Daniela Barcellona y Jessica Pratt proporcionan sólidos cimientos para el éxito del Tancredi que pone fin a la temporada de Les Arts
VALÈNCIA. Contar con grandes voces para los principales papeles siempre es la mejor baza para una representación operística, como se demostró este viernes en el coliseo valenciano. Dos importantes nombres, los de Daniela Barcellona y Jessica Pratt, muy ligados ambos a la música de Rossini, encarnaron a la pareja protagonista. Su actuación fue tan afortunada que los aplausos del público premiaron casi todas sus arias, dúos y números de conjunto. Daniela Barcellona, mezzosoprano que lleva este papel en su cartera desde 1999, lo interpreta con tal naturalidad y destreza que las dificultades parecen esfumarse, y el virtuosismo se percibe más como necesidad expresiva que como alarde canoro. Su Tancredi es romántico, desesperado, desafortunado: totalmente decimonónico. Y ella se adueña de ese personaje travestido con su hermosa voz oscura, de registros igualados y coloratura impecable, presentando una línea de canto sin gesticulaciones ni aspavientos.
Jessica Pratt le dio cumplida réplica como Amenaide. Quizá con algo de nervios al principio, tomó pronto las riendas, y brindó las temibles exigencias que le plantea Rossini con dramatismo y credibilidad. Las agilidades discurrían sin tropiezos, también los pasajes en legato. Junto a Barcellona y al igual que ella, desgranaron acertadamente desde los números más agitados hasta los más poéticos. En definitiva: el público disfrutó de dos artistas consumadas que unen una técnica impecable al conocimiento profundo del lenguaje rossiniano.
El resto de voces, por otra parte, tuvieron asimismo interés. Así, la del tenor chino Yijie Shi, en el papel de Argirio, lució una potencia notable y un buen enfoque de los recitativos, también en la faceta actoral. Gustó menos la franja aguda de la voz, algo chillona. Pietro Spagnoli conoce bien el repertorio belcantista, y presentó un Orbazzano sólido. Papeles más pequeños, pero que estuvieron muy bien cantados, correspondieron a Martina Belli (Isaura) y Rita Marqués (Roggiero, otro personaje travestido que completó el festín de voces femeninas). Este tipo de roles fueron corrientes en la ópera seria, como derivados de los castrati.
Si el elenco de cantantes resultó satisfactorio, también lo fue la dirección de Roberto Abbado. A pesar de encontrarse con el brazo derecho en cabestrillo, sólo en contadísimas ocasiones hubo algún desajuste, y encontró maneras para marcar el compás, dar bien las entradas y regular los matices del fraseo con un solo brazo. Abbado también ha trabajado mucho los pentagramas de Rossini, y se le nota. La Orquesta y el Coro del recinto proporcionaron, con solvencia de muchos quilates, el paisaje que enmarcaba las bellas líneas de los solistas. Compuestas, ambas cosas, por un músico que sólo tenía 22 años.
Esta ópera tiene dos finales, el de Ferrara, trágico, que fue el utilizado aquí, y el de Venecia, feliz. En el de Ferrara los amantes sólo se reconcilian al final, con Tancredi ya muriendo. El canto, y la música toda, desaparecen paulatinamente, dejando al espectador enfrentado al gran vacío y el silencio de la muerte. Esta escena estuvo entre las mejores de toda la representación. También lo es, muy posiblemente, de la partitura.