Vía: Música para la Nasa | Alvaro Alonso
Hay canciones que ganan en brillo con el contraste. “What a Wonderful World” es una de ellas. Si escucháramos a Louis Armstrong con un fondo de imágenes del tráfago humano, sus dudas, sus anhelos, sus esperanzas, veríamos cómo se transforma en una canción representativa de lo que somos, del bien y del mal que somos. Desde hace décadas no ha pasado desapercibida como canción de acompañamiento a todo tipo de acontecimientos, guerras, inundaciones, catástrofes. Es la canción de acompañamiento de imágenes por excelencia. Hasta el punto de que solo con escuchar la voz de arena de Satchmo se produce inmediatamente la sinestesia.
“What a Wonderful World” fue compuesta para Louis Armstrong, ya por entonces un afamado trompetista y cantante de jazz, por George David Weiss en el turbulento año 1967. En contra de lo que hoy pudiera parecer, no tuvo una gran repercusión en EEUU, vendiendo el single apenas mil copias debido a la ceguera del director de la compañía, Larry Newton, que no se molestó en promocionarla, justificando su decisión en que aquello era “sacarina, una improbable visión de la vida en la tierra”. No obstante, en Reino Unido supuso un acontecimiento, alzándose al número uno de la lista de singles y con el valor añadido de hacerlo un artista que por entonces contaba 66 años de edad, en medio de la locura juvenil de grupos beat.
Louis Armstrong nos ha dejado un legado infinitamente más amplio que esta sola canción, desde que diera sus primeros pasos en Nueva Orleans en el arranque del siglo XX hasta su muerte en 1971. Su inconfundible manera de cantar, sus interpretaciones geniales de “Stardust” o “Hello, Dolly!”, su manera de ir renovando e innovando en el terreno del jazz, se encuentran debajo de la punta del iceberg que es “What a Wonderful World”.
Admirado por todos, Satchmo “el de la boca enorme”, es de los poquísimos casos en los que la unanimidad de crítica y público ha sido total y absoluta. Aquel niño pobre con una infancia verdaderamente dura en las calles de Nueva Orleans, le debe la vida literalmente a la música, más en concreto a su inseparable trompeta. Su ilimitada sonrisa deja ver todo lo agradecido que ha de estar a su paso por la vida. Éste es el sentido de la canción que le compusiera Weiss. Nos da igual que Larry Newton no lo quisiera ver. El tiempo le ha dado a Satchmo la razón.