me clavó uno de los enganches en la frente mientras cantaba. Empezó a caerme la sangre por la frente, pero como buena navarra aguanté hasta el final del acto y, al caer el telón, vinieron todos los técnicos y compañeros a socorrerme. ¡Pobre tenor, había que ver su cara de estupor!»
«La traviata» en el Teatro Duse de Bolonia, en Italia. El tenor que interpreta a Alfredo Germont no da la talla y se decide sustituirle al concluir el segundo acto. Y cuando el barítono que encarna al padre de Alfredo, Giorgio Germont, dice la frase «Dov’è, mio figlio? Più non lo vedo» (¿Dónde está mi hijo, no lo veo?) -su sentido es que no reconoce su comportamiento-, un espectador grita. «¡No me extraña, lo han cambiado!»
Hay mucha leyenda sobre el divismo de los cantantes de ópera. He aquí un ejemplo. La historia la contó el promotor Herbert Breslin en su libro «Los tenores», y se refiere a Giuseppe di Stefano; debía ofrecer un recital en Filadelfia, pero se negó a cantar porque vio que en el programa figuraba un anuncio publicitario en el que se decía: «Franco Corelli, el mayor cantante de ópera del mundo». El ego de Di Stefano se vio herido y no salió al escenario hasta que todos los programas fueron retirados de la sala y llevados a su camerino.