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Las grabaciones piratas y en estudio documentan la grandeza y versatilidad de la diva barcelonesa
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Igual que se retiran las camisetas de los grandes deportistas cuando cuelgan las botas, bien podrían retirarse del repertorio la óperas que jalonaron la trayectoria de Montserrat Caballé, una soprano versátil cuyo legado se divide en versiones piratas y de estudio a semejanza de un testamento de acceso universal. Aquí están sin orden jerárquico ni valor dogmático sus diez mandamientos.
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1.- La Traviata (Verdi).- La versión de la ópera registrada en 1967 (RCA) identifica a una Caballé joven de edad pero madura en su color y afinidad verdiana. No hace una lectura dramática ni desgarrada, pero la estilización de su Violetta precipita una lectura apabullante, más en el segundo y en el tercer acto que en el primero. Su “addio al pasato” es un hito de la discografía. Y acompaña a la diva un Carlo Bergonzi en estado de gracia con los bendiciones de Georges Pretre.
2.- Don Carlo (Verdi).- Me contaba Caballé cuando la encontré por última vez que su tenor favorito era Plácido Domingo. Cuando no cantaba con él. Y cuando cantaba con él. El Don Carlo que concibieron juntos es un acontecimiento. Particularmente el dúo del último acto. Hay una grabación canónica en estudio con la batuta de Giulini (EMI), pero las emociones de la opción pirata en Verona con la mediación de Inbal en el foso (Opera d’Oro, 1969) la convierten en una experiencia indescriptible.
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3.- Aida (Verdi).- La trilogía verdiana exige detenerse en la cualificación de Caballé como una de las grandes Aidas del siglo. La belleza canora resalta tanto como el calor que incorpora al personaje. Hay un testimonio pirata “cobrado” en La Scala bajo la dirección de Schippers (Myto). Un milagro verificado en 1976 del que formaron parte Carlo Bergonzi, Grace Bumbry, Piero Cappuccilli y Ruggero Raimondi. La versión en estudio con Muti (EMI) reanuda su idilio con Plácido Domingo.
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4.- Norma (Bellini).-Puede que Norma no se siquiera la mejor ópera de Bellini, pero el personaje de Norma sí es uno de los grandes hitos del XIX. Requiere la personalidad, el estilo y hasta la resistencia que Caballé supo otorgarle en la exégesis del belcantismo. Forma y fondo en un papel endiablado que supo lucir en un interesantísimo documento audiovisual realizado en Orange en 1974 (Vai). Su pareja es el enorme tenor canadiense Jon Vickers.
5.- Lucrezia Borgia (Donizetti). Esta ópera fetiche de la Caballé le abrió las puertas al mundo gracias a la sustitución de Marilyn Horne en el Carnegie Hall neoyorquino. El testimonio de 1965 está disponible en una edición pirata del sello Standing Room Only, aunque también puede “visitarse” la versión en estudio que consumó con Alfredo Kraus en el sello RCA. La una y la otra ilustran el virtuosismo de la diva. Y exponen el milagro de su fiato y de su… “filato”.
6.- Turandot (Puccini).- Fue la Caballé una extraordinaria intérprete pucciniana, aunque aquí no la destacamos por su protagonismo en el papel principal, sino por la delicadeza y sensibilidad en el papel “secundario” de Liu. La grabación de Mehta en el sello Decca (1972) ocupa la estantería de cualquier melómano con criterio. De hecho, la Caballé comparte reparto con Joan Sutherland y Luciano Pavarotti. Caballé terminaría interpretando el papel de Turandot, pero los requisitos dramáticos y la extensión del personaje malograron la intentona.
7.- Madama Butterfly (Puccini).- Hay una versión para fetichistas que se concibió en 1968 con la Orquesta de RTVE y la dirección de Gianfranco Rivoli (Opera D’oro). No es la mejor de las disponibles, pero reviste un interés artístico y sentimental porque reúne a la soprano con su marido, el tenor Bernabé Martí. Igual que sucedía por cierto en una versión de Il Pirata que ambos alumbraron para el sello EMI.
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8.- Così fan tutte (Mozart).- La soprano catalana y el compositor salzburgués no coincidieron demasiado. Hay una versión para muy cafeteros de sus Bodas de Figaro en la Opera de Dallas (1967), pero es mucho más interesante el trabajo en estudio de Così fan tutteque realizó bajo el criterio clarividente de Colin Davis con las huestes del Covent Garden y con un reparto en el que brillan la Cotrubas y Nicolai Gedda.
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9.- José Carreras.- No es el título de una ópera, sino el nombre de un compañero del viaje con el que Montserrat Caballé relanzó su carrera y viceversa. Fruto de esta relación fabulosa surge un catálogo desigual y versátil que comprende la Tosca que grabaron con Colin Davis, la incursión en el repertorio de Rossini (Elisabetta), el desarrollo de las óperas de Verdi menos conocidas (Il Corsaro), la extravagancia del Cristóbal Colón de Balada y, por supuesto, el maridaje belcantístico de Lucia de Lammermoor (Philips) a las órdenes de López Cobos.
10.- Salomé (Richard Strauss).- La Caballé fue un ídolo soviético y un mito de la cultura alemana al que quiso corresponder con sus incursiones en el gran repertorio centroeuropeo. Hay un disco grabado a las órdenes de Zubin Mehta (CBS) que ilustra su afinidad a Wagner, pero también reviste interés la Salomé de Richard Strauss que concibió junto al maestro Leinsdorf en el sello RCA. La observamos en una de sus cimas canoras, carismáticas y expresivas.
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