Esta vez se trata de Itzhak Perlman (nacido en Tel Aviv, Mandato Británico de Palestina), el 31 de agosto de 1945. Violinista israelí-estadounidense. Es uno de los mejores y más famosos violinistas de la segunda mitad del siglo XX. Pues bien, en Noviembre 18 de 1995, el violinista Itzhak Perlman, subió al escenario para dar un concierto en el salón Avery Fisher del “Lincoln Center” en la ciudad de Nueva York. En lel video de abajo puedes ver como tiene que incorporarse a la orquesta debido a que fue afligido de polio cuando era niño, tiene abrazaderas en ambas piernas y camina con la ayuda de muletas. Verlo caminar sobre el escenario es una escena impresionante.
Fuente: Jack Riemer, Houston Chronicle, Febrero 10, 2001
Después se sienta y lentamente pone las muletas sobre el piso, abre los broches de las abrazaderas en sus piernas, recoge un pie y extiende el otro hacia adelante. Después se inclina y recoge el violín, lo pone bajo su barbilla, hace seña al Director y procede a tocar.
Hasta ahora, la audiencia ya estaba acostumbrada a este ritual. Permanecían respetuosamente en silencio hasta que él estuviera listo para tocar; pero esta vez, algo ocurrió. Justo cuando él terminó de tocar sus primeros acordes, una cuerda de su violín se rompió. Se pudo oír perfectamente el chasquido de la cuerda… No había duda de lo que él tendría que hacer. Los que estaban ahí esa noche tal vez pensaron:
“Para esta, él va a tener que ponerse de pie, abrocharse las abrazaderas, recoger las muletas, y cojear hasta a fuera del escenario para encontrar otro violin u otra cuerda.” Pero no fue así. En su lugar, el espero un momento, cerró sus ojos y después hizo seña al Director para empezar a tocar. La orquesta empezó y él tocó desde donde había parado.
El tocó con tanta pasión, con tanto poder y con una claridad que nunca antes nadie había escuchado. Claro, cualquiera sabe que es imposible tocar una obra sinfónica con sólo tres cuerdas. Lo sé yo y lo sabe usted, pero esa noche Itzhak Perlman se rehusó a saberlo. Uno podía observar como modulaba, cambiaba y recomponía esa pieza en su cabeza. De un modo maravilloso, hizo sonar aquellas cuerdas para obtener sonidos que hasta entonces no habían realizado nunca.
Cuando él terminó, se hizo un silencio impresionante en el salón. Después la gente se levanto y lo aclamó. Fue una explosión de aplausos desde cada rincón del auditorio. Todos estábamos de pie, gritando y aclamando, haciendo todo lo posible para mostrar cuanto apreciábamos lo que él había realizado.
Después, el sonrió, se secó el sudor de sus cejas, alzó su arco para callarnos, y después dijo humildemente, pero en un tono tranquilo, pensativo, y reverente: “¿saben? algunas veces, la tarea del artista consiste en averiguar cuanta música puede crear con lo que nos queda.”
Qué renglón tan poderoso. Se ha quedado en mi mente desde que lo oí. ¿Y quien sabe? Tal vez esa sea la definición de la vida, no sólo para los artistas sino para todos nosotros. He aquí un hombre que se ha preparado durante toda su vida para crear música con un violín de cuatro cuerdas, quien, se encuentra de repente en medio de un concierto con solo tres cuerdas; y entonces produce música con tres cuerdas, y la música que él interpretó aquella noche con sólo tres cuerdas fue más bonita y más memorable, que cualquier otra que él hubiera realizado con cuatro cuerdas.
Entonces, tal vez nuestra tarea en este mundo inestable, cambiante, y perplejo en el que vivimos es la de hacer música, primero con lo que tenemos, y después, cuando esto ya no sea posible, realizar esa otra música más maravillosa quizás, con lo que nos queda.