Vìa: DW.de | Autora: Marita Berg (MS) | Editor: Evan Romero
El pasado 8 de diciembre de 1813 se estrenó en Viena la Séptima Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Su exuberante sonoridad cautivó al público de la época y sigue haciendo las delicias de los amantes de la música.
El miércoles 8 de diciembre de 1813, en el salón de baile del Palacio Imperial vienés de Hofburg, Ludwig van Beethoven vivió uno de los más grandes triunfos artísticos de su carrera: el estreno de la Sinfonía nº 7 opus 92. Dos meses antes, el 19 de octubre de 1813, las tropas aliadas de Rusia, Austria y Suecia habían asestado en la Batalla de Leipzig un duro golpe al ejército francés de Napoleón, obligándolo a batirse en retirada. Incluso en Viena tenían claro que los días del déspota estaban contados.
Tras varios años de ocupación francesa, en la capital austríaca se respiraba el júbilo. Los vieneses salieron a las calles para celebrar la liberación de Europa de la tiranía napoleónica con un gran concierto en el que la Séptima de Beethoven estaba en programa. Los beneficios generados por la venta de entradas irían a parar a los soldados heridos en la Batalla de Leipzig. La gente más notable de la ciudad iba a acudir a un evento musical en el que se anunciaba la presencia de grandes músicos como Antonio Salieri, Louis Spohr y Giacomo Meyerbeer.
“Un abismo de barbarie”
Como solía ocurrir en el estreno de cada nueva sinfonía de Beethoven, los críticos reaccionaron al principio con cierta confusión. La ferocidad rítmica empleada en el primer y cuarto movimientos fue demasiado incluso para el conocedor más experto. Un crítico llegó a cuestionar la salud mental del compositor de Bonn: “¿Qué le ha pasado recientemente a este hombre? Su última Sinfonía demuestra que padece algún tipo de demencia. La obra es una mezcla de ideas trágicas, cómicas, serias y triviales que confluyen en explosiones sonoras innecesarias y conducen al oyente a un abismo de barbarie.”
Sin embargo, la respuesta del público fue muy diferente. La exuberante sonoridad de la obra acertó de pleno en la diana del espíritu de la época. La audiencia interpretó la Séptima Sinfonía como la representación musical de la reciente victoria contra Napoleón y la alegría del pueblo por haber recobrado la libertad y la paz. Si atendemos a las palabras de Anton Schindler, el secretario personal de Beethoven, hubo ovaciones del público incluso antes de que la Sinfonía concluyera. “Las explosiones de júbilo durante la interpretación excedieron cualquier cosa que haya visto antes en una sala de conciertos”, relató Schindler. El segundo movimiento, con una rítmica que sugiere una marcha fúnebre, cautivó al público, que interpretó aquella música sublime como un lamento por los soldados caídos en la Batalla de Leipzig. Ya en el estreno, este fragmento hubo de repetirse varias veces y se ha convertido, sin duda, en uno de los más populares de toda la producción beethoveniana.
¿Una sinfonía de liberación?
No solo los contemporáneos de Beethoven percibieron un aliento de liberación en la Séptima Sinfonía. Muchos expertos actuales creen que el propio compositor, revolucionario y humanista comprometido, expresó en esta obra su alegría por el fin de la tiranía de Napoleón. Algunos años antes, el músico quiso dedicar su Tercera Sinfonía “Heroica”, al mandatario francés. Pero cuando Beethoven supo que este se había coronado emperador, el compositor rompió con enfado la página con la dedicatoria. Se dice que cuando Napoleón avanzaba con sus tropas por Europa, Beethoven exclamó: “¡Es un lástima que no domine el arte de la guerra como domino el de la música! ¡Lo derrotaría!”
Beethoven consideró su Séptima Sinfonía como “uno de los productos más felices de mis débiles fuerzas”, pero siempre rechazó que la obra tuviera un significado extramusical concreto. Sus coetáneos también rechazaron la idea de que la Séptima pusiera en música ideas o imágenes determinadas. Un crítico de Leipzig expresó entonces lo que dos siglos después piensan muchos melómanos: “Sencillamente hay que escuchar esta obra para apreciarla en su plenitud. Porque su espíritu y sus cualidades no pueden expresarse con palabras”.