Vía: Todo en Domingo | Jonathan Reverón
Kristhyan Benítez supo, desde temprano, que su porvenir estaba en el piano. A los 13 años de edad tuvo su primer concierto en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño y el año pasado estrenó el piano de cola Bösendorfer, que aguarda en el Centro de Acción Social por la Música, una señal inequívoca de que este talentoso músico lleva la estrella de quienes lo logran
Brunello Rondi, uno de los grandes hombres detrás de Federico Fellini, escribió junto a él Ensayo de orquesta: “Todos los pianos del mundo son `el piano’. Si cada quien tocase con su piano, sería un pianista limitado. Para poder realizarse como ser humano se tienen que conocer muchas personas, tener muchos encuentros”. Es así con el piano. El 10 de noviembre del año pasado Kristhyan Benítez, a sus 31 años, estrenó en Caracas el piano de cola Bösendorfer, una joya de diseño vienés, que aguarda en el Centro de Acción Social para la Música apostada en Quebrada Honda. Ese fue un encuentro determinante. Todo un privilegio para un pianista y una señal ineludible de que su carrera está en ascenso.
“Ya soy doctor en artes musicales”, contaba Benítez hace año y medio. Desde finales de 2011 lo invitaron a ser embajador del Boston Conservatory. “Esencialmente es tocar representando a mi universidad a donde me envíe. Después de ese diploma no hay otro para un intérprete a menos que me quiera convertir en un musicólogo. Desde que empecé a hacer mi licenciatura, que terminé en Nueva York, siempre tuve en mente Boston y lo hice en el momento justo. Conté con un profesor llamado Michael Lewin, alumno de Leon Fleisher, uno de los grandes pianistas del mundo. Él ha sido en esta última etapa como estudiante un mentor muy importante, él fue quien me dijo: `Ve y enfréntate al mundo”.
Pero esas alas ya han alcanzado vuelo antes del consejo de su profesor. Kristhyan Benítez ha ganado premios en Argentina, Cuba, México, Francia, Estados Unidos, Alemania y Venezuela.
Ha empezado una carrera como joven solista en escenarios como la Filarmónica de Berlín, Davies Symphony Hall de San Francisco, Town Hall de Nueva York, la sala Eherbar de Viena, la sala Cortot de París, el Amadeo Roldán de La Habana y el Centro de Acción Social por la Música en Caracas.
“Siempre estuvo en mi cabeza ser solista”, dice con determinación. Benítez, como era de esperarse, comenzó temprano su formación ante el piano. “Me formé con Olga López en Venezuela desde los 4 años porque mi mamá quería que, por cultura, tocara un instrumento. Ella quería que fuera guitarra, pero mi memoria alcanza a recordar que me dije: `Yo quiero tocar ese, el grande”.
Pasó la prueba de oído y ritmo y el inicio fue estelar. “Mi primer concierto fue a los 13 años en la Ríos Reyna”. Ese día lo vistieron de pingüino y a partir de entonces, gracias a los lazos de su maestra con el Sistema de Orquestas, Benítez es un hijo adoptivo de esta comunidad.
Lo que te haga feliz
Son muchas horas –todas las del mundo-sentado frente a un piano, junto a un profesor y una partitura, siempre rodeado del habitual misterio: el hacia dónde. “Siento que mi formación es envidiable y por ello estoy agradecido.
Yo en la escuela me sentía en mi casa. Quizás ese es el secreto: aprender con tu familia es la enseñanza más pura que puedas tener. Del colegio me iba a la escuela de Olga, era como ir a otro hogar. Así me sentí en Boston. Me siento un señor de sesenta años diciendo que la época de la universidad es la mejor de la vida. Mi mamá siempre me dijo: `Si no te gusta, no lo hagas”.
Las convicciones suelen llegar desde el corazón. “Hubo un solo momento en que me preguntaron: ¿Tú puedes vivir de esto?. Sufro a través de los amigos que han batallado por la música y su familia no los apoya. Uno sabe en el fondo que es superfregado pero el amor por esto es lo que inspira”.
Paralelo al piano había una ilusión por ser médico, casi otra convicción. Lo respaldaba con veinte puntos constantes en biología. A los 17 años ganó el premio de la Fundación Funda Excel y fue dirigido por Eduardo Marturet en la Filarmónica de Berlín. Hasta allí llegó la carrera de Medicina en la Universidad Central de Venezuela. “Ese sigue siendo el mejor momento de mi vida, es lo que me hace feliz. Desde que empecé a tocar me enseñaron y comprendí lo que significa ser infiel a la música: te lo cobra. Hay que ser noble y honesto con lo que haces. En efecto, hay una píldora de suerte y cuando sales al mundo con la certeza de que hay muchos como tú, solo queda la sinceridad con la música”.